Si está en una exhibición de castellers, aprovechará para comparar ese prodigio humano con la construcción del nuevo Estado catalán. Si va al fútbol, es para soñar con un equipo que arrincona al equipo adversario, que es el estatal español, hasta derrotarlo por goleada. Si está en una exposición de coches, compara los avances en velocidad con la rapidez con que se construye la independencia. Eso es obsesión.
Pero él no va más se produjo este lunes cuando, en otro acto público, hizo una insólita comparación entre el proceso que lidera y la victoria de la sociedad sobre el terrorismo de ETA. Se había celebrado un homenaje a las víctimas del atentado de Hipercor, en el 30.º aniversario de aquella matanza. Y se nota que, mientras veía cómo se recordaba aquel triste día, mientras conocía los emocionantes testimonios que guarda la memoria, se le presentó la obsesión: «Dilo ahora, Carles, dilo ya». Y no se paró en barras.
No tuvo presentes los sentimientos de nadie. Surgió Puigdemont El Empecinado. Su antecesor Jordi Pujol podrá ser lo que sea, pero al menos sabía distinguir los tiempos y decir: «Ahora no toca». El lunes no tocaba, pero Puigdemont tenía la palabra, había cámaras y tuvo la insolencia de mezclar terrorismo y aspiración nacional.
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