Al Gran Wyoming, hacienda le reclama más de 4 millones de €. A su payaso, la sociedad acredita, que mocoso e independentista SI es la mismo.
Decía Hans Schnier, el
personaje de Heinrich Böll, que solo cuando salía borracho a escena cometía el
fallo más grave que puede cometer un payaso. Reírse de sus ocurrencias.
Por eso nunca salía sobrio a
escena. No se lo podía permitir en plena resaca nacionalsocialista. En aquella
Alemania contrita y atormentada, no tenían ninguna gracia los chistes de payaso
en pleno uso de sus facultades mentales. So pena de convertirse en una
marioneta ante un público muerto de risa.
La libertad de expresión es
la "madre" de las demás libertades. Una democracia se cualifica como
tal en la medida en que hace prevalecer, no sin límites, la más amplia libertad
de expresión. Es la que amparó a Dani Mateo para en 'El intermedio' de La Sexta
del pasado día 31 de octubre sonarse los mocos con la bandera de España y
considerarla un "trapo". Este gag o sketch se inscribe en un estilo
de humor ácido y provocador, muy propio de estos tiempos en todos los países
democráticos, en los que, como ha ocurrido aquí, se desatan polémicas que se
formulan en términos muy duros y agresivos.
Los telepredicadores progres forrados se ríen
de la bandera de España y de los españoles. Ellos no necesitan a España. Su
patria son sus millones, como los jerarcas chavistas. No les desconcentremos de
su odio. Dejémosles que sigan alejándose de los españoles normales y decentes.
El propio Dani Mateo y el
Gran Wyoming, director del programa, fueron querellados por un gag sobre el
Valle de los Caídos. El asunto quedó en nada porque el juez archivó el caso. Y
es que la prevalencia de la libertad de expresión tiene unos límites normativos
y otros sociales. Son de muy distinta naturaleza, pero a los dos hay que
atender cuando se abordan iniciativas que pretenden una humorada sin el dolo
expreso de perpetrar una ofensa. La reacción del cómico y de la dirección del
programa acreditarían que fueron conscientes del exceso, no tanto por haber
cometido una infracción legal como por haber herido la sensibilidad de miles
(¿millones?) de ciudadanos.
Mocos, críticas y boicot.
¿Cómo zanjará 'El Intermedio' la polémica de Dani Mateo?
Las reprobaciones inundan
las redes sociales después de que el pasado miércoles el colaborador de El Gran
Wyoming simulara sonarse los mocos con la bandera de España
La libertad de expresión
está limitada por el Código Penal con los delitos de injurias y calumnias y,
especialmente, con los llamados delitos de odio; y por la ley civil con la
especial protección a los derechos al honor, la intimidad y la propia imagen. A
Mateo no le condenaría en absoluto el Tribunal Supremo de los EEUU que tiene
declarado que quemar la bandera USA es un ejercicio de la libertad de
expresión, que es legítimo el discurso amenazante contra la vida del presidente
del país o quemar cruces; tampoco lo haría el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos de Estrasburgo que también mantiene una línea jurisprudencial muy
similar a la norteamericana.
En España tanto la Sala
Primera del Supremo como el Constitucional han declarado reiteradamente como
"prevalente" la libertad de expresión, aunque se mantiene el delito
de ultrajes a la bandera y al jefe del Estado, infracciones penales que están
en trance de ser suprimidas pronto en el Congreso de los Diputados y que al
Tribunal de Estrasburgo (sentencia Otegui v. España de 2011) le parecen delitos
de vigencia inconveniente.
El llamado 'procés' ha
creado un contexto en el que ha rebrotado una nueva sensibilidad respecto de
los símbolos nacionales de España
Pero, insisto, hay otra
limitación que es la social y que si se desafía genera consecuencias graves.
Dani Mateo las está padeciendo: acoso en las redes sociales (en ocasiones, con
gravísimas amenazas hacia su persona), retirada de su imagen de publicidad
(algunos anunciantes han abandonado también la franja horaria de 'El
intermedio'), boicot a su local en Madrid, un pequeño negocio que en internet
se ha llenado de comentarios negativos, y, entre otras reacciones de censura a
su sketch, la suspensión en Valencia de sus dos actuaciones en un teatro de la
ciudad con nada menos que 1.500 entradas ya vendidas. Dani Mateo no va a
recibir sanción legal, pero sí social, y en demasía.
¿Por qué esta reacción que
quizás en otros momentos no se hubiera producido? Respuesta sencilla: las
banderas se han convertido en un tótem político de unos contra otros,
particularmente en el escenario —largo y cansino— del proceso soberanista
catalán que ha utilizado ad nauseam la enseña —la estatutaria y la
independentista— con reiterada desconsideración a la de España, objeto de
chacotas, desprecios y agresiones. El llamado 'procés' ha creado un contexto en
el que ha rebrotado una nueva sensibilidad respecto de los símbolos nacionales
de España que se manifiesta, incluso, de modo exorbitante. Cuando a Dani Mateo
se le aplica la fiereza semántica y no meramente la crítica o el reproche, es
que los ánimos están muy, demasiado, encrespados.
Si entramos en una dinámica
emocional descontrolada vamos a perder la autoridad moral y la serenidad de
juicio
Como vasco que durante buena
parte de mi vida he visto el zarandeo más extremo a los símbolos de España,
asistido a muchos funerales con ataúdes de las víctimas del terrorismo
cubiertos por la enseña nacional y soportado como director de un diario —el más
importante del País Vasco— el asedio del nacionalismo sabiniano, advierto que
este clima tan encendido hay que enfriarlo. Primero, midiendo bien el alcance
de los 'sketches' humorísticos en los que se manejen símbolos de identidad
colectiva y luego, dimensionando la crítica con criterios de proporcionalidad.
Porque si entramos en una dinámica emocional descontrolada —que es la que
manejan los nacionalistas catalanes y vascos— vamos a perder la autoridad moral
y la serenidad de juicio.
Dani Mateo —que no ha sido
ni desafiante ni soberbio— ya sabe hasta dónde se puede llegar en según qué
temas. Pero, aprendida la lección, y sin haber cometido infracción legal
alguna, hay que pasar página y no persistir en prácticas que recuerdan más a un
linchamiento civil que a una protesta razonada y razonable
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