A la miseria moral con semejante pensar/cavernícola de TODOS los podemitas, le derrota ta el ejemplo de hombre español, Amancio Ortega
Por increíble que parezca, aún
hay individuos de la fe que piensan que todo aquel que progresa económicamente
hasta convertirse en millonario es sospechoso y que no es digno de aprecio o
estimación o que moralmente merece ser despreciado. Alguien podría pensar que semejante
pensamiento cavernícola solo puede proceder de países subdesarrollados,
colonizados y sumidos en la miseria, o de mentes más cercanas al discurso de
Pol Pot y Kim Jong-un que al de un político del mundo occidental. Pero no.
Resulta que aquí mismo, en esta España nuestra, al líder de la tercera fuerza
del país, Pablo Iglesias, los ricos le producen urticaria por el hecho de
serlo, hagan lo que hagan y se dediquen a lo que se dediquen.
A Pablo Iglesias
le «ofende», por ejemplo, que Amancio Ortega, una de las mayores fortunas del
mundo, haya tenido la desfachatez de donar a la sanidad pública española 320
millones de euros para ayudar en el diagnóstico y el tratamiento del cáncer.
Pablo por ahí no pasa. «¿Usted qué se ha creído: que esto es un país del Tercer
Mundo?». Esa es la aguda reflexión que le ha merecido el gesto de Ortega al que
se proclama líder de la nueva política, que consiste en convertir la
filantropía en delito. «No me gustan las dinámicas tercermundistas del
millonario que regala dinero al sector público para hacer un hospital», añade
el perspicaz Iglesias, que acusa a Ortega de hacer márketing dando «limosnas».
A
la miseria moral que supone criticar que se hagan donaciones que servirán para
mejorar las condiciones de vida de enfermos de cáncer de todas las comunidades
españolas, añade una demostración de supina ignorancia, confundiendo la
filantropía con la limosna. En las naciones más desarrolladas del planeta, como
Estados Unidos o Gran Bretaña, los grandes millonarios hacen inmensas
donaciones para la investigación y el tratamiento médico. Y nadie, ni de
derechas ni de izquierdas, se siente ofendido por ello o tratado como un
ciudadano del Tercer Mundo.
Al contrario, locos ellos, suelen agradecer que
alguien contribuya con su dinero a mejorar la vida de los demás. A estas
alturas, recuperar el sermón troglodita que reduce la política a un
enfrentamiento entre pobres y ricos, y que anima a escupir a la cara a
cualquiera que prospere y cree puestos de trabajo, no supone adelanto ni
progresismo alguno, sino más bien un retroceso a los abismos más oscuros de la
historia. Enarbolar la falacia de que todo millonario es corrupto por el mero
hecho de serlo, o convertir a los emprendedores y a quienes tienen éxito
profesional en seres abyectos, es un pasaporte a la ruina económica, social y
moral. Mejorar progresivamente de situación, especialmente en el aspecto
económico y social, para tener una vida mejor, para proporcionársela a los
tuyos y para ayudar a los demás es el objetivo de la inmensa mayoría de las
personas.
Por intransitivo, existe esa predisposición genética a mejorar nuestras
condiciones de vida -a hacernos «ricos», en el pedestre lenguaje de Iglesias-,
andaríamos todos en taparrabos y comiendo raíces. Y entonces, querido Coletas, ni
habría sanidad pública, ni todos los filántropos del mundo podrían ayudarnos
contra el cáncer.
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