Alberto Garzón puede dormir
tranquilo. Su puesto lo tiene asegurado hasta que el presidente del Gobierno
decida convocar nuevas elecciones. Su metedura de pata en The Guardian se ha
convertido en su seguro de vida como ministro de Consumo. La política, a veces,
produce sorprendentes paradojas.
Garzón no tenía mucho
predicamento en el Gobierno. Los ministros socialistas le tenían catalogado
como un mal necesario producto de una coalición de partidos que tienen poco en
común, pero que coinciden en que su colaboración es la garantía para que no
gobierne la derecha. Tampoco entre los suyos era muy apreciado. Por eso se le
adjudicó un ministerio menor, como es Consumo, en otros tiempos con rango de
dirección general. Mientras que Podemos se hacía con los departamentos más
sociales y con mayor presupuesto, a IU y a los Comunes les dejaron las marías.
La matemática electoral se traducía en la calidad de los asientos en el Consejo
de Ministros.
Sin comerlo ni beberlo, el
ministro de Consumo se ha convertido en una fortaleza que ni Díaz ni UP están
dispuestos a rendir ante el empuje de Sánchez y sus ministros
Si no hubiera elecciones en
Castilla y León, seguramente la polémica sobre las macrogranjas se hubiera
apagado tras la fiesta de Reyes. Pero no ha sido así. El PP cree haber
encontrado un arma letal para que Fernández Mañueco logre la mayoría absoluta y
no está dispuesto a abandonar la pieza hasta el mismísimo 13 de febrero. El
PSOE se juega mucho en estas elecciones porque Tudanca podría retroceder entre
ocho y nueve escaños respecto al resultado obtenido en los últimos comicios,
según las últimas encuestas. Si eso es así, no sólo sería una humillación para
los socialistas, sino que el triunfo arrollador del PP daría alas a Pablo
Casado y le ayudaría en su estrategia de recuperar el terreno perdido en los
meses de disputa interna con Isabel Díaz Ayuso. Son elecciones autonómicas con
una lectura nacional, y de ahí que los líderes de PP y PSOE hayan entrado de
lleno en la polémica. Los populares atacando al ministro por criticar la baja
calidad de la carne producida en las grandes explotaciones, los socialistas
intentando hacer ver de que esa es sólo la opinión personal de Garzón.
Quien no se juega nada es
precisamente la coalición UP, que en los pronósticos demoscópicos apenas si
lograría 2 escaños en el mejor de los casos. O sea que para lo coalición Unidas
Podemos esto no va de lograr un buen resultado el 13-F, cosa que descartan,
sino de un pulso de poder interno dentro del propio Gobierno.
La vista estaba puesta en la
vicepresidenta Yolanda Díaz, que, tras la salida de Pablo Iglesias, ejerce como
jefa de filas de UP en el Ejecutivo. Reforzada por el acuerdo con los
interlocutores sociales sobre la reforma laboral, su opinión tiene un peso que
no tuvo Iglesias en sus mejores momentos. Díaz, además, está a punto de
emprender una aventura política como referente de la izquierda y, por tanto,
cada paso que dé será interpretado como una guía de su ideario, no sabemos si
de su programa, si es que alguna vez cuaja su «movimiento transversal».
Aunque en un primer momento
se mostró prudente, ayer en TVE la ministra de Trabajo fue tajante: «Respaldo
profundamente a Garzón». Eso lo dijo después de que Pedro Sánchez afeara la
conducta del titular de Consumo en la Cadena Ser y de que el ministro Planas le
sacar los colores en Onda Cero. Es, por tanto, una batalla a campo abierto.
Hoy cuenta en estas páginas
Cristina de la Hoz que Díaz llamó por teléfono el lunes al presidente del
Gobierno después de la entrevista en la Ser para recriminarle su actitud. El
equipo de UP en el Gobierno (básicamente, además de la ministra de Trabajo,
Ione Belarra e Irene Montero) se reunió el mismo lunes para planificar una
respuesta adecuada a la ofensiva socialista contra Garzón. En esa maniobra de
respuesta coordinada, se le dio un papel al tertuliano Pablo Iglesias que,
gustoso, se dispuso a dar mandobles a todo aquel que se atreviese a tocarle un
pelo al defensor de las granjas ecológicas.
Díaz, por tanto, ha asumido
su papel y ha subido el tono de una guerra interna que nos retrotrae a los
peores tiempos de la pugna interna en la coalición. Insisto en que no se trata
de una táctica electoral a corto plazo, sino de la reafirmación de un perfil
propio de cara a las próximas elecciones generales.
Sin comerlo ni beberlo,
Garzón se ha convertido en una fortaleza que ni Yolanda Díaz ni UP están
dispuestos a rendir. No sólo ha renovado su puesto durante, posiblemente, otro
par de años, sino que, ahora sí, puede largar lo que quiera, a sabiendas de que
nadie le va a remover de su puesto.
Comentarios
Publicar un comentario