Fernando Trueba, ahora sirio, antes director de cine cojo y tuerto, debería haber rechazado los premios como español.


Desde un tiempo a esta parte,  los artistas, directores, productores y todo aquello que huela a cine se han vuelto rojo, rojo/república, cosa que por otro lado está bien,  si antes veíamos hasta mano derecha en la pantalla, ahora estamos viendo el morado/podemos, nuevo dueño de la república. Supongamos esta  escena: un director de cine, nacido en Madrid, conocido sobre todo por haber ganado un Óscar a la mejor película de habla no inglesa (concurso al que acudió tras ser elegida para hacerlo en representación de España) y que formó parte en su día de un movimiento cinematográfico netamente español -la llamada comedia madrileña-, es galardonado con el Premio Nacional de Cinematografía, dotado con 30.000 euros, y concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de España.


Fernando Trueba, director de cine cojo, acudió, en el marco del Festival de Cine de San Sebastián, al acto de entrega del premio concedido y allí, quizá excitado por la presencia del ministro portador del cheque sustancioso, se proclamó furibundo antiespañol: «Nunca me he sentido español, ni cinco minutos de mi vida», dijo Trueba, quien, con el objetivo de épater le bourgeois, añadió en la misma línea: «Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría con el enemigo» y, por si la cosa no quedaba clara, concluyó: «Qué pena que España ganara la Guerra de la Independencia. Me hubiera gustado que hubiese sido Francia».


Nada hay que oponer, ¡faltaría más!, al hecho de que un madrileño que lleva siendo español 60 años, y beneficiándose, en tal condición, de múltiples derechos y ventajas (de la sanidad y la educación públicas a las diferentes subvenciones oficiales recibidas por el cine), no se haya sentido, pese a todo, español ni cinco minutos de su vida, pues en cuestión de sentimientos cada uno sabe de lo suyo. La cosa, ciertamente pintoresca, les extrañará sin duda a italianos, franceses o alemanes, que, de forma natural, suelen sentirse del país en el que nacen, sin hacerse un lío de eso que ustedes ya han adivinado. Pero sea: Trueba no se siente español y punto en boca.


Más complejas son sus otras dos afirmaciones: una pasmosamente frívola (¿iría con el enemigo Trueba en un conflicto en que la democracia española se enfrentase al islamismo radical que vuela por los aires nuestros trenes, destruye maravillosos monumentos, obliga a las mujeres a cubrirse con un saco y permite la lapidación de las adúlteras?); y otra expresiva de una monumental ignorancia de la historia: en nuestra Guerra de la Independencia las guerrillas lucharon, con mucho más coraje que medios militares, contra el ejército más poderoso de la tierra en defensa de una población inerme sometida a atrocidades pavorosas.


En todo caso, Trueba tiene todo el derecho a no sentirse español ni en la guerra ni en la paz, pero, en plena coherencia con ese respetable sentimiento, no solo de ajenidad, sino de abierto rechazo a todo lo que huela a España, lo que pide el más mínimo decoro es el rechazo del premio pagado con los impuestos de todos los españoles. Ponerse estupendo mientras uno se mete la pasta en el bolsillo es de una inaudita desvergüenza.

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