La Santa Sede y el antitrumpismo.

 El Vaticano valora el encuentro Trump-Francisco: “Han sido conversaciones  cordiales”

González Pons ha escrito un interesante artículo en el que solicita a Su Santidad el Papa que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, se mire en el espejo de la Anglicana y pueda designar obispas. Obispas anti-Trump, que Pons no da puntada sin hilo. En la Santa Sede se ha leído la solicitud de Pons con grandes carcajadas. Los cardenales y obispos sonríen y ríen, pero no abusan de la carcajada que es muestra de incontención seglar. Tuve el honor de conocer a dos grandes cardenales de la Iglesia. El primero era cardenal, y el segundo, lo parecía, pero se comportaba como tal. Monseñor Casaroli, secretario de Estado, el hombre con la mirada más inteligente que he tratado y con un profundo sentido del humor. Era el jefe de la diplomacia Vaticana – veinte siglos de inteligencia-, y de cuando en cuando asustaba a sus interlocutores. –Su Santidad el Papa Juan Pablo II es muy peligroso–. Los que oían su opinión quedaban petrificados. Casaroli, posteriormente, aclaraba sus palabras. –Es el único ser humano que cree en Dios más que el propio Dios–. Y sonreía con su pequeña, su «píccola» broma. Y el otro grandísimo cardenal que tuve la fortuna de tratar, admirar y frecuentar era civil. Don Antonio Garrigues. Hablaba como un cardenal, se movía como un cardenal, rezaba como un cardenal y sonreía como un cardenal. Tenía tres hijas monjas. Irlandesas. Ana, Elena y Mauricia. Un verano logró reunirlas en la casa comillana de Juan, su hijo que no pertenecía a este mundo. La visión de su figura paseando por la cuerda de Oyambre acompañado de sus hijas monjas habría entusiasmado a Rafael o Zurbarán. Como embajador de España ante la Santa Sede, tuvo que pulir y suavizar las nada coincidentes relaciones personales de Su Santidad El Papa Pablo VI, y del Jefe del Estado Español, el Generalísimo Franco. Y logró la promesa del Papa de visitar España. Franco se sintió puenteado, y le llamó al orden. Quería saber hasta que límite había llegado don Antonio en su compromiso con el viaje del Papa.

–Embajador. Me han llegado noticias confusas. Pero todas coinciden en avisarme que usted, Garrigues, está tratando un viaje oficial a España de Su Santidad. Y sabe que, en este momento, con independencia de mi devoción por la figura del Santo Padre, nuestras relaciones personales son mejorables. Pero no le he llamado para eso. Usted, Garrigues, tiene una gran influencia en el mundo de la Educación. Y como usted sabe, una gran mayoría de los colegios y escuelas de España carecen de espacios suficientes para que los colegiales hagan deporte. Usted puede ayudarme, con su innegable influencia, a solucionar este problema. ¿No le preocupa, Garrigues, la falta de instalaciones deportivas en nuestros colegios y escuelas donde los chicos y chicas cursan el bachillerato?–. Y Garrigues puntualizó. –Creo, Excelencia, que se ha equivocado de persona. No tengo tanta influencia. Esa carencia corresponde llenarla de contenido al ministro de Educación. Pero cuente Su Excelencia con mi ayuda, y por supuesto, con mi colaboración– . –Muchas gracias, Garrigues, cuento con usted. Le deseo un buen viaje de vuelta a Roma. Y del viaje de Su Santidad, ya hablaremos cuando sea oportuno–. Y ahí terminó la audiencia.

Cuando se salta de Garrigues a Pons, se siente vértigo. Aquellos eran políticos, y no muñecos profesionales al servicio de sus ocurrencias.

Pons quiere obispas católicas anti-Trump, y yo le recomiendo que cambie de sexo y se postule como la pionera del cambio. Una obispa anti-Trump es lo que necesita ahora la Iglesia. Pons no es un mindundi en el organigrama del poder del Partido Popular. Y se dedica a eso. A eso tan urgente y necesario para colaborar con un cambio de Gobierno que, a Dios Gracias, y no a sus imaginarias obispas, parece que se avecina.

Por esta vez, los cardenales y obispos de la Iglesia, tienen justificada la estruendosa carcajada. Y los españoles, la depresión.

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