Los nenes lloran de hambre e impotencia. Los políticos son pasto del colesterol y del qué hice. |
Son las puertas de
entrada de los inmigrantes africanos y. en especial, de los que viajan
arriesgando más y temiendo no ya no poder quedarse en España, sino no poder
siquiera llegar a tierra firme. Existe la intuición generalizada de que la
información sobre la inmigración no es todo lo correcta que debería ser, que se
reduce a unos mensajes y unos datos que convierten fácilmente en problema lo
que podría ser visto desde puntos de vista más positivos, que focaliza y
resalta aquello que hay en los hechos de más espectacular, escandaloso y
oneroso para quienes en realidad son los protagonistas de la noticia. Las
intuiciones suelen basarse en realidades, pero es bueno que las contrastemos y,
sobre todo, que procuremos descubrir por qué ocurre eso que intuimos que no es
demasiado correcto.
Sin ese esfuerzo, será difícil cambiar las cosas y procurar o exigir una información más fidedigna y ajustada a la realidad. Vivimos en una democracia, para la cual es básico que los ciudadanos estén bien informados. Los medios de comunicación –se ha dicho muchas veces- son una industria, son un elemento más de una economía de mercado no amortizada- que busca ante todo maximizar los beneficios económicos, pero son, al mismo tiempo, los medios a través de los cuales nos llega toda la información sobre lo que ocurre en nuestro entorno. Exigirles responsabilidad en su trabajo no es un imperativo menor. Debiera ser una exigencia ciudadana ineludible (…) Ya sabemos que la imparcialidad es imposible, y más aún la verdad, que cada cual cuenta la historia a su manera porque la percibe también de forma singular y no idéntica a como la ven otros. Aún así, y aceptando estas limitaciones indiscutibles porque son humanas, existen intereses económicos que propician el poner el acento en lo que excita más la curiosidad, sea o no lo más importante. Más aún, existen ideologías interesadas en ocultar aspectos de la realidad, especialmente cuando ésta puede llegar a ser muy problemática, como tiende a serlo en el caso de la inmigración. Aunque las personas que inmigran son, de hecho, los sujetos de la noticia, éstos casi nunca son fuente de información, sino meros objetos de la misma. Las fuentes suele ser la policía, la administración, la política, fuentes, en cualquier caso, interesadas en ofrecer una determinada cara de los hechos. A todo ello hay que añadir, ese tejido de complicidad que mezcla al periodismo con la política de partidos y que tiene como consecuencia un discurso que es mero enfrentamiento, alejado de la voluntad de dar buena cuenta de algo que debe formar parte del interés público. No es que haya, por parte del informador, una clara intención de distorsionar los hechos. Los periódicos salen todos los días, deben llenar páginas y páginas con lo más noticiable, compitiendo con el periódico rival, sin tiempo para investigar a fondo temas que, en sí mismos, son muy complejos. La tarea del periodista no es sencilla. Fácilmente se crean inercias y rutinas que llevan, nadie sabe por qué, a incidir en aquellas imágenes y anécdotas que resultarán más impactantes y emotivas, sólo por eso se seleccionan. Pero ese cúmulo de razones pone de relieve que, en definitiva, vender el periódico es más importante que hacerlo bien. De ahí la necesidad de que el crítico y el estudioso planteen una serie de preguntas que hagan reflexionar al periodista: ¿por qué la noticia es noticia? ¿cuáles son los valores que orientan la narración? ¿qué se está buscando, además de informar? Hoy ya nadie puede observar la realidad directamente. Sólo lo más cercano nos es dado ante nuestros propios ojos. Lo demás, los temas sobre los que se polemiza, se discute o se legisla, los conocemos sólo porque los medios de comunicación escriben y hablan de ellos. El modo como nos cuentan lo que ocurre determina sin duda nuestra percepción y nuestras creencias sobre muchos fenómenos que desconocemos. Si los inmigrantes provocan reacciones xenófobas, es porque alguien trata de convencernos de que su lugar está en otra parte mejor que entre nosotros (...) Los relatos sobre los inmigrantes que recibe el ciudadano son todos negativos. Sólo atendiendo al lenguaje utilizado, uno percibe que éste se nutre de palabras que invitan al rechazo: ilegalidad, sin papeles, naufragios, desaparecidos, niños que deben ser atendidos, desbordamiento; en suma, sólo problemas para las islas y para la población. Las metáforas que se construyen representan al fenómeno migratorio como una situación incontrolable y amenazante: “goteo incesante de cayucos”, “riadas de inmigrantes”, “marea constante”, “oleada de irregulares”, “desembarco masivo”, “avalancha imparable”, “al borde del colapso”, “situación límite”(…)
Quienes trabajan en los medios deben responsabilizarse de su trabajo y aprender a dilucidar entre la auténtica información y lo que no tiene otro objetivo que la propaganda: propaganda que el medio se hace a sí mismo llamando la atención, o propaganda del grupo político a cuyo servicio el medio se rinde. La profesión periodística se rebela fácilmente contra los controles, incluso las críticas, que ponen en cuestión su trabajo. Apelan a la autorregulación como única medida. A lo que hay que replicar que ojalá hubiera una auténtica autorregulación. Porque ello significaría, en primer lugar, que las empresas periodísticas se dotan de libros de estilo o guías de buenas prácticas que tratan de dar respuesta a los problemas que plantean las informaciones más difíciles. Autorregulación significa, además, voluntad explícita de aplicar las normas que uno se ha dado a sí mismo. Tal es el auténtico sentido de la autonomía: ser libre, por supuesto, pero no para decir cualquier cosa, sino lo que se debe decir en cada caso, de acuerdo con los principios y valores que todos decimos compartir. Pero hay otra cuestión. El dicho habitualmente repetido de que tenemos los medios que nos merecemos no carece de fundamento. El ciudadano no debiera dejar pasar tranquilamente y sin inmutarse las informaciones que claramente distorsionan, manipulan o convierten en noticia lo que en puridad no lo es. Los medios de comunicación son piezas clave de una información que, por otra parte, no puede agotarse en ellos. Los medios dan datos sobre unas realidades que el ciudadano, si está comprometido con la democracia, tiene la obligación de intentar comprender por sí mismo. Más aún cuando los medios electrónicos, la red, nos sitúa ante un magma informativo que será mero ruido si no somos capaces de seleccionar y separar lo que vale de lo que sólo es bazofia. Es inevitable que la información mediática simplifique los hechos. Es sintomático que el tratamiento dado a la inmigración oscile “entre la compasión y la xenofobia”. El problema de quedarse en las meras reacciones emotivas o viscerales es que lo mismo que genera compasión y solidaridad en el primer momento, producirá actitudes racistas cuando empiece a ser molesto. Con una información sesgada y superficial, nada abona el terreno adecuado para que puedan discutirse y diseñarse las actitudes y las políticas que necesitamos a fin de que los inmigrantes trabajen en condiciones humanas, tengan acceso a los servicios públicos, tengan viviendas aceptables y se sientan bien recibidos y tratados por la sociedad en la que escogen vivir.
Sin ese esfuerzo, será difícil cambiar las cosas y procurar o exigir una información más fidedigna y ajustada a la realidad. Vivimos en una democracia, para la cual es básico que los ciudadanos estén bien informados. Los medios de comunicación –se ha dicho muchas veces- son una industria, son un elemento más de una economía de mercado no amortizada- que busca ante todo maximizar los beneficios económicos, pero son, al mismo tiempo, los medios a través de los cuales nos llega toda la información sobre lo que ocurre en nuestro entorno. Exigirles responsabilidad en su trabajo no es un imperativo menor. Debiera ser una exigencia ciudadana ineludible (…) Ya sabemos que la imparcialidad es imposible, y más aún la verdad, que cada cual cuenta la historia a su manera porque la percibe también de forma singular y no idéntica a como la ven otros. Aún así, y aceptando estas limitaciones indiscutibles porque son humanas, existen intereses económicos que propician el poner el acento en lo que excita más la curiosidad, sea o no lo más importante. Más aún, existen ideologías interesadas en ocultar aspectos de la realidad, especialmente cuando ésta puede llegar a ser muy problemática, como tiende a serlo en el caso de la inmigración. Aunque las personas que inmigran son, de hecho, los sujetos de la noticia, éstos casi nunca son fuente de información, sino meros objetos de la misma. Las fuentes suele ser la policía, la administración, la política, fuentes, en cualquier caso, interesadas en ofrecer una determinada cara de los hechos. A todo ello hay que añadir, ese tejido de complicidad que mezcla al periodismo con la política de partidos y que tiene como consecuencia un discurso que es mero enfrentamiento, alejado de la voluntad de dar buena cuenta de algo que debe formar parte del interés público. No es que haya, por parte del informador, una clara intención de distorsionar los hechos. Los periódicos salen todos los días, deben llenar páginas y páginas con lo más noticiable, compitiendo con el periódico rival, sin tiempo para investigar a fondo temas que, en sí mismos, son muy complejos. La tarea del periodista no es sencilla. Fácilmente se crean inercias y rutinas que llevan, nadie sabe por qué, a incidir en aquellas imágenes y anécdotas que resultarán más impactantes y emotivas, sólo por eso se seleccionan. Pero ese cúmulo de razones pone de relieve que, en definitiva, vender el periódico es más importante que hacerlo bien. De ahí la necesidad de que el crítico y el estudioso planteen una serie de preguntas que hagan reflexionar al periodista: ¿por qué la noticia es noticia? ¿cuáles son los valores que orientan la narración? ¿qué se está buscando, además de informar? Hoy ya nadie puede observar la realidad directamente. Sólo lo más cercano nos es dado ante nuestros propios ojos. Lo demás, los temas sobre los que se polemiza, se discute o se legisla, los conocemos sólo porque los medios de comunicación escriben y hablan de ellos. El modo como nos cuentan lo que ocurre determina sin duda nuestra percepción y nuestras creencias sobre muchos fenómenos que desconocemos. Si los inmigrantes provocan reacciones xenófobas, es porque alguien trata de convencernos de que su lugar está en otra parte mejor que entre nosotros (...) Los relatos sobre los inmigrantes que recibe el ciudadano son todos negativos. Sólo atendiendo al lenguaje utilizado, uno percibe que éste se nutre de palabras que invitan al rechazo: ilegalidad, sin papeles, naufragios, desaparecidos, niños que deben ser atendidos, desbordamiento; en suma, sólo problemas para las islas y para la población. Las metáforas que se construyen representan al fenómeno migratorio como una situación incontrolable y amenazante: “goteo incesante de cayucos”, “riadas de inmigrantes”, “marea constante”, “oleada de irregulares”, “desembarco masivo”, “avalancha imparable”, “al borde del colapso”, “situación límite”(…)
Quienes trabajan en los medios deben responsabilizarse de su trabajo y aprender a dilucidar entre la auténtica información y lo que no tiene otro objetivo que la propaganda: propaganda que el medio se hace a sí mismo llamando la atención, o propaganda del grupo político a cuyo servicio el medio se rinde. La profesión periodística se rebela fácilmente contra los controles, incluso las críticas, que ponen en cuestión su trabajo. Apelan a la autorregulación como única medida. A lo que hay que replicar que ojalá hubiera una auténtica autorregulación. Porque ello significaría, en primer lugar, que las empresas periodísticas se dotan de libros de estilo o guías de buenas prácticas que tratan de dar respuesta a los problemas que plantean las informaciones más difíciles. Autorregulación significa, además, voluntad explícita de aplicar las normas que uno se ha dado a sí mismo. Tal es el auténtico sentido de la autonomía: ser libre, por supuesto, pero no para decir cualquier cosa, sino lo que se debe decir en cada caso, de acuerdo con los principios y valores que todos decimos compartir. Pero hay otra cuestión. El dicho habitualmente repetido de que tenemos los medios que nos merecemos no carece de fundamento. El ciudadano no debiera dejar pasar tranquilamente y sin inmutarse las informaciones que claramente distorsionan, manipulan o convierten en noticia lo que en puridad no lo es. Los medios de comunicación son piezas clave de una información que, por otra parte, no puede agotarse en ellos. Los medios dan datos sobre unas realidades que el ciudadano, si está comprometido con la democracia, tiene la obligación de intentar comprender por sí mismo. Más aún cuando los medios electrónicos, la red, nos sitúa ante un magma informativo que será mero ruido si no somos capaces de seleccionar y separar lo que vale de lo que sólo es bazofia. Es inevitable que la información mediática simplifique los hechos. Es sintomático que el tratamiento dado a la inmigración oscile “entre la compasión y la xenofobia”. El problema de quedarse en las meras reacciones emotivas o viscerales es que lo mismo que genera compasión y solidaridad en el primer momento, producirá actitudes racistas cuando empiece a ser molesto. Con una información sesgada y superficial, nada abona el terreno adecuado para que puedan discutirse y diseñarse las actitudes y las políticas que necesitamos a fin de que los inmigrantes trabajen en condiciones humanas, tengan acceso a los servicios públicos, tengan viviendas aceptables y se sientan bien recibidos y tratados por la sociedad en la que escogen vivir.
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