Fernando Rodríguez o el
bizco Trueba ha conseguido la polémica que buscaba al afirmar: «Nunca me he
sentido español, ni cinco minutos de mi vida», tras recibir el Premio Nacional
de la Cinematografía 2015 de manos del ministro de Cultura, Íñigo Méndez de
Vigo, en un acto celebrado en el 63.º Festival Internacional de Cine de San
Sebastián.
Él apátrida ha
preferido embolsarse los 30.000 euros del galardón, antes que rechazarlos por
no sentirse español y considerar que hay otros candidatos con iguales méritos
profesionales y más autoestima patriótica.
El cineasta, que no se
ha distinguido hasta ahora por ser un radical de la protesta, debería haber
declinado el reconocimiento que lleva el adjetivo nacional como hizo Javier
Marías con el de Narrativa del 2012 porque no acepta «galardones de carácter
institucional otorgados por el Estado español», o restituir los cuatro millones
de euros de subvenciones públicas recibidos para rodar sus películas. Pero se
ve que la incoherencia no le importa y que lo que pretendía era meter cucharón
en el plato del debate de la identidad nacional en el que estamos enfrascados
con el precipitante de Mas.
Al modo de su amado
Billy Wilder, su comedia irónica y corrosiva fue construida e interpretada
delante de un micrófono con intención, en ambiente propicio y a pocos días de
las elecciones a la presidencia de la Generalitat de Cataluña, porque Trueba
forma parte de esa cierta izquierda española que se considera huérfana de un
modelo de cohesión nacional y que, para diferenciarse de la derecha, que
defiende la nación como proyecto de convivencia, juzga chic un místico escepticismo
apátrida, un cierto desdén mundano.
Pero el director
madrileño (¿se habrá sentido madrileño cinco minutos, o tampoco?) ha revelado
también que tiene dos sueños: «un Instituto Nacional del Audiovisual [nótese
que el subconsciente le ha traicionado y ha dicho Nacional] que no dependa de
ministerios ni de gobiernos, sino de la profesión, y una televisión pública que
sea de verdad libre e independiente al servicio de los ciudadanos. Y además
-añadió- todo esto hay que pedirlo a cambio de nada, simplemente pagando
nuestros impuestos».
Ambas quimeras las
comparto, aunque me temo que seguirán siendo anhelos porque en el primero
siempre habrá funcionarios e hilos que mueva el ministro y su partido, y la
televisión pública -las televisiones públicas- es un instrumento de propaganda
del Gobierno de turno, pagada con el dinero del contribuyente y para mayor
gloria del jefe, aunque este se llame Mas y disponga que TV3 adoctrine a los
espectadores en la secesión y haga campaña descarada contra la unidad de España,
ciscándose en la mayoría de catalanes que además se sienten españoles. Misión
en la que ha contribuido deliberadamente el señor Trueba dando munición a TV3
para que repitiese su frase hasta el hartazgo en cuantos espacios informativos
y de opinión ha tenido a bien incluirla.
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