Libertad ardida
Franco no persiguió a Víctor Manuel. Quizá porque doña Carmen, su esposa, era asturiana, y las mujeres mandan mucho, quizá porque recordaba el homenaje cantado de lealtad ardiente y ardida que dedicó al Generalísimo con motivo de los XXV Años de Paz
Nos
emocionó con el retrato cantado y melódico de su abuelo Víctor. Esa
vara nerviosa de avellano, ese permanente descanso en el quicio de la
puerta, esa tristeza entregada al recuerdo de la mina… Muy bonito.
También con la novia en Oviedo, a la que no podía visitar porque sus
padres la encerraban en casa porque «non quier que nos casemus/ porque yo non tengu ná». Ella estudiaba «con les monjes» y «non paraba de llorar/ no me llores más Carmina/ que estu prontu
pasará». En fin, una preciosidad de historia de amor de imposible
resolución positiva. Música pegadiza y letra alarmante y turbadora.
Victor Manuel.
Finalmente se olvidó de Carmina, la que estudiaba con «les
monjes» y se casó con Ana Belén, la de los dientes, la niña prodigio de
nuestro cine malo que sustituyó a Marisol. Y se hicieron comunistas,
que es lo más rentable que se puede ser en España. Ser comunista en una
sociedad libre garantiza el buen negocio. A pesar de ello, Franco no le
persiguió. Quizá porque doña Carmen, su esposa, era asturiana, y las
mujeres mandan mucho, quizá porque recordaba el homenaje cantado de
lealtad ardiente y ardida que dedicó al Generalísimo con motivo de los
XXV Años de Paz. Emoción a raudales. Más que cumbre, estuvo «himalayo»,
culminando sin esfuerzo la cima más alta del mundo del franquismo. Lo
editó la casa discográfica «Belter», en un microsurco de 45 revoluciones
por minuto, que hoy en día es joya inalcanzable para los coleccionistas
y los comisarios políticos de la Memoria Histórica. La hermosa canción
se titula «Un Gran Hombre», y si las lágrimas que ya no tengo me
permiten transcribirla en su totalidad, procedo a ello con precisión
notarial.
Hay un país
Que la guerra marcó sin piedad.
Ese país
De cenizas logró resurgir.
Años costó
Su tributo a la guerra pagar,
Hoy consiguió
Que se admire y respete su paz.
No, no conocí
El azote de aquella invasión,
Vivo feliz
En la tierra que Aquél levantó.
Gracias le doy
Al Gran Hombre que supo alejar
Esa invasión
Que la senda venía a cambiar.
Que la guerra marcó sin piedad.
Ese país
De cenizas logró resurgir.
Años costó
Su tributo a la guerra pagar,
Hoy consiguió
Que se admire y respete su paz.
No, no conocí
El azote de aquella invasión,
Vivo feliz
En la tierra que Aquél levantó.
Gracias le doy
Al Gran Hombre que supo alejar
Esa invasión
Que la senda venía a cambiar.
(Perdón.
Un momento. Debo secarme las lágrimas que ya me fluyen y nublan los
ojos. Lo de la senda es muy fuerte. Bien. Vuelvo a estar en condiciones.
Prosigo. Cierro paréntesis).
Otros vendrán
Que el camino no habrán de labrar,
Él lo labró
Y a los otros les toca sembrar.
Otros vendrán
Que el camino, más limpio hallarán.
Deben seguir
Por la senda que Aquél nos marcó.
No han de ocultar
Hacia el hombre que trajo esta paz
Su admiración.
Y por favor,
Pido siga esta paz.
Que el camino no habrán de labrar,
Él lo labró
Y a los otros les toca sembrar.
Otros vendrán
Que el camino, más limpio hallarán.
Deben seguir
Por la senda que Aquél nos marcó.
No han de ocultar
Hacia el hombre que trajo esta paz
Su admiración.
Y por favor,
Pido siga esta paz.
El
final es apoteósico y literariamente cervantino. Ese «y por favor, pido
siga esta paz» merece reflexión aparte. No es sencillo culminar de
manera más brillante un texto cantable. No venía al caso finalizar la
rapsodia con un «colorín, colorado», por aquello de la censura. Y como
botánico de la palabra, maestro del verbo, y haciendo gala de su buena
educación, cerró su obra culminante con ese «y por favor, pido siga esta
paz», siete palabras que resumen el espíritu ardiente y ardido de su
mensaje. Victor Manuel.
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