¿Dónde se consigue el carné de Intelectual? Todos pertenecen al movimiento cultural del quiero y no puedo, y firman textos que escriben otros como «intelectuales» en activo
Kathterine
Hepburn, la eterna y maravillosa pareja cinematográfica y sentimental
de Spencer Tracy, recelaba de los actores que se consideraban inmersos
en la cultura por el mero hecho de rodar películas. David Niven, que
además de actor cimero era un señor como la copa de un pino, también
expone su estupor por el mismo motivo en sus dos grandes libros
autobiográficos, La aventura de mi vida y Traigan los caballos vacíos
en sus versiones en español. La señora Hepburn era más estricta en sus
apreciaciones. «No entiendo esa manía entre los actores de considerarse
cultos. Los actores nos aprendemos los guiones escritos por otros, y los
interpretamos como nos ordena el director. No tiene mérito alguno».
David Niven, después de una infancia triste y muy inglesa vivida de
internado en internado, y de su estancia en la Escuela Militar de
Sandhurst, cruzó el charco y se dedicó al cine. Su perfecta
pronunciación de Eton resultó ser su primer escollo. «Al oírme hablar,
la gente se reía y no me entendía. Hasta que no aprendí a maullar como
los americanos, doblaban mis diálogos». Lo dijo Bernard Shaw, que sí era
un intelectual. «Inglaterra y los Estados Unidos son dos naciones
hermanas sólo separadas por el idioma». En la Academia de Sandhurst,
David Niven se incorporó al grupo teatral y protagonizó alguna comedia
de Shakespeare, sin actrices. «Era muy complicado. Yo hacía de Romeo, y
Julieta era el sargento Stevenson, que fuera de las tablas, me arrestaba
continuamente. Afortunadamente, el director consideró inoportuno y
fuera de lugar que nos besáramos». Diven era un hombre culto y magnífico
escritor, con un estilo entre Wodehouse y Saki.
La mejor escena narrada
por Niven es el entierro del productor Samuel Goldwyn, que eligió para
su descanso eterno una tumba en la cima de una pradera ascendente. Y
designó a los actores que tenían que llevar a hombros su ataúd, y la
situación de cada uno. Los primeros, a izquierda y derecha, Gary Cooper
que medía dos metros y Mickey Rooney, que no llegaba a los 155
centímetros. Y detrás de Rooney, John Wayne, y de Cooper, un bajito. Y
en pleno ascenso, el ataúd de Goldwyn se deslizó por los hombros de sus
portadores, y descendió patinando sobre la hierba más de trescientos
metros. Los grandes actores eran millonarios, porque habían hecho a los
productores más millonarios aún. Y el dinero que ingresaban provenía
directamente de todas las taquillas de los cines del mundo.
En
España ha habido, y alguno queda, grandes actores. Quizá Fernando
Fernán Gómez es de los pocos que pueden ser reconocidos como
intelectual. Garci, como director, es más intelectual que Berlanga, y
como guionista, el prototipo es Rafael Azcona. Alguno más, claro. Pero
de un tiempo a esta parte, los actores y actrices subvencionados por el
Estado, los directores sumisos al dinero público, y los productores que
producen con los impuestos de los contribuyentes, se juntan y redactan
unos panfletos cretinos y los firman como «intelectuales». Los Bardem,
Aitana Sánchez-Gijón, Carmen Machi, Juan Diego Botto, Luis Tosar,
Carmelo Gómez, Casanova, Aranoa, Almodóvar, Amenábar y demás
calamidades. ¿Dónde se consigue el carné de Intelectual? Todos
pertenecen al movimiento cultural del quiero y no puedo, y firman textos
que escriben otros como «intelectuales» en activo. Arturo Fernández era
un grandísimo actor, pero no se consideraba un intelectual. Juan Diego,
que era infinitamente peor actor que el gran asturiano, sólo por
sentirse comunista, se presentaba como intelectual. Después, los
intelectuales producen sus películas y montajes teatrales con dinero que
no les pertenece, fracasan en la libertad de las taquillas, no
devuelven ni un euro, y siguen viviendo del cuento de los intelectuales.
Pues
nada. Terminan de firmar otro manifiesto. Son sesenta, los
intelectuales. A favor de la amnistía y los indultos. Tendrán
subvenciones a cambio de su intelectualidad. Y las taquillas, vacías.
Qué aburrimiento de gente.
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