Hoy en día, nadie es dueño de sus propias ideas, de su pensar, de su propio intelecto; todo está condicionado al poder, dueños y amos de nuestro ser. En cambio somos más libres de concepto que los pudientes y no se trata de una espiral, sencillamente, hemos ganado solo en libertad de movimiento, pero ya tienen encargado "el collar" NO DEJEMOS QUE NOS ATEN. ¡¡GRITAD¡ ¡LA VERDAD¡
De sobra sabemos que la
imparcialidad es imposible y más aún la verdad, que cada cual cuenta la
historia a su manera porque la percibe también de forma singular y no idéntica
a como la ven otros. Aun así, y aceptando estas limitaciones indiscutibles
porque son humanas, existen intereses económicos que propician el poner el
acento en lo que excita más la curiosidad, sea o no lo más importante. Más aún,
existen ideologías interesadas en ocultar aspectos de la realidad,
especialmente cuando ésta puede llegar a ser muy problemática, como tiende a
serlo en el caso de la inmigración. Aunque las personas que inmigran son, de hecho,
los sujetos de la noticia, éstos casi nunca son fuente de información, sino
meros objetos de la misma. Las fuentes suele ser la policía, la administración,
la política, fuentes, en cualquier caso, interesadas en ofrecer una determinada
cara de los hechos. A todo ello hay que añadir, ese tejido de complicidad que
mezcla al periodismo con la política de partidos y que tiene como consecuencia
un discurso que es mero enfrentamiento, alejado de la voluntad de dar buena
cuenta de algo que debe formar parte del interés público. No es que haya, por
parte del informador, una clara intención de distorsionar los hechos. Los
periódicos salen todos los días, deben llenar páginas y páginas con lo más noticiable,
compitiendo con el periódico rival, sin tiempo para investigar a fondo temas
que, en sí mismos, son muy complejos. La tarea del periodista no es sencilla.
Fácilmente se crean inercias y rutinas que llevan, nadie sabe por qué, a
incidir en aquellas imágenes y anécdotas que resultarán más impactantes y
emotivas, sólo por eso se seleccionan. Pero ese cúmulo de razones pone de
relieve que, en definitiva, vender el periódico es más importante que hacerlo bien.
De ahí la necesidad de que el crítico y el estudioso planteen una serie de
preguntas que hagan reflexionar al periodista: ¿por qué la noticia es noticia?
¿cuáles son los valores que orientan la narración? ¿qué se está buscando,
además de informar?
Hoy ya nadie puede
observar la realidad directamente. Sólo lo más cercano nos es dado ante
nuestros propios ojos. Lo demás, los temas sobre los que se polemiza, se
discute o se legisla, los conocemos sólo porque los medios de comunicación
escriben y hablan de ellos. El modo como nos cuentan lo que ocurre determina
sin duda nuestra percepción y nuestras creencias sobre muchos fenómenos que
desconocemos. Si los inmigrantes provocan reacciones xenófobas, es porque
alguien trata de convencernos de que su lugar está en otra parte mejor que
entre nosotros. Los relatos sobre los
inmigrantes que recibe el ciudadano son todos negativos. Sólo atendiendo al
lenguaje utilizado, uno percibe que éste se nutre de palabras que invitan al
rechazo: ilegalidad, sin papeles, naufragios, desaparecidos, niños que deben
ser atendidos, desbordamiento; en suma, sólo problemas para las islas y para la
población. Las metáforas que se construyen representan al fenómeno migratorio
como una situación incontrolable y amenazante: “goteo incesante de cayucos”,
“riadas de inmigrantes”, “marea constante”, “oleada de irregulares”,
“desembarco masivo”, “avalancha imparable”, “al borde del colapso”, “situación
límite”
Quienes trabajan en los
medios deben responsabilizarse de su trabajo y aprender a dilucidar entre la
auténtica información y lo que no tiene otro objetivo que la propaganda: propaganda
que el medio se hace a sí mismo llamando la atención, o propaganda del grupo político
a cuyo servicio el medio se rinde. La profesión periodística se rebela
fácilmente contra los controles, incluso las críticas, que ponen en cuestión su
trabajo. Apelan a la autorregulación como única medida. A lo que hay que
replicar que ojalá hubiera una auténtica autorregulación.
Porque ello
significaría, en primer lugar, que las empresas periodísticas se dotan de
libros de estilo o guías de buenas prácticas que tratan de dar respuesta a los
problemas que plantean las informaciones más difíciles. Autorregulación
significa, además, voluntad explícita de aplicar las normas que uno se ha dado
a sí mismo. Tal es el auténtico sentido de la autonomía: ser libre, por supuesto,
pero no para decir cualquier cosa, sino lo que se debe decir en cada caso, de
acuerdo con los principios y valores que todos decimos compartir. Pero hay otra
cuestión. El dicho habitualmente repetido de que tenemos los medios que nos
merecemos no carece de fundamento. El ciudadano no debiera dejar pasar tranquilamente
y sin inmutarse las informaciones que claramente distorsionan, manipulan o convierten
en noticia lo que en puridad no lo es. Los medios de comunicación son piezas
clave de una información que, por otra parte, no puede agotarse en ellos. Los
medios dan datos sobre unas realidades que el ciudadano, si está comprometido
con la democracia, tiene la obligación de intentar comprender por sí mismo. Más
aún cuando los medios electrónicos, la red, nos sitúa ante un magma informativo
que será mero ruido si no somos capaces de seleccionar y separar lo que vale de
lo que sólo es bazofia.
Es inevitable que la
información mediática simplifique los hechos. Es sintomático que el tratamiento
dado a la inmigración oscile “entre la compasión y la xenofobia”. El problema
de quedarse en las meras reacciones emotivas o viscerales es que lo mismo que
genera compasión y solidaridad en el primer momento, producirá actitudes
racistas cuando empiece a ser molesto. Con una información sesgada y
superficial, nada abona el terreno adecuado para que puedan discutirse y diseñarse las
actitudes y las políticas que necesitamos a fin de que los inmigrantes trabajen
en condiciones humanas, tengan acceso a los servicios públicos, tengan viviendas
aceptables y se sientan bien recibidos y tratados por la sociedad en la que
escogen vivir.
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