El Carnaval es transgresión , los viejos se visten de jóvenes, los hombres de mujeres y las mujeres de hombres. con mucha danza y encubrimiento.
Lope de Vega sostenía que
tras la máscara está la subversión, y Pérez Galdós mantuvo que el Carnaval es
transgresión , los viejos se visten de jóvenes, los hombres de mujeres y las
mujeres de hombres. El Carnaval ha sido transformar lo viejo en lo nuevo, reivindicar
la utopía desde la sátira, una fiesta en sus inicios liberatoria. Acaso ello
está en sus orígenes, en las saturnales de los romanos, en la celebración
campesina del tránsito del invierno a la primavera, como dice el aserto latino
semel in anno licet insanire, que más o menos se traduce en que una vez al año
es licito enloquecer.
Carnem levare, o tolere, carnes quitar que el día después
de las carnes tolendas se inaugura la Cuaresma con su carro de lutos previos a
la muerte de Cristo y la prohibición antañona de comer carne durante los
cuarenta días que preceden al viernes santo. Días en que la máscara estaba
jerarquizada, según procedencia, de hijas del teatro, del bien y del mal, la de
Arlechino, en la comedia del arte es negra, la careta del diablo, frente a la
blanca de Polichinela. Miles de máscaras invadían las calles de España el
domingo, lunes y martes de carnaval, hasta que el franquismo prohibió los
disfraces completos, en los días en que se suspendían las prohibiciones de la
vida corriente. Los carnavales de parroquias rurales y aldeas son hoy antropología,
y en las ciudades se pasó de la ingenuidad -¿me conoces, mascarita?- a un
híbrido entre las marchas danzantes y libidinosas de Río o Bahía, llamados
genéricamente desfiles, que exhibiendo un narcisismo de difícil justificación
apelando a los orígenes, ofician una suerte de mixtificación de procesiones
cívicas propiciadas por los ayuntamientos con importantes premios en metálico a
las comparsas y chirigotas que recorren en dos semanas los concellos de toda
una comarca a ritmo de samba o batucada con importados sonidos brasileños.
Es
la teoría y práctica de los carnavales, de lo que se llamaron fiestas de
invierno edulcorando sus contenidos. Se ha unificado el discurso y ya nada
queda de aquellas manifestaciones que se celebraban antes que los ayunos y
abstinencias lo impidieran. Nos queda como consuelo racial y genuino el
epitafio de la larga semana, reflejado en el entierro de la sardina.
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