El ‘caso Púnica’ debe servir como ejemplo para acelerar cambios legislativosprevistos contra la corrupción
Francisco Granados,
tras ser detenido por agentes de la Guardia Civil en el marco de la Operación
Púnica, en octubre de 2014. /
Un año después de
iniciada la investigación del escándalo, los 60 tomos conocidos del sumario del
caso Púnica han puesto al descubierto un bochornoso catálogo del pillaje
institucional: contratos municipales amañados a cambio de millonarias
comisiones ilegales; recalificaciones urbanísticas que favorecen a determinados
amigos de los gobernantes; pago de servicios particulares con dinero público;
financiación de partidos por empresas agraciadas con diversas concesiones
administrativas…
El caso Púnica ha
demostrado que, pese a las medidas legislativas aprobadas en los últimos años
para combatir la corrupción, todavía existen deficiencias en la normativa sobre
contratación que permiten esconder las peores prácticas políticas. La
consecuencia es una colosal pérdida de recursos públicos para el
enriquecimiento ilícito de unos pocos.
El pinchazo telefónico
a dos defraudadores fiscales con cuentas bancarias en Suiza —uno de ellos
Francisco Granados, exsecretario general del PP-Madrid, exconsejero autonómico
y exsenador, y el otro, su amigo constructor David Marjaliza— ha sido
suficiente para destapar media docena de tramas corruptas que se alimentaban de
presupuestos públicos. Estas redes delictivas han funcionado durante años sin
despertar sospechas. Incluso operaron a pleno rendimiento cuando la corrupción
ya era el segundo problema que más preocupaba a los españoles y cuando todos
los partidos se afanaban en demostrar su compromiso para luchar contra esta
lacra.
Cualquier asunto que
repartiera dinero público era propicio para la actuación de los saqueadores.
Desde concursos de eficiencia energética para ahorrar gastos a los
Ayuntamientos hasta la organización de fiestas municipales, pasando por la
adjudicación de parcelas para levantar colegios concertados, contratos para el
seguimiento de noticias en Internet o para el posicionamiento de las
instituciones en redes sociales.
El juez Eloy Velasco
tiene todavía mucho trabajo por delante en una causa que suma 92 imputados,
entre ellos una decena de exalcaldes, el expresidente de una diputación
provincial y dos exconsejeros autonómicos de Madrid. Además, los gobiernos
municipales de una docena de grandes ciudades están bajo sospecha de usar
dinero público para su promoción política personal. Algunos de los cargos
salpicados por el escándalo siguen desempeñando puestos de responsabilidad
porque aún no han sido imputados por el magistrado Velasco y sus partidos
mantienen la confianza en ellos. La investigación judicial necesita tiempo,
pero no es posible que personas que gestionan grandes presupuestos permanezcan
indefinidamente bajo sospecha.
El caso Púnica es la
última prueba de cómo la corrupción escapa todavía con cierta facilidad a los
controles públicos; de que los delincuentes no temen al endurecimiento de las
leyes. Así deben tomárselo quienes gobiernan en las instituciones: como una
lección que sirva de acicate para acelerar el cambio de la normativa y aprobar medidas
que impidan a los corruptos aprovecharse de los agujeros legislativos, todavía
numerosos, para su enriquecimiento personal.
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