No se sabe a ciencia cierta, si España
es una filial política de México o Viceversa. Lo que es evidente y sin
posibilidad de maniobrar en dirección a la corrección es que el futuro de ambos
países solo conduce a la miseria con valor añadido de terror y esclavitud, aunque
ésta un tanto sicodélica. Igual es por la modernidad del presente.
Se supone que los cambios económicos
serían la plataforma para transformar la realidad. Y quizá eso podría ser
cierto en un país menos surreal; uno en el que, por ejemplo, el partido en el
poder no lleve el absurdo nombre de “revolucionario institucional”. El
presidente Peña Nieto creyó que bastarían las reformas económicas para dejar
atrás al México bárbaro. Obviamente no ha sido así, entre otras cosas porque el
México bárbaro es el que trajo de regreso al PRI a Los Pinos y, para su
desgracia, también el que podría sacarlo.
Las
atrocidades registradas en Iguala muestran cuán lejos está México de ser un
país de leyes y cómo el combate a la impunidad es tan necesario como las
reformas económicas para la modernización del país. "Las dos brutalidades parecen suficientemente
serias como para cambiar el curso de estos dos años de gobierno del Presidente
Enrique Peña Nieto. Peña ha dado prioridad a la reforma económica y le ha
restado importancia a la ley y al orden como forma de modernizar México, sin
admitir que ambas son igualmente importantes".
Anteriormente, el que gobierno de Felipe Calderón se lanzó a una especie
de "guerra santa" salvaje y despiadada en contra del crimen
organizado, pero sin inteligencia militar y sin haber saneado a los cuerpos policiacos,
el de Peña Nieto decidió cambiar la estrategia… y luego no hizo nada. Trajo
asesores colombianos, se habló de un cuerpo nacional de carabineros para
sustituir a las frágiles policías regionales y locales, se dijeron muchas cosas
y en la práctica se terminó haciendo algo muy similar a lo del sexenio
anterior: correr de un lado a otro para apagar el fuego más urgente en la
pradera encendida a lo largo de los bolsones del territorio nacional en los que
el Estado ha perdido el control.
Michoacán, estado en el que las guardias
de autodefensa conquistaron la atención internacional cuando, convertidas en
milicias paramilitares, comenzaron a confrontar a balazos a las mafias locales.
Tras el envío de varios miles de soldados, la desaparición de poderes locales
de facto y la designación de un Comisionado especial, las mafias siguen
operando como antes, las guardias de autodefensa han sido sofocadas y algunos
de sus líderes están en prisión. Las cosas siguen igual que antes en Michoacán,
aunque la prensa internacional ha abandonado la zona y esta ya no es motivo de
escándalo, por el momento. Para desgracia de Peña Nieto el aparente desinterés
obedece a las peores razones: exabruptos más brutales procedentes de México han
ocupado los titulares de los diarios en las capitales del mundo; los románticos
Robin Hood de autodefensa han sido sustituidos por las salvajes matanzas
perpetradas por autoridades. Como todos sabemos, el nuevo incendio es la
desaparición de estudiantes en Iguala, Guerrero y hace unas semanas la
ejecución sumaria por parte del ejército de 23 personas en Tlatlaya, estado de
México, apenas a 180 kilómetros de distancia.
El
fracaso del gobierno en su lucha contra el crimen organizado ha sido un fracaso
por partida doble. Primero, porque en realidad no se emprendió estrategia
alguna más allá de una tibia reforma judicial y algunas fanfarrias. Terminaron
imponiéndose las inercias anteriores consistentes en buscar y atrapar a
cabecillas del Narco para lograr golpes mediáticos no obstante saber que eso no
modifica la estructura del crimen organizado. En realidad el descabezamiento lo
hace más sangriento por las disputas fratricidas entre los nuevos liderazgos.
La única diferencia sustancial con respecto a la administración de Calderón fue
el intento de hacer desaparecer de la narrativa todo el tema de la inseguridad.
La negación como un recurso para eliminar una realidad imbatible y desesperanzadora.
La
táctica no habría sido mala si las reformas económicas del Gobierno fueran más
radicales o si Marx hubiera tenido razón y fueran las estructuras económicas
las que definen el edificio social. Pero no es así. Las reformas de Peña Nieto
son demasiado tibias incluso para modificar sustancialmente a la economía, y
esta ya ha dejado de ser una solución estructural frente a los muchos fuegos
provocado por la descomposición de la justicia y la inseguridad pública.
Ha llegado el momento en que el Gobierno
priista debe jugarse el todo por el todo en una apuesta radical y definitiva en
contra de la corrupción, la impunidad y la ausencia del Estado de derecho. Eso
implica transformar a México y transformarse a sí mismo. El problema es saber
si Peña Nieto tiene los suficientes huevos, Gúevo o Wevos que la lucha exige.
ResponderEliminar...przerażający widok...
La Argentina está igual cada día peor x eso opino lo mismo, la democracia
ResponderEliminares para los corruptos, ladrones, etc...que tengas buen día Juan.
Marthu
Tanta razón tienes que mejor me callo.
ResponderEliminarParecía mentira, pero se le complican las cosas a Peña Nieto.
ResponderEliminarNadie olvida y eso preocupa mucho, Juan Pardo
ResponderEliminarMe adhiero a Martha
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