Once años después, en medio de una turbulenta gresca antimonárquica, Felipe VI, con la Reina Letizia siempre a su lado, ha sabido sortear todos los obstáculos y mantener lo que distingue a la Monarquía parlamentaria en Europa: la neutralidad en la Jefatura del Estado.
Al clasificarlas por calidad de vida, desarrollo y libertad, la ONU ha situado entre las diez mejores naciones del mundo a siete Monarquías parlamentarias. Cuando los sectarios hablan de un sistema anacrónico y anticuado, basta darse un paseo por Copenhague o por el Estocolmo vertiginoso para darse cuenta de que los países monárquicos europeos se encuentran instalados en la vanguardia del mundo.
Don Felipe se casó por amor porque así lo exigía la nueva posición de la opinión pública. Y lo hizo con una mujer inteligente que ha conseguido ser aceptada como intachable Reina. El Rey, desde la serenidad y la prudencia, desde la inteligencia y la sagacidad, ha evitado que la Corona cayera en el debate político y la ha mantenido en la más estricta neutralidad, cumpliendo así lo que la Constitución exige de la Monarquía parlamentaria.
Su abuelo Don Juan se sentiría orgulloso de la gestión de Don Felipe, de la austeridad de su vida y de la habilidad política que le ha permitido mantener a la Institución como pieza clave constitucional al servicio del pueblo español. No todos han entendido sus aciertos, no todos están de acuerdo con su gestión al frente del Estado español, pero, cumplida la primera década de su reinado, la mayoría de las españolas, la mayoría de los españoles, han comprendido el mérito extraordinario de Don Felipe. Desde el primer momento el nuevo Rey supo que el cáustico Francisco de Quevedo tenía razón, cuando en el siglo XVII, escribió “que el reinar es tarea, que los cetros piden más sudor que los arados, y sudor teñido de las venas; que la Corona es el peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo; que los palacios para el príncipe ocioso son sepulcros de una vida muerta, y para el que atiende son patíbulos de una muerte viva; lo afirman las gloriosas memorias de aquellos esclarecidos príncipes que no mancharon sus recordaciones contando entre su edad coronada alguna hora sin trabajo”.
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