Albert Rivera: “Nunca pactaré con el PSOE y mucho menos estando Pedro Sánchez”. Ya estaba pactando.


JP Logística

Este título lo ha recalcado el jefe de Ciudadanos hasta la saciedad, además, mientras estaba pactando con los socialistas. Soros, le ordenó tomar posiciones con el cuento de centro izquierda –nadie sabe que es “centro- , desgastar al ya caído socialismo europeo y desde ahí destrozar apoderarse de la izquierda.

Pero es más que evidente que jugar con el bicho húngaro es jugar a perder. Esta misma historia se la hizo a Pedro Sánchez y como siempre hijo de primos políticos, tonto o dificultoso. El catalán se encuentra sin el novio de izquierdas y tome el camino que tome, muerte política asegurada.


Rivera hubiese liderado un Gobierno moderado de centro-izquierda, más o menos la ideológica por la que su partido apostaba. Un eventual pacto con Pedro Sánchez, de investidura o, como el frustrado de 2016, para la legislatura entera, rescataría a los españoles de una casi segura alianza del PSOE con extremistas antisistema, impediría subidas fiscales contraproducentes para la clase media, frenaría la probable entrega al separatismo catalán de nuevas concesiones y competencias y contaría con el beneplácito indiscutible de la UE. Sin embargo, tal acuerdo no va a producirse porque supone un choque frontal con la estrategia que el líder de Cs ha trazado para tratar de erigirse en el principal referente de la derecha. Una derecha que, en términos económicos, sociales e institucionales se verá objetiva y contradictoriamente perjudicada por esta secta del no es no a la inversa con el que Rivera se atornilló en el rechazo al sanchismo para combatir su incómoda reputación de veleta.

Un ejemplo del efecto pernicioso que en nuestra escena pública ha causado la polaridad banderiza. Nadie puede negar que esa iniciativa, por sensata y pragmática que sea, resultaría hoy para Cs una decisión suicida que destruiría sus aspiraciones de alternativa. Vox y sobre todo el PP se lo comerían, literalmente, apoderándose de su electorado más anti socialista, justo el que Rivera quiso atraer para consolidar una progresión que al final quedó por debajo de sus expectativas. Es obvio que midió mal sus fuerzas, que subestimó la resistencia de los populares y que cometió un error adolescente de autoestima narcisista. La realidad no estuvo a la altura de sus cálculos optimistas, y ahora una posición razonable, de sentido de Estado, se convertiría para él en un laberinto sin salida. Máxime cuando los agentes políticos, entregados a las corrientes de opinión, han perdido su antigua facultad prescriptiva, la que les permitía marcar las pautas a los votantes desde una autoridad moral incontestable y legítima.

Una, otra vez y esta, Rivera se equivocó al encerrarse en un veto que luego, en vez de levantar, ha extendido a Vox limitando aún más sus propios movimientos. Pero quizá su verdadero desacierto haya consistido en abandonar un territorio ecléctico que en su lógica ambición consideraba demasiado estrecho.

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