Piketty a Yolanda Díaz: “Hay
que intervenir la propiedad privada”
Thomas Piketty visitó Madrid
hace unos días. Se entrevistó con Yolanda Díaz y la aleccionó convenientemente
como corresponde a la relación entre el catedrático y la dócil alumna. Ni
siquiera en medios universitarios se conoce bien en España la obra y la significación
de Piketty, un experto en economía al que sería absurdo desdeñar. Hace un año
escribí en la revista El Cultural un artículo en el que afirmaba que “el gran
desafío del siglo XXI es la justa distribución de la riqueza mundial. El Papa
Juan XXIII lo expuso con claridad en sus encíclicas Mater et magistra y Pacem
in terris. Sumo Pontífice, sumo hacedor de puentes, Pablo VI, que fue un
intelectual riguroso, desarrolló la idea en la Populorum progressio y Juan
Pablo II la confirmó en la deslumbrante Sollicitudo rei socialis.
Thomas Piketty, el
economista francés que arrasa en el mundo, coincide en muchos aspectos con los
Papas, a los que no cita, por cierto, en su libro cardinal El capital en el
siglo XXI ni en Capital e ideología. Piketty no está contra el capitalismo
moderado ni contra la propiedad privada ni contra la libertad de mercado. Está
contra el abuso. Está contra el capitalismo salvaje y considera conveniente
acordar un impuesto generalizado sobre el capital y que en la sociedad mundial los
países poderosos, según su población y su renta per cápita, paguen en favor de
las naciones desfavorecidas un impuesto regulado y controlado para que no se lo
juergueen los reyezuelos insólitos o los presidentes voraces, convertidos en
dictadores.
Los datos que aporta Thomas
Piketty son concluyentes. Corresponden al año 2012. El ingreso medio mensual
por habitante se elevaba en Estados Unidos y Canadá a 3.050 dólares; en el
África subsahariana, a 150, es decir, veinte veces menos. La Unión Europea se
alzaba con 2.040 dólares por habitante y Japón, con 2.250, mientras el África
del Norte se quedaba en los 200 y el resto del mundo en 570.
Las cifras esgrimidas por
Piketty, y que en lo sustancial no se han modificado, demuestran la atrocidad
del capitalismo salvaje denunciado por el Vaticano y exige que se aborde una
distribución de la riqueza mundial más razonable. En primer lugar, porque es
una cuestión de justicia y, en segundo lugar, para evitar migraciones
galopantes, terrorismos incontrolados, riesgo de guerra generalizada... A
finales del siglo XIX, clamaba al cielo la distribución de la riqueza nacional
en los países europeos. La Rerum novarum de León XIII en 1891 y la Cuadragesimo
anno de Pío XI, cuarenta años después, junto a la repercusión decisiva de las
dos guerras mundiales, contribuyeron a hacer más justo el reparto de la riqueza
en los países europeos, aunque todavía quede camino por recorrer. (Pío XI, por
cierto, condenó al nazismo en la Mit brennender Sorge, al fascismo en la Non
abbiamo bisogno, y al comunismo en la Divini Redemptoris, cuando Hitler,
Mussolini y Stalin estaban en el apogeo de su poder dictatorial.)
Thomas Piketty, en fin,
estudia la estructura de las desigualdades y propone un estado social para el
siglo XXI a través de la regulación del capital. He leído con detenimiento su
libro, El capital en el siglo XXI, y me parece irrazonable despacharlo con la
apología entusiasta o con el rechazo visceral. Exige una meditación sosegada y
profunda. Discrepo con algunas de las consideraciones de Piketty y coincido con
otras. Su planteamiento sobre la deuda pública favorecería a España e Italia, y
ciertamente no deja de ser incongruente que se haya condonado esa deuda a
naciones como Alemania y Francia y no se haya hecho lo mismo con las del sur de
Europa. Al estudiar la desigualdad de la propiedad del capital y también la de
los ingresos del trabajo, el economista francés hurga en la llaga de
injusticias evidentes. En todo caso, quiero reiterar para aquellos que se
escandalizan con lo que no les gusta, que Thomas Piketty coincide en muchos
aspectos sustanciales con la doctrina social de la Iglesia católica”.
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