Este título lo ha recalcado
el jefe de Ciudadanos hasta la saciedad, además, mientras estaba pactando con
los socialistas. Soros, le ordenó tomar posiciones con el cuento de centro
izquierda –nadie sabe que es “centro- , desgastar al ya caído socialismo europeo
y desde ahí destrozar apoderarse de la izquierda.
Pero es más que evidente que
jugar con el bicho húngaro es jugar a perder. Esta misma historia se la hizo a
Pedro Sánchez y como siempre hijo de primos políticos, tonto o dificultoso. El
catalán se encuentra sin el novio de izquierdas y tome el camino que tome,
muerte política asegurada.
Rivera hubiese liderado un Gobierno
moderado de centro-izquierda, más o menos la ideológica por la que su partido
apostaba. Un eventual pacto con Pedro Sánchez, de investidura o, como el
frustrado de 2016, para la legislatura entera, rescataría a los españoles de
una casi segura alianza del PSOE con extremistas antisistema, impediría subidas
fiscales contraproducentes para la clase media, frenaría la probable entrega al
separatismo catalán de nuevas concesiones y competencias y contaría con el
beneplácito indiscutible de la UE. Sin embargo, tal acuerdo no va a
producirse porque supone un choque frontal con la estrategia que el líder de Cs
ha trazado para tratar de erigirse en el principal referente de la derecha. Una
derecha que, en términos económicos, sociales e institucionales se verá
objetiva y contradictoriamente perjudicada por esta secta del no es no a la
inversa con el que Rivera se atornilló en el rechazo al sanchismo para combatir
su incómoda reputación de veleta.
Un ejemplo del efecto
pernicioso que en nuestra escena pública ha causado la polaridad banderiza.
Nadie puede negar que esa iniciativa, por sensata y pragmática que sea,
resultaría hoy para Cs una decisión suicida que destruiría sus aspiraciones de
alternativa. Vox y sobre todo el PP se lo comerían, literalmente, apoderándose
de su electorado más anti socialista, justo el que Rivera quiso atraer para
consolidar una progresión que al final quedó por debajo de sus expectativas. Es
obvio que midió mal sus fuerzas, que subestimó la resistencia de los populares
y que cometió un error adolescente de autoestima narcisista. La realidad no
estuvo a la altura de sus cálculos optimistas, y ahora una posición razonable,
de sentido de Estado, se convertiría para él en un laberinto sin salida. Máxime
cuando los agentes políticos, entregados a las corrientes de opinión, han
perdido su antigua facultad prescriptiva, la que les permitía marcar las pautas
a los votantes desde una autoridad moral incontestable y legítima.
Una, otra vez y esta, Rivera
se equivocó al encerrarse en un veto que luego, en vez de levantar, ha
extendido a Vox limitando aún más sus propios movimientos. Pero quizá su
verdadero desacierto haya consistido en abandonar un territorio ecléctico que
en su lógica ambición consideraba demasiado estrecho.
Comentarios
Publicar un comentario