Los agujeros negros permitirán viajar por el universo a una velocidad muy superior a la de la luz y “de vuelta” reencontrarnos con nuestros seres queridos 50 años después.
Desde hace muchos años se tiene conocimiento de la existencia
de un agujero negro en el centro de
nuestra galaxia. Ni siquiera la luz puede escapar a la enorme fuerza de esta
colosal concentración de materia. Según la teoría de Einstein, el tiempo y el
espacio se contraen en el centro del agujero de suerte que un minuto en su
interior equivaldría a miles de años de nuestra escala temporal.
Nadie puede entrar o salir de un agujero salvo en la
película Interstellar, dirigida por Christopher Nolan, en la que un astronauta
vuelve al pasado en una quinta dimensión al penetrar en un agujero, que le
permite viajar por el universo a una velocidad muy superior a la de la luz.
Esto naturalmente es ciencia ficción, una mera película,
pero es cierto que dentro de esas grandes concentraciones de masa se halla el
secreto de las leyes que rigen la vida y, por supuesto, de la creación de la
materia. Por decirlo con una metáfora, es como si Dios habitase en un agujero
negro.
Stephen Hawking, que corroboró la existencia de estas
formaciones ya previstas por la física de la relatividad, escribe en uno de sus
libros que un agujero negro es un archivo donde se almacena toda la información
existente en el Universo. Si pudiéramos leer en su interior podríamos descifrar
la naturaleza de fuerzas como la gravedad o conocer la esencia del tiempo,
indisociable, según Einstein, del espacio con el que interactúa.
Siempre me ha fascinado
eso de que el tiempo se detiene en un agujero negro. Significa que si pudiéramos
atravesar uno de ellos en unos pocos segundos, habrían transcurrido en la
Tierra cientos de años y podríamos volver para conocer a los hijos de nuestros
biznietos.
Hay mucha gente que cree que todas estas cosas son el
producto de la imaginación de los científicos y se aferra a lo que nos
transmiten los sentidos. Pero lo cierto es que ningún especialista discute hoy
los principios básicos de la física cuántica y de la existencia de dimensiones
a las que no podemos acceder por las limitaciones de nuestro cerebro.
No pretendo profundizar en conocimientos que me rebasan,
pero sí me parece importante resaltar las implicaciones de estos
descubrimientos de la física que revolucionan todas nuestras ideas sobre la
materia, el espacio y el tiempo.
La gran paradoja que se desprende de la visión cuántica del
mundo es que todos somos el producto de una serie de interacciones que nos han
hecho ser como somos, ya sea por el azar o por designio de un ser inteligente.
Pero todos salimos de lo mismo y vamos a lo mismo: al interior de un gran
agujero negro, que es la muerte de la conciencia individual, pero no de
nuestros átomos ni de las fuerzas que nos han dado la vida.
La existencia humana es una breve anomalía en el curso de
ese espacio y ese tiempo, que en cierta forma son una ilusión de nuestro
cerebro, como decía Einstein. Pero ello sólo significa que debemos dar las
gracias por el afortunado accidente de estar vivos y aprovechar nuestra breve
existencia para disfrutar de ese privilegio de poder mirar y tocar lo que nos
rodea, aunque sea un espejismo de nuestros sentidos.
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