Pedro Sánchez se ve derrotado y ridiculizado. Por o que ha
decidido emprender una proclama completamente suicida. El problema es que
todavía nos queda año y medio.
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Si a alguien le quedaba alguna duda de que el presidente
del Gobierno pudiera llegar a recapacitar en algún momento tras el descalabro
de Andalucía y variar el rumbo con vistas a las próximas elecciones generales,
en el Debate sobre el estado de la Nación ha quedado demostrado que Pedro
Sánchez no tiene la más mínima intención de hacerlo.
Es decir, el presidente acabará sus días en Moncloa
insistiendo en la vía que le ha traído hasta aquí: mucha propaganda, recetas de
corte populista y pactos con sus socios independentistas, tanto vascos como
catalanes.
Las medidas anunciadas para contener la inflación son una
retahíla de disparates cuyo único objetivo es buscar a la desesperada los votos
de los más incautos. Pero ni con esas lo conseguirá Sánchez. Una mayoría de
españoles ya ha dado la espalda al presidente, como atestiguan las últimas
elecciones y los sondeos recientes, y será muy difícil revertir la situación.
Anunciar un impuesto a las compañías energéticas y a la
banca puede que sea lo más popular si hacemos una encuesta entre los ciudadanos
y les preguntamos cuáles son las empresas más odiadas, pero ni conduce a nada
bueno ni resuelve los problemas que tenemos encima de la mesa. Como muy bien
están indicando los expertos, imponer ahora más impuestos a esos sectores sólo
puede generar una mayor inflación, como también se ha visto con la bonificación
de los carburantes, que ha terminado por llevar el litro de gasolina a cotas
nunca vistas.
El beneficio es la prueba de que una empresa está bien
gestionada, no la consecuencia de que sus directivos sean unos ladrones.
Además, apuntando de esa manera, Sánchez comete la
terrible irresponsabilidad de criminalizar dos sectores clave de la economía,
constituidos por empresas que generan riqueza, algunas de las cuales pasean la
marca España por medio mundo. Por no hablar de esa sistemática demonización de
los beneficios, como si las empresas lo único que pudieran tener fueran
pérdidas. El beneficio es la prueba de que una empresa está bien gestionada, no
la consecuencia de que sus directivos sean unos ladrones. Pero da igual, a
Sánchez le importa un pimiento llevarse por delante esas empresas (véase el
hundimiento en bolsa tras anunciar su plan), como también ocurrió días atrás
con Indra tras asaltarla de forma descarada.
Sánchez el generoso
Al mismo tiempo, Sánchez se ha puesto, cual Leonardo
DiCaprio en El lobo de Wall Street, a repartir dinero de forma indiscriminada.
¿Tiene sentido que los abonos de trenes de media distancia vayan a ser
gratuitos en otoño? ¿Pero a qué cabeza se le ha ocurrido semejante barbaridad?
Esperemos que esa medida no llegue a aprobarse nunca porque, de lo contrario,
miles de madrileños, por poner sólo un ejemplo, acabarían yendo gratis a sus
chalés en la playa a costa del erario público.
Castigar a los ricos y premiar a los pobres. Ese el falso
mensaje que ayer nos quiso colocar Sánchez. Fue, como venía haciendo en los
últimos tiempos, la confirmación de que ya está construyendo el relato para el
día después de perder las elecciones: «Me han echado los poderes fácticos». Un
mensaje victimista en el que, para variar, nada de lo que sucede hoy en España
es responsabilidad del Gobierno, sino fruto de una sucesión de calamidades
imposibles de prever. Sánchez es un mago escurriendo el bulto: la culpa siempre
es de los demás.
Por tanto, y a pesar del castañazo que se pegó en
Andalucía el 19-J, el presidente no tiene previsto variar de estrategia. Por
eso no le ha temblado el pulso a la hora de pactar la ley de memoria con Bildu,
por eso ha convocado de inmediato otra reunión con Pere Aragonés, por eso no piensa
retirar su propuesta para asaltar el Tribunal Constitucional. Como se ve
derrotado, ha decidido emprender una deriva completamente suicida y morir
matando. El problema es que todavía nos queda año y medio de carnicería.
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