Cadenas y medios de comunicacón "a la orden" del dictador, Pedro Sánchez
«A Sánchez solo le faltó dar
a los fallecidos las gracias por morir. Por España y por su presidente»
El gobierno necesitaba un
empujoncito para mejorar España y parece ser que la pandemia se lo ha dado. Así
lo dijo Sánchez y solo le faltó dar a los fallecidos las gracias por morir. Por
España y por su presidente.
Las declaraciones de Sánchez
me han recordado a ese capítulo de The West Wing donde ante una crisis política
que hace olvidar, momentáneamente, la enfermedad que el presidente había
escondido a la opinión pública, la portavoz declara que el presidente se siente
«aliviado de poder centrarse en lo que de verdad importa». Allí, claro, las
declaraciones son un desliz y desatan un escándalo nacional, mientras que aquí,
siendo premeditadas y de teleprompter, no pasan de lamentable anécdota recogida
en algún triste artículo. Pero ellos tenían a Sorkin y nosotros, por no tener,
no tenemos ni a Iván Redondo.
Aunque la memoria es
caprichosa, lo de Sánchez se parece algo más a ese viejo chiste en el que algún
homólogo suyo proclama, orgulloso y eufórico como él mismo, que «cuando
llegamos al gobierno, el país estaba al borde del precipicio. Ahora hemos dado
un paso adelante».
Quizás porque en nuestra
política, como en la vida misma, el progreso que conlleva cada paso adelante es
cuanto menos relativo. Y así lo hemos visto en todos y cada uno de los pasos,
firmes, decididos, informados y guiados siempre por la ciencia y el interés
público, que ha ido tomando el presidente o el Gobierno o las comunidades según
convenía, en la lucha contra el covid. El último, este de rebajar las
cuarentenas en casa -que sirven de algo- y aumentar las mascarillas por la
calle -que no sirven de nada-, que se supone que se da para no dañar todavía
más la economía y la salud mental de los españoles.
Por la economía solo no
será, claro. Porque sabemos, desde el principio de la pandemia, que la economía
sólo le preocupa a Ayuso y a los asquerosos ricos. Este Gobierno ha priorizado
la salud durante toda la crisis y lo seguirá haciendo ahora con la salud
mental. Porque la salud mental es uno de esos problemones que para nosotros son
el peor de los dramas pero, para el Gobierno, la mejor de las excusas. Es uno
de esos problemas que son tan difíciles de medir y tan difíciles de resolver
que no piden soluciones sino buenas intenciones.
Para luchar contra la
pandemia de la salud mental basta con mucha comprensión, empatía,
acompañamiento y una nueva partida presupuestaria cuando convenga que con
suerte nos pagarán entre Bruselas, la deuda pública y la inflación.
Con la salud mental pasa
como con la violencia de género, que nunca había recibido tanto presupuesto
público y que nunca, y según presumen ellos mismos, había estado peor. Y,
añadiré con un cinismo que no es tan mío como suyo, lo mismo da. Porque es mentira
y porque de lo que se trata no es de solucionar el problema sino de insistir en
existencia (perenne, claro, que prometer plazos de resolución poco realistas es
cosa de rufianes). Y porque mientras exista el problema, como el covid, por
cierto, se justifican por sí solas las medidas excepcionales y se excusan por
sí solos los excesos y las injusticias que de buena fe, siempre de buena fe,
puedan cometerse. No se trata de curarnos, sino de convencernos de que estamos
enfermos y necesitamos su empatía, su ayuda y su guía.
Cuando se trata de «hacer
política» para el Gobierno nuestros mayores problemas son, como decía aquel «a
good servant but a bad master». Que quiere decir que nuestros problemas,
incluso los más profundos e importantes, son problemas del Gobierno cuando
sirven a su propaganda pero no cuando pretenden marcarle la agenda.
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