Cualquier noticia
sobre corrupción o mala gestión de los recursos propios hace que los latinos en
general veamos más cerca el horizonte oscuro con nubarrones cargados de miseria
y compañía que se nos avecina. En realidad no solo es propio de agorero
ver la verdad. Al final, el pueblo, impondrá el Ministerio de la verdad,
algo parecido al de George
Orwell. Pero ¿Quién sería el primer Ministro?
Atravesamos,
posiblemente, la peor época de la realidad, de la verdad, en torno a la
economía de la que aun siendo escépticos, también dependemos. Todos sospechamos
de todos y nadie sospecha de la raíz del mal. Y eso tiene el peligro de
tornarse asfixiante para quien tiene la obligación no solo de cumplir la ley,
sino también de prestar servicios, de hacer que las cosas funcionen. En este
sentido, me llegan constantes quejas de parte de los gestores de centros
públicos, de políticos y decisores de cualquier esfera institucional, aludiendo
al clima enrarecido en el que se ven obligados a actuar. Se parte de la sospecha.
Uno es presuntamente culpable y tiene que escalar la montaña de la desconfianza
antes que nada. Es como si el ambiente flotase constantemente la palabra
“prevaricación”, y obviamente, cualquiera que rodea a los decisores trata de
blindarse de una posible contaminación. No hay que olvidar que tras los
escándalos de Roldán y los hermanos de Alfonso Guerra (1993), se modificó la
Ley de Contratos del Estado en un sentido más restrictivo. No es que no haya
motivos para que la gente esté escarmentada, pero hemos de reconocer que por
muchos que sean los casos detectados y puestos al descubierto, sigue siendo
cierto que una inmensa mayoría de políticos y gestores públicos no están
sujetos a escrutinio procesal alguno. ¿O miento?
No solo el
problema radica en la concatenación de actos delictivos que han
coincidido en el tiempo. Lo que, realmente, ha enardecido al pueblo
es la convicción de que se había creado un verdadero sistema de captura
de las instituciones y de los recursos públicos en beneficio de unos pocos. De
unos pocos que, además, amparándose en el ejercicio de la política, los
intereses de partido y las razones de Estado, se forraban y se siguen forrando
impunemente. ¿Cómo logramos acabar con ese saqueo de lo público sin convertir
la gestión de los asuntos públicos en una selva de procedimientos, garantías y
cautelas que al final conviertan en maquinal lo que necesariamente ha de gozar
de una cierta capacidad de elección y de discrecionalidad? Es evidente que si a
un gestor le dices que ha de hacer, con qué dinero cuenta para hacerlo, le
exiges autorización cada vez que quiera mover un euro, y además le dices
exactamente porque vía ha de gastarlo, la función de gestión queda reducida a
la de tramitador de papeles. Y al final todos salimos perdiendo de una labor
más segura, pero probablemente menos eficaz y eficiente. Tradicionalmente se
consideraba que era imposible descentralizar la capacidad de decisión y
controlar su cometido al mismo tiempo. Hoy sabemos que eso es posible si se
utilizan convenientemente circuitos compartidos de información, protocolos de
actuación que marquen campos propios de decisión y responsabilidad, y si además
se parte de la exigencia de transparencia hacia todas las partes interesadas en
la gestión de los asuntos públicos.
Los formatos actuales de poder han de situarse en un nuevo
escenario de información y transparencia, argumentando con evidencias, y
abriendo puertas y ventanas para que la labor de gestión sea al mismo tiempo
eficaz y democrática (en el sentido de compartida). Necesitamos generar
instancias de acompañamiento ciudadano a la labor de los gestores públicos, que
compensen las rigideces de la burocracia administrativa con los estímulos de
las necesidades colectivas. Transparencia y vigilancia compartida, evaluación
de políticas en la que intervengan expertos y ciudadanos organizados, y la
posibilidad de que en última instancia los tribunales puedan ser vías para que
la necesaria autonomía en la gestión pública, su imprescindible margen de
acción, quede compensado por la voluntad de coproducir buen gobierno por parte
de todos. Lo importante es evitar que resurja ese entramado de intereses y
posiciones de poder que encontraban los resquicios para saquear lo público.
Pero si algo tenemos claro es que la democracia en su ámbito latino no nos hará
libres
Comentarios
Publicar un comentario