La izquierda, la extrema
izquierda y aledaños anda dispersa, enfrentada y desorientada. Ha perdido
fuelle y se muestra como, en realidad, siempre ha sido: retrógrada; por no
decir prehistórica. Cuando apareció Pablo Iglesias con su coleta, sus
mugrientos vaqueros, su cara de mala leche y gritando las vetustas proclamas
comunistas, los que se autodenominan "progresistas" creyeron ver a un
líder con cuajo y con posibilidades de asaltar el cielo y descerrajar los
Bancos. Pero abandonó la batalla, se hundió Podemos y ha quedado la nadería de
Errejón y la filosofía barata de Yolanda Díaz. Porque, hay que decirlo, Pedro
Sánchez ni es de izquierdas, ni tiene otra ideología que la de alcanzar el
poder y enrocarse con los aliados que puedan asegurarle el cargo. Ahora abraza
a los separatistas y a los herederos de ETA. Pero conviene recordar que lo
intentó con Albert Rivera, aunque el centro es tan vaporoso, melifluo e
inexistente que el líder de Ciudadanos se quedó a las puertas de La Moncloa sin
saber qué decir, ni qué hacer. Y salió como alma que lleva el diablo, que
todavía no era Pedro Sánchez.
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Y, ahora, después del cómico
espectáculo de Yolanda Díaz en el Matadero hay que concluir que, en efecto, la
izquierda se ha despeñado. La vicepresidenta apareció en escena como si se
tratara de una estrella de rock o una diva del cine rodeada de sus "amigas
de toda la vida", impecables de peluquería y tiendas de moda,
retorciéndose de la risa, aplaudiéndose a sí misma y besando al que se pusiera
por delante. De esta guisa presentó en sociedad "Sumar", una
plataforma transversal, según ella, que no es más que el embrión de un partido
político para fagocitar a Podemos y competir con el PSOE en las próximas
elecciones generales. Competir, pues, con los partidos con los que forma el
Gobierno. Competir con el propio presidente que tanto confía en ella. Porque a
pesar de ser comunista, de proceder de IU, aspira a crear un partido
"transversal" para acaparar votos de todo el espectro político. Y es
que, también como Pedro Sánchez, tiene los mismos principios que Groucho Marx.
Pero lo que hizo y dijo
Yolanda Díaz debería avergonzar a los viejos comunistas que todavía sueñan con
asaltar los cielos. Sus proclamas ideológicas parecen un chiste malo; a saber,
propagar la "inteligencia colectiva" o crear "un nuevo contrato
social para ensanchar la democracia durante la próxima década". Unas
frases que nada significan, aunque a los cursis les pueda sonar bien. Es verdad
que apuntó al botín de los ricos para repartir sus dineros entre los pobres. Y
también se le escapó alguna que otra idea de Podemos o de cualquier partido de
la extrema izquierda, pero dichas con suavidad y sacudiendo la rubia melena.
Una decepción. Porque los comunistas, como decía de Pablo Iglesias, tienen que
gritar, intimidar, cabrearse con las injusticias del mundo y poner al público
encrespado. Tienen que sacar de quicio a los dirigentes del PP, conseguir unos
tuits incendiarios de Santiago Abascal y los más sonados insultos de los
nostálgicos del franquismo, que aunque quedan cuatro son muy activos en las
redes sociales.
La puesta en escena de
Yolanda Díaz en el Matadero de Madrid, sin embargo, se quedó en un espectáculo
de autobombo de una dirigente política que ha llegado más lejos de lo que nunca
había soñado, mucho más lejos de lo que se merecía: a ser vicepresidenta del
Gobierno y adquirir un protagonismo y una imagen que lo único que ha ensanchado
es su ego. Que se cree una estadista que va a arreglar el mundo con su
palabrería hueca. El acto de presentación del nuevo partido dejó en evidencia
que la aparición de "Sumar" en la política española no moverá una
papeleta en las urnas, pero desquiciará aún más a esa izquierda desolada y
huérfana.
Por eso, Nuñez Feijóo se
frota las manos y vaticina que más que sumar va a restar a la izquierda. El
presidente del Gobierno debería espabilar y dejar de confiar en quien traicionó
a Podemos y, ahora, va a por él. Y aunque todavía no lo sepa, puede estar
tranquilo. Con ese estilo de diva vacía, Yolanda Díaz va a lograr los mismos
escaños que Ciudadanos. No ganará al PSOE, pero tampoco sumará para formar otro
gobierno de coalición. Si Pedro Sánchez quiere movilizar el voto de la extrema
izquierda, que llame a Pablo Iglesias.
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