A Alexis Tsipras -ídolo
de indignados y de los el qué hago- le gusta más el poder que comer a panza
abierta. Pero no el poder de Atenas, sino el que le permite codearse con Merkel
y Hollande, con Dijsselbloem y Schäuble, y con Lagarde y Draghi. Se pirra por
hacerse fotos con ellos y salir en los grandes diarios europeos. Y por eso hizo
la retorcida maniobra que ahora quiere culminar con unas elecciones
anticipadas.
Consciente de que el
comunismo ya no da poder, y oliendo de cerca las oportunidades de la crisis,
optó por reconvertirse al populismo. Y así, agregando cabreados, creando
enemigos exteriores, prometiendo utopías y eximiendo a su pueblo de cualquier
responsabilidad en la desfeita, llegó a la presidencia del Consejo Ministerial
con envidiable soltura. Pero tan pronto como tocó poder abandonó la épica y el
heroísmo, y se fue a pactar con Merkel como un alumno aplicado. Olvidó que
«otra Europa es posible», aceptó los rescates y los ajustes y puso a su
lugarteniente Varufakis a los pies de los caballos. Después cogió la pasta y se
fue al Parlamento, para explicar que acataba el modelo liberal europeo por la
misma razón que poco antes lo había rechazado. Y solo con la pirueta de la
dimisión pudo evitar que se lo merendasen los mismos que lo habían encumbrado.
Tsipras, que tenía una
mayoría casi absoluta desde hace seis meses, laminó a sus adversarios políticos
y encontró el filón de los acuerdos que le brindaron los europeístas de la
oposición. Y por eso hay que preguntarse -salvo que creamos la monserga de que
las elecciones son un referendo sobre la negociación del rescate- para qué
quiere disolver ahora el parlamento. Y la única explicación política es esta: lo
que quiere Tsipras es esmendrellar a Syriza, deshacerse de su ala más radical e
indignada y recomponer una mayoría a su medida, que, como es evidente, debe ser
posibilista, centrada, con capacidad para apoyar la plena integración en el
modelo político europeo, y con la esperanza de que la antes odiada Merkel le
agradezca el esfuerzo cuando la ocasión sea propicia.
La verdad creo que está rectificando en la buena línea.
Creo que se va a desprender del lastre indignado que le llevó al poder. Creo
que pasará a ser un político calificado de hábil por todos los yuppies que no
distinguen la habilidad del oportunismo. Y creo que va a ganar las elecciones.
Lo que no creo -y ahí está el busilis- es que sea un político decente, ni que
haya beneficiado a los sectores más pobres y marginados de Grecia. Solo
conquistó el poder por donde más fácil le era. Y solo quiere hacerse trajes
nuevos, y comprarse buenas corbatas, para ir a cenar con Merkel. Porque las
revoluciones de la era mediática suelen ser así: de cartón piedra -que no
resiste el invierno- y muy caras para el pueblo que las jalea primero y las
paga después.
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