MANERAS DE VIVIR
Paraísos de muerte
La sencilla veracidad del testimonio de la norcoreana Yeonmi Park nos obliga a recordar la realidad de los refugiados
En 2014, Yeonmi Park tenía 20 años. En el vídeo parece muy joven, una niña vestida con sus mejores galas, con una rosita de tafetán en la cabeza y un primoroso traje oriental de pesadas y crujientes sedas. Parece una figurita de porcelana, una tanagra. Y de pronto esta niña frágil abre la boca y llora, abre la boca y habla. Y cuenta que el régimen norcoreano es una pesadilla; que la gente es condenada a muerte por el simple hecho de haber telefoneado sin autorización al extranjero; que cuando tenía nueve años asistió a la ejecución de la madre de una amiga suya por el delito de haber visto una película de Hollywood. Nos explica que por fin su familia logró escapar del país cuando ella tenía trece años; que la huida fue terrible, infernal; que en Mongolia vio cómo los traficantes chinos violaban a su madre, la cual se ofreció para evitar que la violaran a ella; y que, durante el largo tiempo que vagaron en busca de refugio, se sintieron completamente abandonados, desamparados, ignorados en su dolor, como si tan solo las estrellas del cielo los miraran. Cuenta todo esto sin parar de llorar, pero sus lágrimas son educadas, modestas, silenciosas, no le alteran el gesto ni rompen su discurso, son las lágrimas de alguien que ha llorado tanto que se ha acostumbrado a hacerlo sin aspavientos. Al escucharla, es imposible no pensar en la marea imparable y agónica de los refugiados sirios, en esas columnas de gente desesperada que atraviesan a pie Europa sin que nadie los mire, salvo las estrellas. Esas víctimas a las que los daneses, los suizos y varios Estados alemanes arrebatan sus pocas posesiones, su dinero, sus joyas, un robo que para mayor vergüenza es votado en los Parlamentos democráticos ante la indiferencia de todos nosotros. Por eso es tan necesario ver este vídeo de Park: porque la sencilla veracidad de su testimonio nos obliga a recordar la realidad dantesca de los refugiados, a ponernos en su piel, a salir de nuestra confortable desmemoria.
El afán de justificar lo injustificable para seguir creyendo en utopías es una patología intelectual repetitiva y tenaz
Pero aún hay algo peor en todo esto, aunque parezca difícil. Y es que colgué el discurso de Yeonmi en mi Facebook y hubo unos cuantos comentarios… ¡a favor del régimen norcoreano! Sí, lo repito porque sé que parecerá mentira: unas pocas personas defendieron esa dictadura disparatada, aberrante y psicopática. De hecho, aprovecharon la ocasión para soltar el viejo discurso de las izquierdas, como si Corea del Norte fuera un lugar revolucionario y progresista. Encontrarme con semejante nivel de ignorancia y de fanatismo a estas alturas me dejó bastante desconsolada.
El afán de justificar lo injustificable para seguir creyendo en utopías es una patología intelectual repetitiva y tenaz. Los paraísos no existen: ni en el cielo, por más que la Inquisición o el ISIS hayan quemado viva a la gente en su nombre, ni en la tierra, aunque los nazis hayan gaseado y los totalitarios marxistas fusilado para implantarlo. Y por cierto: tan bestial es el totalitarismo de derechas como el de izquierdas, aunque la progresía occidental siempre ha sido mucho más tolerante con este último (yo también lo he sido, a mí también me ha costado verlo). Es ese dogmatismo criminal, ya sea islámico o norcoreano, el que subyace tras el drama de los refugiados. Por otra parte, los dogmáticos no son necesariamente tontos. Los hay eruditos y bastante listos, que no inteligentes, porque para mí la verdadera inteligencia, la verdadera sabiduría, exige madurez emocional, autocrítica y empatía. Pero, en cualquier caso, lo que falla en ellos no es el cerebro, sino el corazón. Creo que es gente emocionalmente muy cobarde que necesita respuestas absolutas a las que agarrarse. Son como niños: tienen miedo de la complejidad del mundo, de la incertidumbre de la vida, y exigen que les cuenten cuentos tranquilizadores y consoladores. Pero lo terrible, lo imperdonable, es que sus dulces sueños irreales se terminan convirtiendo en atroces pesadillas verdaderas para incontables víctimas.
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