¿Por qué. hoy te quiero y mañana te odio? ¿Qué os mantiene unidos? ¿Qué pasaría si tu relación se acabara? ¿Cómo la
responsabiliza de su felicidad? ¿Qué gana cuando le hace daño a su pareja?
¿Cómo le demuestra que la acepta como es? ¿Qué podría hacer para mejorar la
relación?
Todos deseamos amar y ser
amados. No es casualidad que el 80% de los matrimonios estables, aquellos que recuerdan que solo el amor les unió, son votantes incondicionales del Partido Popular. ¿Por qué? Sencillamente, porque ya en cuna mamaban principios que supieron elevarlos a moralidad, moralidad honesta, íntegra, justa, irreprochable, leal,... Sin embargo, otras relaciones que, en principio, afectivas terminan convirtiéndose en
sinónimo de rutina, conflicto y sufrimiento. ¿Qué puede mamar un niño acunados por padres socialistas, podemitas, naranjitos? Si están todo el día pactando como hacer daño al bien. Por la noche se acuestan - a veces- juntos para joder, pero para joder al PP y por ende a los españoles, incluidos esos niños que acunan. A pesar de nuestras buenas
intenciones, muy pocas parejas logran mantener encendida la llama del amor con
el paso del tiempo, salvo aquellas que siempre recuerdan que les unió el amor.
Por qué son tan complicadas
las relaciones? ¿Por qué provocan tanto dolor y sufrimiento? ¿Por qué se
termina el amor? Por muy duro que pueda parecer, cada vez más expertos afirman
que todo esto sucede porque, en primer lugar, "el amor nunca existió".
Así lo piensa y lo escribe la reconocida terapeuta Louise L. Hay, autora de
Usted puede sanar su vida y El poder está dentro de ti. "Si bien al
principio lo confundimos con el enamoramiento, más adelante volvemos a
equivocarnos, creyendo que el amor es el sentimiento amoroso", afirma.
"Muchas personas dejan
de amar a sus parejas porque ya no tienen sentimientos de amor hacia
ellas", apunta Hay. "Es un enfoque reactivo de víctima. Más que
nada porque los sentimientos surgen como consecuencia de nuestras actitudes y
comportamientos amorosos. Para amar de verdad debemos asumir la responsabilidad
de crear este tipo de conductas, desarrollando nuestra proactividad al servicio
de la relación".
"Amamos cuando
experimentamos plenitud propia y nos convertimos en cómplices del bienestar del
otro"
"amar de verdad implica
asumir la responsabilidad de crear conductas que estén al servicio de la
relación"
"Yo soy yo, tú eres tú.
Si coincidimos será maravilloso. Si no, no hay nada que hacer"
No importa la edad, ni
nuestro currÍculo afectivo. Nadie quiere renunciar a amar y ser amado
El quid de la cuestión
radica en que "es imposible amar a los demás si no nos amamos a nosotros
mismos primero", sostiene Hay. Esto es precisamente lo que descubrió
Sergio Piera tras romperse su relación. "Debido a nuestra falta de
autoestima, buscamos en nuestro compañero sentimental el cariño, el aprecio, el
reconocimiento y el apoyo que no nos damos a nosotros mismos", señala Hay.
Pero, ¿qué es, entonces, la
autoestima? Etimológicamente, se trata de una sustantivo formado por el prefijo
griego autos -que significa 'por sí mismo'- y la palabra latina aestima -del
verbo aestimare, que quiere decir 'evaluar, valorar, tasar'... Así, la
autoestima se define como "la manera en la que nos valoramos a nosotros
mismos". Y no se trata de sobre- o subestimarnos, sino de vernos y
aceptarnos tal como somos. Este es el viaje que propone el autoconocimiento y
el desarrollo personal, dos procesos cada vez más integrados y demandados en
nuestra sociedad.
Tal como escribió el
filósofo John Gray, "los hombres son de Marte, y las mujeres, de
Venus". Y es que a pesar de formar parte de la misma especie, somos
diferentes biológica, física y psicológicamente. "La posibilidad de
unirnos, e incluso fusionarnos emocional y sexualmente, pasa por comprender y
aprovechar esta diferencia para poder así complementarnos como pareja",
explica el experto en psicobiología, David Deida, autor de El camino del hombre
superior y En íntima comunión.
Después de una década
dirigiendo proyectos de investigación en la Universidad de California, Deida ha
concluido que "una de las claves para que las relaciones perduren es
mantener encendida la pasión sexual. Para que la atracción y el deseo no se
desvanezcan es necesario que uno de los dos amantes encarne y potencie el rol
masculino (vigorosidad, fuerza e iniciativa) y el otro el femenino, en el que
destaca la afectividad, la empatía y la receptividad". Según Deida,
existen dos tipos de esencias sexuales: la masculina y la femenina, que no
necesariamente se corresponden con el hombre y la mujer, sino con el rol que
desempeñan en la pareja. "A la esencia sexual masculina le mueve buscar la
libertad a toda costa, invierte mucho tiempo y energía en conseguir diferentes
metas y objetivos. Es la encargada de dar seguridad y dirección a la relación.
La prioridad de la esencia sexual femenina es la búsqueda de amor, cariño y
complicidad en su mundo de relaciones afectivas, encabezadas por la que
mantienen con su pareja".
En opinión de Deida,
"en la medida en que los amantes se polarizan, conociendo y respetando sus
diferencias, la atracción, el deseo y la pasión sexual no sólo crecen, sino que
se vuelven sostenibles con los años". Para lograrlo, "la esencia
sexual masculina debe trascender su obsesión por la libertad, dedicando más
tiempo y energía para cuidar su vínculo afectivo". Por su parte, "la
esencia sexual femenina ha de vencer su anhelo de ser amada, aprendiendo a ser
más autónoma e independiente emocionalmente y dejando espacios para no ahogar a
su pareja". Tal como ha descubierto Eulalia Casas, "cuanta más
libertad goza la relación, más posibilidades existen de que florezca el
verdadero amor", concluye Deida.
No puedo vivir contigo ni
sin ti". Este es el estribillo de una conocida canción del grupo de rock
U2, tocada en directo por primera vez el 4 de abril de 1987. Dos décadas más
tarde, la prestigiosa revista Rolling Stone la consideró una de las 500 mejores
canciones de todos los tiempos. A día de hoy se ha convertido en un canto
universal sobre nuestra incapacidad para estar en pareja. Por más que nos
esforcemos, nos cuesta mucho vivir con la persona que amamos. Y por más que lo
intentemos, tampoco soportamos hacerlo sin ella. Nos guste o no, solemos quedar
atrapados por esta disyuntiva. Eso sí, a pesar del dolor y del sufrimiento que
experimentamos cuando terminan nuestras relaciones sentimentales, jamás nos
damos por vencidos. No importa la edad que tengamos. Ni siquiera nuestro
currículo afectivo. Al igual que Miguel Elipe, ninguno de nosotros quiere renunciar
a amar y ser amado.
Muchos afirman que el amor
es algo que no puede buscarse, sino que termina por aparecer en nuestra vida.
Sin embargo, es tal la necesidad de compartir nuestra existencia con alguien,
que en los últimos años están proliferando las agencias matrimoniales y los
centros de relaciones personales. Cupidos profesionales que cuentan con más
clientes cada vez debido a la falta de tiempo y dedicación para crear nuevas
relaciones afectivas.
Entre otros centros
especializados, Alter Ego cuenta actualmente con 10.000 clientes, de edades
comprendidas entre los 25 y los 80 años. Eva Sellés, una de sus psicólogas,
desmonta la creencia de que "los polos opuestos se atraen". Para que
una pareja funcione, "las dos personas han de contar con principios y
valores comunes, así como inquietudes, gustos y hobbies parecidos". Eso
sí, "dentro de esta compatibilidad emocional hay lugar de sobra para la
diferencia, que es lo que permite que los dos se complementen".
Este tipo de agencias
elaboran un perfil psicológico de los interesados y a partir de ahí hacen una
selección de candidatos que podrían funcionar como pareja; se les proporciona
un número de teléfono y ya pueden establecer la primera cita. Sellés asegura
que "sólo se necesitan unos minutos para que las dos partes corroboren si
existe una cierta química emocional, física y sexual. Esto es algo que un
ordenador jamás podrá determinar".
La experiencia de Isabel
Lerin y Tomás Suc demuestra que el verdadero amor se sustenta bajo tres
pilares: en primer lugar, la responsabilidad personal, que consiste en que cada
amante se haga cargo de sí mismo psicológicamente. En segundo lugar, la interdependencia.
Una vez conquistada la autonomía e independencia emocional, el aprendizaje
radica en construir una convivencia constructiva, honesta y respetuosa. Y por
último, valorar y disfrutar de la persona con la que compartimos nuestra vida
tal como es.
Esto es, precisamente, lo que
escribió el médico neuropsiquiatra y psicoanalista Fritz Perls, creador, junto
con su esposa, Laura Perls, de la terapia Gestalt: "Yo soy yo, tú eres tú.
Yo no vine a este mundo para vivir de acuerdo a tus expectativas. Tú no viniste
a este mundo para vivir de acuerdo con mis expectativas. Yo hago mi vida, tú
haces la tuya. Si coincidimos, será maravilloso. Si no, no hay nada que
hacer".
Si hoy por hoy nuestras
relaciones están marcadas por la rutina, el conflicto y el sufrimiento es
porque nadie nos ha enseñado a amar. Pero como cualquier otro arte, se aprende
a base de practicar y cometer errores. Y si no que se lo pregunten a Isabel y a
Tomás. Ellos han descubierto que el amor es como la semilla de una flor. Para
que brote, exhale su aroma y ofrezca sus frutos a la vida requiere cuidados
diarios. Al igual que la flor, el amor necesita ser regado con agua, nutrirse
de varias horas de sol y ser mimado con dosis de ternura y cariño cada día. El
reto de cada pareja consiste en convertir esta metáfora en una realidad,
explorando en cada caso cuál es la mejor forma de conseguirlo. Nunca hemos de
olvidar que, tarde o temprano, cosecharemos lo que hayamos sembrado.
El amor es una palabra muy
maltratada por la sociedad. Tanto es así, que en un primer momento suele
confundirse con el enamoramiento. En opinión del psicólogo clínico Walter Riso,
experto en relaciones de pareja, "el enamoramiento es un estado de
atracción y pasión que suele durar entre seis meses y dos años, estrechamente
relacionado con nuestra necesidad biológica de procreación". Dicho de otra
manera: es la trampa en la que caemos cuando vivimos condicionados por nuestro
instinto de supervivencia. Durante este periodo "nos obsesionamos con la
persona amada, queriendo estar a su lado todo el tiempo y a cualquier precio.
Es como un hechizo fisiológico que nos nubla la razón, volviéndonos adictos al
objeto de nuestro deseo". A nivel psicológico, "el enamoramiento nos
lleva a distorsionar la realidad, proyectando una imagen idealizada sobre
nuestra pareja". Tal y como le sucedía a Paquita Gomero, "estamos tan
cegados por el intenso torbellino emocional que sentimos en nuestro corazón,
que no vemos al otro tal como es, sino como nos gustaría que fuese",
reconoce Riso.
Y en base a esta visión
deformada, "muchas personas se comprometen, se casan o toman otro tipo de
importantes decisiones que son determinantes para su futuro afectivo",
sostiene Riso, autor de ¿Amar o depender?, Amores altamente peligrosos y Los
límites del amor. Una vez se desvanecen los efectos del enamoramiento, los
amantes empiezan a verse tal y como realmente son. "Y es entonces cuando
comienza la verdadera relación de pareja, pudiendo cultivar un amor sano,
nutritivo y duradero", señala este experto. En este punto del camino es
donde se pone de manifiesto el auténtico compromiso de la pareja.
La paradoja inherente a
nuestros vínculos afectivos es que todos deseamos ser queridos, pero ¿cuántos
amamos realmente? Y es que una cosa es querer, y otra muy distinta, amar. A
juicio del psicólogo clínico Walter Riso: "Queremos cuando sentimos un
vacío y una carencia que creemos que el otro debe llenar con su amor". En
cambio, "amamos cuando experimentamos abundancia y plenitud en nuestro
interior, convirtiéndonos en cómplices del bienestar de nuestra pareja".
A menos que cada uno de los
dos amantes se responsabilice de ser feliz por sí mismo, la relación puede
convertirse en un campo de batalla. De hecho, "muchas parejas terminan
encerrando su amor en la cárcel de la dependencia emocional, creyendo
erróneamente que el otro es la única fuente de su felicidad", apunta Riso.
"Es entonces cuando aparecen en escena el apego (creer que sin el otro no
se puede vivir), los celos (tener miedo de perder al compañero sentimental), la
posesividad (tratar al otro como si nos perteneciera) y el rencor, que nos
lleva a sentir rabia e incluso odio hacia nuestra pareja, creyendo que es la
causa de nuestro malestar.
Y por si fuera poco, se sabe
que cada conflicto que mantenemos con nuestra pareja deja heridas en nuestra
mente y en nuestro corazón. Además, "con el tiempo, nuestro cerebro va
tejiendo una red neuronal en la que se archivan todos esos desagradables
episodios de violencia psicológica", señala este experto. Esta es la razón
por la que a veces, cuando la relación está muy deteriorada, basta un simple
comentario para que iniciemos una nueva y desagradable discusión. Lo cierto es
que Riso ha trabajado con parejas que, más allá de separarse, han terminado
literalmente destruyéndose.
Según los últimos datos del
Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el año pasado se produjeron en
España 123.450 divorcios, separaciones y nulidades, frente a los 131.317 de
2008 y los 141.246 de 2007. "Esta tendencia a la baja no tiene nada que ver
con una mejora sustancial de la convivencia", afirma el abogado
matrimonialista José García Berzosa. Por lo visto existen otros motivos menos
románticos: "La crisis económica ha obligado a las familias a abrocharse
el cinturón", añade García Berzosa
Por más que hayan dejado de
amarse, muchas parejas no pueden permitirse los 1.200 euros que cuesta un
divorcio de mutuo acuerdo. Y ya no digamos pagar un mínimo de 1.800 euros, que
es lo que vale llevar los trapos sucios hasta la sala de un juzgado. Aun así,
en muchos casos, la grieta emocional entre los dos cónyuges es tan grande, que
no dudan en echar mano de sus ahorros -e incluso pedir algún crédito- para que
un juez decida cómo resolver su disputa sentimental. Entre otros casos
curiosos, García Berzosa recuerda una pareja que se divorció el día después de
su viaje de novios y otra que lo hizo siendo ya octogenarios, una semana
después de enterrar a su único hijo.
Lo curioso es que una buena
parte de estas separaciones se producen en septiembre, justo después de las
vacaciones. "Es cierto que la rutina laboral y conyugal devora día tras
día cualquier posibilidad de nutrir el amor en la pareja, pero también lo es
que esa misma rutina les mantiene ocupados y distraídos"
Por eso, cuando los amantes
conviven de forma intensiva durante varias semanas seguidas, "es el
momento en el que pueden acabar reconociendo que ya no se soportan más".
Es entonces cuando la separación puede convertirse en un proceso alquímico, transformando
el amor en odio.
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