Esta mañana, el Presidente de Gobierno,
Mariano Rajoy, se la ha metido con violencia y llanto al extraviado líder
socialistas, Pedro Sánchez y por ende a sus socios de Gobierno, Pablo “de la
Iglesia”, Manuela, Ada y resto de bichos políticos de mal vivir o vividores del
populismo que les determina. Contra todo pronóstico y cuando nadie imaginaba “ese
pase a lo Curro Romero”, Rajoy ha obligado a votar a favor o en contra de la
participación de España en el tercer rescate económico griego (diputados del congreso y del
parlamento europeo). Rajoy es un tipo listo, responsable y formado, otra cosa
es que la situación que heredó de Zapatero le haya obligado a tomar medidas un
tanto impopulares. Después ha dejado que el mamarracho socialista entre con
fuerza en el tema Bankia, hoy no le ha recriminado nada, pero seguro ha tomado buena
nota, merece recordar que Pedro Sánchez era consejero de dicha financiera y,
entre otros, aprobó la compra del Banco de Miami.
Un breve repaso, Tsipras
partía de la extendida y absurda teoría de que los recortes se deben a una
conspiración neoliberal de Merkel y la troika y no al hecho de que la crisis
trajo consigo paro, crisis fiscal y recesión, a lo que en Grecia se unía un
Estado casi fallido, incapaz de reducir un delirante presupuesto militar, crear
un verdadero sistema impositivo, acabar con la corrupción estructural y cortar
las prebendas de una oligarquía con privilegios medievales.
Sobre tal delirio
convenció Tsipras a la mayoría de los griegos, en un acto en el que había tanto
de soberbia como de estupidez, de que él sería capaz, porque tenía un ministro
muy macho y docto en insultos barriobajeros capaz de tumbar a todos los
Gobiernos de la UE. Fue otra de sus acrobacias que, como era de esperar, acabó
como el primero: con el primer ministro destripador y muy maltrecho, en medio
de la pista donde se desarrollaba la partida.
Lejos de aceptar el
principio de la realidad, que marca, frente al del placer, la madurez de un ser
humano, el líder de Syriza creyó encontrar la llave para romper las reglas de
juego en su favor en un desgraciado tercer salto mortal: un referendo
demencial, en el que los griegos no solo desconocían por completo las
consecuencias de su voto, sino que se pronunciarían sobre una propuesta
inexistente. Tsipras ganó el referendo y creyó que eso mejoraría su posición
negociadora, cuando era fácil prever que ocurriría lo contrario.
Y así fue. El primer
ministro griego, tras sus tres saltos mortales, y ya al borde del abismo,
aceptó al fin, pues no hacerlo habría significado la quiebra del país, un
rescate que, dada su envergadura, endurece las condiciones de la oferta contra
la que Tsipras logró el voto de su pueblo. Con lo que el final de esta historia
ha acabado por ser tan demencial como el principio: tras aceptar unos recortes
contra los que pidió, y obtuvo, el no en un referendo, Tsipras se lo pasa por
el arco del triunfo, pone a parte de Syriza en pie de guerra y se convierte en
el gran defensor de un durísimo programa de recortes contra los que nació
precisamente el partido que lidera. ¿Alguien da más?
Y todo, claro está, con
las mejores intenciones, esas de las que, como se sabe, el infierno está
empedrado. También, ¡ay!, el que le espera a los griegos tras las acrobacias
mortales de un presidente que se ha
jugado en ellos, no solo su vida, sino la de su pueblo, Grecia.
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