España, único país donde se castiga a un filántropo.
Filántropo es el individuo que se caracteriza por el amor
hacia las demás personas y sus obras por el bien común sin recibir nada a
cambio. Amor al hombre. Cuando mis neuronas están haciendo revoluciones cuánticas mi perplejidad se esconde.
Con el ejemplo
próximo de sus tiendas y fábricas nos enseñó una verdad perogrullesca, que
cracks como Corbyn o Pablo Iglesias y su banda ratera, todavía no han pillado: los empresarios son los
que crean empleo y además, si son creativos, mejoran la vida de la gente.
Amancio Ortega democratizó la moda.
En la época en que apareció él con sus sorprendentes
tiendas, acceder a un pantalón vaquero americano suponía un acontecimiento para
un adolescente coruñés como yo (un Levis alcanzaba directamente categoría de
utopía en aquella venteada esquina norteña). Amancio/Zara nos hizo a todos
modernos a precio asequible. Nos abrió la puerta del último estilo. Pero además
–y sobre todo– sembró un montón de empleos. El oasis de prosperidad que es hoy
La Coruña, el nivel de vida que se percibe, su modernidad y el diseño
deslumbrante de su hostelería, atienden a un sencillo secreto: allí se
encuentra la sede de la mayor empresa de moda del mundo, creada por un señor
que hoy tiene 81 años y que empezó de mozo en una tienda de camisas ya cerrada.
A diferencia de lo que ocurre en España, en el mundo
anglosajón es casi obligada la filantropía por parte de quienes han hecho
fortuna. Ahí está el ejemplo extraordinario de Warren Buffett y Bill Gates, que
en 2010 implicaron a cuarenta multimillonarios en lo que llamaron The Giving
Pledge (la promesa de dar), el compromiso de dedicar a la beneficencia al menos
la mitad de sus fortunas. Amancio tardó en tener esa sensibilidad. Por talante
personal –es alérgico a llamar la atención– y porque consideraba, no sin razón,
que ya estaba haciendo una obra social enorme con los puestos de trabajo que
había creado. Pero a medida que crecía su fortuna entendió que debía reforzar
su faceta filantrópica.
Levantó un imponente asilo para los ancianos de su ciudad.
Donó enormes cantidades a Cáritas en plena crisis, cuando la organización
católica sostuvo a tantas familias en el alambre. Y el pasado marzo entregó a
la sanidad pública 320 millones de euros –¡53.243 millones de pesetas!, como
dirían los de su quinta– para la compra de 290 equipos oncológicos de última
generación, que salvarán la vida a muchísimos enfermos de cáncer.
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