Ignorar la posición de alguien por considerarla un simple punto de vista es no considerarla en absoluto. La cuestión no está en tenerlo. Al contrario. El problema consiste en no contemplar el de los demás. Y un modo frecuente y rudimentario de hacerlo consiste precisamente en asentir que es peculiar y propio, para reducirlo a algo carente de interés salvo para cada quién. El diálogo adereza con destreza los diversos componentes, los recompone, hasta conformar y configurar otra nueva realidad.
Desde la lejana historia con frecuencia se dice que se trata de la opinión de otro, como argumento para justificar que, dado que cada quien tiene la suya, es cuestión de limitarnos a dejar constancia de esa diversidad.Cada cual lo ve a su manera y no hay nada que añadir. Y si nos descuidamos a eso lo llamamos tolerancia. Sería tanto como admitir que nos desenvolvemos entre el máximo común divisor y el mínimo común múltiplo. En cualquier caso, algo común. Se desatendería de ese modo que precisamente lo común no es sin más algo dado, sino asimismo algo procurado, decidido, algo acordado. Se asentaría la posición individual, diciendo que cada uno dispone de la propia, y que no sólo la percepción de los objetos es diferente, sino que también las convicciones, las ideas y los valores nos hacen mirar y ver de un modo determinado. Son perspectivas.
Desde la lejana historia con frecuencia se dice que se trata de la opinión de otro, como argumento para justificar que, dado que cada quien tiene la suya, es cuestión de limitarnos a dejar constancia de esa diversidad.Cada cual lo ve a su manera y no hay nada que añadir. Y si nos descuidamos a eso lo llamamos tolerancia. Sería tanto como admitir que nos desenvolvemos entre el máximo común divisor y el mínimo común múltiplo. En cualquier caso, algo común. Se desatendería de ese modo que precisamente lo común no es sin más algo dado, sino asimismo algo procurado, decidido, algo acordado. Se asentaría la posición individual, diciendo que cada uno dispone de la propia, y que no sólo la percepción de los objetos es diferente, sino que también las convicciones, las ideas y los valores nos hacen mirar y ver de un modo determinado. Son perspectivas.
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Si bien de ello puede
desprenderse con algunas razones que no hay un modo único y verdadero de
proceder, ni un lugar exclusivo en el que situarse, sin embargo hay formas de
atender que son más que ver. Contemplar y considerar supone no reducirse al
simple constatar lo inmediato y es más un hacer con capacidad de armonizar, de
dinamizar y de historizar lo visto. Y para eso se precisa activar el discurrir,
a fin de que haya en rigor discurso.
Puestos a deducir con
urgencia algo al respecto, semejante perspectivismo no afectaría ni solo, ni
tanto, a la diferencia en el mirar, sino a la diferencia en la singularidad
irremplazable de cada vida particular. Ortega y Gasset, tan traído sobre este
asunto, insiste en que “lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra”, pero
para deducir no sobre la inconsistencia de lo que vemos, sino sobre la
contundencia de quienes somos al hacerlo.
Sin duda, no sólo en
Leibniz cada mónada es una perspectiva del universo, también cada palabra,
incluso cada sentimiento, y, siendo en sí misma una totalidad, no agota
totalidad alguna. Podría entonces pensarse torpemente que la verdadera
contemplación consistiría en ir incorporando por adición los distintos
elementos hasta lograr una composición total. Pero el perspectivismo de la
mirada no supone que cada ver sea parcial porque ve una parte. Para empezar,
porque la posición no se reduce a la situación. Incluso aunque nos
desplazáramos una y otra vez, la mirada resultante no dejaría de ser una
perspectiva. En la contemplación hay algo de dislocación de lo prefijado.
No basta, por tanto,
con efectuar una figura con diversos elementos. Son más que ingredientes o
componentes. Y sólo lo son en la medida en que se encuentran vertebrados,
articulados y armonizados. Pero para ello es preciso reconocer su mutua
pertenencia a algo susceptible de ser común. Así que, por ejemplo, si se habla
de deconstrucción, no es una simple demolición, sino una suerte de desmontaje
para efectuar otra composición. Si se habla de juicio, y de su capacidad de
escindir, de discernir, o de separar, es para vincular mejor. Eso supone
hacerse cargo de que toda unidad lleva inscrita una separación, una escisión,
que es la que cada vez conforma una realidad.
No es cuestión de
ampararse en el perspectivismo para entronizar el puro subjetivismo. Y menos
aún para, descaradamente, proponer lo individual como camino, a fin de sostener
la propia posición fijada, en conflicto y en una lucha de poderes. Incluso para
Nietzsche, inteligir es “una cierta relación de los instintos entre sí”. Cabe
preguntarnos una y otra vez sobre el sentido y el alcance de esta relación, de
toda relación. Pero no hemos de olvidar que algo sólo es en relación. Ni
siquiera la mirada, por muy médica o clínica que pretenda ser, escapa, como
Foucault nos recuerda, de acabar siendo un discurso, de pronóstico, de
diagnóstico o de terapia.
No se reduce del perspectivismo
que no hay nada que hacer, que dado que cada cual lo ve a su manera todo es
reflejo caleidoscópico, irisaciones de lo inalcanzable. Más bien se desprende
que toda palabra y toda mirada son imprescindibles y que la deconstrucción y el
juicio convocan a una recomposición, que no se limita a reponer lo ya puesto
sino que reactiva la capacidad de componer para procurar, tal vez, algo
radicalmente otro.
El perspectivismo no es
la fuente de la impotencia, ni de la resignación, ni de la desesperación, sino
de la recreación. Conjunta y armoniosa, con la confianza de que procure nuevas
formas y posibilidades de vida, semejante recreación no significa elaborar
objetos u objetividades al margen de nuestra condición de sujetos. La
perspectiva nos une, enlaza y vincula.
Ampararse en el
perspectivismo para relativizar las posiciones supone ignorar que estas son
determinantes para liberar otros ámbitos y procurar diferentes alternativas, a
fin no sólo de montar o de construir otras edificaciones, sino de procurar
conformaciones, que no son simples establecimientos.
Preguntado un invidente
que con anterioridad pudo ver sobre su recuerdo del color, contestó que es
importante, pero que lo más decisivo es tener memoria de la perspectiva. Lo
interesante fue en su día apreciar sus efectos. Mediante cajas ópticas y
cámaras oscuras se transmitió el paso del tiempo. Y con ello su relieve
espacial. Y de eso se trata. La perspectiva da densidad y nos libera de la
lectura unidireccional, plana, sin fondo ni forma, y nos confirma los pliegues
en los que se desenvuelve cualquier mirada.
Desautorizar la
posición de alguien por considerarla un simple punto de vista es no
considerarla en absoluto. La cuestión no está en tenerlo. Al contrario. El
problema consiste en no contemplar el de los demás. Y un modo frecuente y
rudimentario de hacerlo consiste precisamente en asentir que es peculiar y
propio, para reducirlo a algo carente de interés salvo para cada quién. El
diálogo adereza con destreza los diversos componentes, los recompone, hasta conformar y configurar otra nueva
realidad.
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