Esperanza Aguirre, en
su condición de personaje político tiene tres momentos bien diferentes. El
primero es el de la tontita de la alta sociedad madrileña, condesa consorte de
Bornos -con grandeza de España-, y sucesora -por su paralelo histórico- de
Beatriz Galindo (La Latina), que también
se convirtió en vizcondesa consorte de Bornos por su matrimonio con Francisco
Ramírez de Madrid. Durante este período (1983-1999) la señora Aguirre fue
concejala de Madrid durante trece años, y ministra de Educación y Cultura de
Aznar, en el que alcanzó fama de ser errática e incompetente, y solo sirvió -en
la misma línea que Fernando Morán- para ponerle gracia y figura a los chistes
burlones que por entonces se hacían.
En la segunda etapa, en
la que ocupa la presidencia del Senado (1999-2002), y de la Comunidad de Madrid
(2003-2012), la señora Aguirre y Gil de Biedma cambia de registro, y se
convierte en la referencia más clara de este PP que, tras el ínterin del zapaterismo,
llegaría a ser el partido más poderoso de la actual democracia, y el que, con
Rajoy al frente, iba a plantarle cara a la crisis. Al contrario que en su
primera etapa, doña Esperanza se mostró como una lideresa indiscutible, tanto
en el campo electoral (una mayoría relativa y tres absolutas en Madrid), como
en el campo ideológico neoliberal. Y, pese al traje a medida que se le hizo a
posteriori, en el marco de la crisis, cuajó una exitosa labor de gobierno que
fue clave para la victoria del PP en el 2011.
La tercera etapa, la
más polémica, estuvo marcada por su enfrentamiento abierto y fracasado con
Mariano Rajoy en el congreso de Valencia. En el intento de culminar su carrera
como presidenta del Gobierno nació el teatral personaje que ahora dimite y se
derrumba, no tanto por su trayectoria, como por haber tomado todas sus
decisiones y actitudes con la obsesiva intención de marcarle el camino a
Mariano Rajoy. Con esa finalidad fue asumiendo riesgos y autocríticas en los
casos Gürtel y Púnica, y forzando su candidatura a la alcaldía de Madrid, hasta
convertirse en un número suelto e incómodo del PP de hoy.
Por eso dimite
Esperanza Aguirre, le faltaban días para que se terminase su mandato. Para decirle a Rajoy que cobarde el último y que así se
hace, y arrastrada al abismo por el personaje de lideresa que poco a poco se
fue creyendo. Y por eso me temo que, aunque es posible que Aguirre tenga razón
en que así se asumen responsabilidades, esta caída sea su tercer fracaso frente
a la esfinge Rajoy, que debe respirar aliviado por el suicidio -bastante esperado-
de tan incómodo personaje.
Mi opinión, no
obstante, es que era una política de pies a cabeza, y que, si no vuelve a
rebelarse contra su propio destino, tendrá una historia muy confortable. Aunque
debo confesarles -para que vean que nada le debo- que nunca la vi en persona,
ni tuve el gusto de hablar con ella.
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