Quim Torra le declara una guerra de amor a Pedro Sánchez. Nada nuevo, independencia y "suelta de los políticos presos"
Nada fuera de lo previsible
en la conferencia política de Quim Torra, solo que en principio se pensaba en
un solo objetivo y, al final, han sido dos bastante claros. El primero,
convocar a las masas a la calle en un ejercicio de movilización permanente que
mantenga la tensión en el espacio público de ahora hasta que el Tribunal
Supremo dicte sentencia sobre los políticos independentistas encarcelados. Y el
segundo tratar de amenazar al Poder Judicial
español con el inútil propósito de amedrentar a los magistrados que han de juzgarlos.
Para eso ha tenido una
intervención de una hora larga que ha constituido todo un desafío al Estado
español trufado de apelaciones del más grosero corte mitinero destinado a
encender o más bien, incendiar, a las masas. Es un órdago a la grande en toda
regla desde el momento en que ha anunciado que no admitirá “ninguna sentencia
que no sea la libre absolución de los encausados” porque en caso contrario ya
comunicará, después de haber convocado a ese parlamento que los
independentistas mantienen cerrado porque no les sirve ahora mismo a la consecución
de sus propósitos, las decisiones a adoptar. Está anunciando o amenazando al
Gobierno de Pedro Sánchez con una insurrección alentada desde el ámbito
parlamentario.
Está amenazando al Gobierno,
si es que se le puede denominar así con una insurrección alentada desde el
ámbito parlamentario.
El planteamiento del señor Torra, secundado por los asistentes
a su discurso, que han aplaudido con entusiasmo y han cerrado con gritos de
“¡libertad, libertad!” ha quedado claro desde el inicio: no admite otra salida
ni otra solución que no sea la
consecución de la independencia a través de un referéndum de autodeterminación
que insiste, mintiendo, que es un derecho reconocido internacionalmente a todos
los pueblos del mundo. Pero es una pérdida de tiempo dedicarse a desmontar las
innumerables falsedades formuladas por el presidente de la Generalitat en su
intervención. No tiene sentido volver a explicar por enésima vez a las personas
razonables el cúmulo de falsedades que se han acumulado en sus palabras.
Por cierto, que la cosa
tiene visos de constituir el primer capítulo de un minucioso programa preparado
con detalle y que quienes lo han pergeñado tienen la determinación de llevarlo
a término lo demuestra la visita que, precisamente el día en que el presidente
de la Generalitat exponía sus planes de actuación y formulaba sus amenazas
contra el Estado de derecho español, el astuto Artur Mas giraba a Waterloo para
entrevistarse con el fugado Puigdemont. Mas se apunta al que él cree caballo
ganador y no quiere quedar fuera de esta jugada que le puede devolver a la
actividad política. Al fin y al cabo, este que vemos hoy es el resultado de su
acción política iniciada en 2012. Es lógico que quiera recoger los laureles si
los dados caen de su lado.
Lo que ha hecho Torra es
lanzar al Estado español un auténtico
órdago político a la grande
Pero lo que importa aquí es
medir el calibre de su radical desafío y preguntarse qué clase de respuesta va
a recibir por parte del Gobierno de España. Porque lo que ha hecho Torra es
lanzar al Estado español un auténtico
órdago político a la grande y ya no cabe decir que no son las palabras sino los
hechos los que provocan los problemas, como dijo recientemente la vicepresidenta
del Gobierno Carmen Calvo.
Las palabras pronunciadas
por el presidente de la Generalitat constituyen por sí mismas un hecho de la
máxima gravedad que requiere una inmediata respuesta por parte del Ejecutivo.
Entre otras cosas porque él ha dicho, y con bastante razón, que están ganando
la batalla. Y la están ganando por incomparecencia del contrario, que sigue
pensando, como pensó en su día el anterior presidente Mariano Rajoy y su número
dos, Soraya Sáenz de Santamaría, que con diálogo y sonrisas -en el caso del
gobierno socialista también con las comisiones bilaterales- se aplacaba al
independentismo. Y un jamón, como ha quedado sobradamente demostrado. Pero por
lo escuchado después por la ministra portavoz, parece que el Gobierno de
Sánchez está decidido a seguir haciendo de don Tancredo hasta que se vea
derribado por la fuerza de los hechos. Es una opción arriesgadísima que, si
fracasa, le será demandada eternamente
por el pueblo español. Hay que insistir: con mansedumbre y apaciguamiento no se
aplaca a los radicales. Al contrario, cuanto más neutra sea la repuesta, más se
excitan en su afán de victoria.
Pedro Sánchez se debe a
Torra y Torra se apoya en Sánchez, hasta que ambos sean derribados por la
lógica y el sentido común de las personas.
Después de haber sido
derrotados en las urnas a manos de Ciudadanos que logró la hazaña de ser la
primera fuerza constitucionalista que ganaba unas elecciones autonómicas, la
gente de Puigdemont y de su recadero Torra ha recuperado sus posiciones de
fuerza y ha vuelto a adueñarse no sólo de la calle sino de la iniciativa
política desde la que lanza soflamas como la escuchada este martes desde el
Teatro Nacional de Cataluña.
El presidente de la
Generalitat, que habla de paz y de convivencia, que apela al diálogo y a la
negociación siempre que sea para que su interlocutor admita y se pliegue a sus
exigencias, ha formulado una auténtica declaración de guerra. No de guerra
física, para la cual no dispone de fuerzas, sino de guerra política. Y está dispuesto, y así lo
ha dicho, a llegar hasta el final, para
lo cual necesita imperiosamente que la calle se convierta en el campo de
batalla entre cuya niebla poder escamotear el hecho de que los independentistas siguen siendo minoría en
el conjunto de la población catalana. Y de paso, y al abrigo de esa batalla
callejera a la que Quim Torra ha convocado con dramática insistencia,
amedrentar a la población que no quiere separarse de España y que va a
necesitar, mucho más que valor, auténtico arrojo para resistir la formidable presión
que se está ejerciendo ahora mismo sobre ella y que irá creciendo con los días
instigada desde las propias instituciones de gobierno. Por eso digo que es una
declaración de guerra, porque aunque él haya dicho lo contrario, la batalla
está preparándose de modo que haya vencedores -los independentistas- y vencidos
-todos los que no quieran secundar semejante vía. “Sabemos que estamos en el
lado correcto de la Historia”, ha dicho.
La batalla está preparándose
de modo que haya vencedores -los independentistas- y vencidos: todos los que no
quieran secundar semejante vía
Tiene razón el presidente de
la Generalitat cuando dice que la causa que ellos defienden ha encontrado eco
en Europa. Es cierto, todos los partidos populistas de los países miembros de
la UE han acogido con alborozo el problema generado por el independentismo
catalán dentro de España y por eso él ha hecho un llamamiento encendido a
“todos los pueblos” que luchan por sus derechos civiles sociales y políticos”,
y ahí ha entrado el Rif marroquí, el Kurdistán de Turquía sometido por Erdogan,
Italia, Polonia y tutti quanti.
España está siendo vapuleada
por estas gentes, no podemos negarlo. Pero Europa debería tener muy presente lo
que significaría para su existencia y estabilidad futuras el éxito de un
movimiento de esta naturaleza en el corazón mismo de la Unión. Este desafío no
es sólo al Estado español, es también una amenaza de enorme envergadura a todo
el conjunto y a los principios fundacionales y que mantienen unida a la
Comunidad Europea.
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