Para presidir la conmemoración del 17A, entre Puigdemont, Junqueras o Colau; prefiero al Rey de España, Felipe VI.
Cada vez que se reúne el G-8 hay que
blindar toda una ciudad, situar en su
entorno a miles de policías e incluso traquetear a cientos de antisistema. En este caso, el sentido común basado en la
lógica razón se debería decantar por
suprimir el G-8, o celebrar estas reuniones de brujas por vídeo conferencia, en la luna o en un transatlántico.
Ahora bien que el Rey de Cataluña, en
Barcelona, no pueda acudir a eventos que forman parte de su protocolo, solo
porque una minoría de tarados mentales se lo impida sin causa ni razón justificada,
me parece un proceder de merecido “látigo”.
El que ahora Cataluña sea la hermana pobre
de España, para nada significa que el Rey la olvide, antes fueron otras
comunidades. Mañana habrá conmemoración –exprés- en honor a aquellas personas
que nunca tuvieron que morir. Muy a pesar de que algunas personas sin definir,
fuera de control y con calificativos impropios de la civilización; el Rey de
España, Felipe VI, después del Papa es la persona más influyente del mundo.
Hoy, en su editorial –El Independiente-, Casimiro
García-Abadillo, editaba:
¿Por qué el Rey, Felipe VI no será bien
recibido en Barcelona?.
El Rey acudirá a
los actos conmemorativos de los atentados
terroristas de Barcelona y Cambrils entre fuertes medidas de
seguridad, haciendo frente al rechazo a su presencia por parte del máximo representante
del Estado en Cataluña, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, y poniendo cara de póquer ante la
frialdad de la alcaldesa de la ciudad y organizadora del evento, Ada Colau.
Los independentistas más radicales, la CUP, la ANC, Òmnium e
incluso los CDR han decidido organizar sus propias marchas para no coincidir
con el monarca y así poder insultarle a gusto. Como bien explicaba Agustín Monzón en
su artículo publicado el miércoles, la prensa digital soberanista (bien nutrida
de fondos por parte de la Generalitat) ha empleado los días previos al 17-A
para machacar a Felipe VI utilizando todo tipo de recursos, incluidas citas
del periodista Jaime
Peñafiel. Había que echar leña al fuego republicano que, en
Cataluña, no sólo alimenta el independentismo (el PDeCAT se ha hecho más
antimonárquico que ERC), sino la sucursal catalana de Podemos y el movimiento
de apoyo a Colau.
Pese a los riesgos, Felipe
VI hace bien en acudir a Barcelona. Como máxima
institución del Estado debe estar presente en un acto de recuerdo y homenaje a
las víctimas de un atentado que no atacó en La Rambla por ser catalana sino por
ser uno de los lugares más transitados de una ciudad que representa unos
valores, una cultura y una civilización a la que se pretende destruir.
La
pretensión de la alcaldesa de Barcelona de arrinconar a las instituciones
(empezando por el Rey) para “dar todo el protagonismo a las víctimas” oculta su
acomplejada y oportunista gestión: institución cuando conviene y cuando no,
antisistema. Pero tanto Felipe VI como el gobierno deben tener un protagonismo
especial no por una cuestión de imagen, sino de responsabilidad. Su presencia
significa un compromiso en la lucha contra el terrorismo y en favor de las
víctimas. Colau lo que quiere es evitarse los problemas que ya hubo el año
pasado y que se produjeron cuando ya era alcaldesa de Barcelona.
Felipe VI no sólo representa para
el independentismo el continuador de la dinastía que arruinó su sueño hace dos
siglos, sino que condenó sin paliativos el intento de golpe de Puigdemont
Y el Rey en Cataluña tiene un gran problema por varias razones.
En primer lugar, porque el imaginario nacionalista ha hecho de la Guerra de
Sucesión de 1714 el punto de partida de una supuesta lucha por la independencia
y fue un Borbón, Felipe
V, el que, según ese guión inventado pero repetido una y
mil veces, acabó con ese intento de crear una Cataluña separada de España y
democrática (se supone que el archiduque Carlos hubiera ejercido como rey demócrata).
Hemos visto esta misma semana como Quim Torra reivindicaba ese
espíritu republicano en la localidad de
Talamanca. El nacionalismo no puede vivir sin referentes históricos y un
tanto románticos, olvidando que no hubo ningún movimiento nacionalista hasta
finales del siglo XIX (ni siquiera el carlismo era nacionalista, sino defensor
de unos fueros cuyo garante era precisamente un rey).
La
república frente a la monarquía tiene en España otras connotaciones que
entroncan con el golpe militar de Franco y la guerra civil. Por eso, entre
otras cosas, la causa independentista/republicana tiene tantos adeptos en las
cancillerías y en la prensa extranjera.
Pero, además, en el caso de Felipe VI a todas esas razones se
une su discurso del 3 de octubre de 2017, donde condenó con toda rotundidad el
golpe institucional que se intentó desde la Generalitat por parte de Carles
Puigdemont. Eso no se lo
perdonan los independentistas. Para ellos, el rey debería haber permanecido al
margen de ese reto a la legalidad constitucional. O bien, tendría que haber
abogado por una solución dialogada, pactada, entre los golpistas y el gobierno.
El Rey,
por tanto, no será bien recibido por una parte de la ciudadanía de Barcelona,
la más ruidosa, la que tiene el poder y los medios a su disposición. Pero no
olvidemos que hay otra Barcelona y otra Cataluña que piensa distinto. Una
Barcelona en la que ganó Ciudadanos en las últimas elecciones generales y una
Cataluña dividida en dos, pero en la que hay más personas que quieren
permanecer en España que las quieren romper con ella.
¿Por
qué al menos esos catalanes no se ven representados en su rey según las
encuestas oficiales de la Generalitat? ¿Hay una manipulación burda y descarada
en los sondeos o existe un problema de identificación entre el rey y los
valores democráticos?
Eso es lo que debería de preocupar a los que quieren preservar
la institución monárquica. Pero, para que eso sea así, deberían abrir de par en
par las ventanas de la Zarzuela y preocuparse menos de los cotilleos cortesanos
sobre los conflictos familiares.
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