Gustavo Bueno, catedrático de Fundamentos de Filosofía e Historia. Para blog de Juan Pardo.
La ideología del socialismo, en cuanto
socialdemocracia, se funda en una concepción de la Naturaleza y del Género
humano enteramente metafísica, equiparable a la ideología de algunas escuelas
del estoicismo en la antigüedad.
1. «Socialismo»
se opone a «individualismo»
Socialismo es una palabra derivada del adjetivo
«social», con el que designamos todo aquello que tiene que ver con las
sociedades humanas, zoológicas o vegetales (al menos tal como las considera la
Fitosociología). La derivación del adjetivo «social» de «socialismo» es una
transformación de un adjetivo en un sustantivo abstracto («el socialismo»),
mediante su composición con el sufijo hipostático -ismo, que convierte al
adjetivo neutro («escalar», diríamos también) «social» en un valor positivo
(«vectorial») susceptible de asumir una intención normativa, es decir, la
condición de una idea fuerza confrontada con los contravalores
correspondientes.
Ahora bien, como el adjetivo neutro
«social», en principio meramente descriptivo, se opone al adjetivo
«individual», así también el sustantivo abstracto «socialismo» se definirá por
oposición al sustantivo abstracto «individualismo». Según esto, diríamos, por
ejemplo, que las abejas, en tanto necesitan convivir con otras de su misma
especie, son «socialistas», en su sentido más genérico, mientras que los cangrejos
ermitaños son «individualistas» (cuando se les contrapone a los cangrejos de su
misma especie, aunque no lo sean en relación con los moluscos que tienen que
albergar en sus conchas).
Supondremos, por tanto, que de los
sustantivos abstractos «socialismo» o «individualismo» resultan los adjetivos
(con valor normativo, positivo o negativo) «socialista» o «individualista», si
bien estos adjetivos suelen quedar restringidos, por no decir secuestrados, al
campo de las sociedades humanas, sin perjuicio de que las abejas, desde
Aristóteles hasta Mandeville, desde Platón hasta Wiener, hayan sido utilizadas
como modelos o contramodelos de las sociedades políticas.
2. El
socialismo de los partidos políticos socialistas, como sinécdoque
Acaso la reducción, o el secuestro, del
término «socialismo» al campo político, como cuando se interpreta el socialismo
como denominación de un partido político parlamentario, frente a otros, no
tiene más alcance que el de una sinécdoque gramatical (pars pro toto), debida
al uso de la lengua. Y la razón es que la estructura lógica de los cuerpos
sociales vivientes (sean plantas, sean animales, sean hombres) es similar, a
saber, la estructura de las clases lógicas tal como la estudia la Lógica de
clases.
Naville distinguió (en un conocido trabajo
de gran interés político) las clases lógicas de las clases sociales (en el
sentido marxista), como si las clases sociales no fueran también un caso
particular de las clases lógicas. Naville no tuvo en cuenta que las clases
lógicas podían ser distributivas (como es el caso de la clase, de extensión
indefinida, de los triángulos equiláteros, cada uno de los cuales es, en el
contexto, independiente de los demás), pero también atributivas (como es el
caso de los conjuntos de los veinte triángulos equiláteros que componen un
icosaedro).
En cualquier caso, los elementos de las
clases lógicas (sean distributivas, sean atributivas) no tienen por qué ser
considerados siempre como homogéneos o clónicos, puesto que hay también clases
climacológicas.
3. Variedad
de acepciones de «socialismo»
La contracción de los términos socialismo
o socialista a las sociedades políticas humanas alcanza su plenitud en la
contracción, que hemos calificado de «secuestro», que tuvo lugar en el siglo
XIX por obra de Pierre Lerroux, y que se mantiene en la actualidad. Pierre
Lerroux sobreentendió, por sinécdoque, que socialismo había de circunscribirse
no ya a las sociedades humanas, sino a algunos tipos de sociedades humanas
tales como las que Marx llamó comunistas, o en vías de serlo; o bien como las
que después de Marx formaron, en la Alemania de 1875 el Partido Obrero
Socialdemócrata (Liebknecht, Bebel) y, unidos a los lassallianos, el Partido
Socialista Obrero de Alemania, en el que militaría el «revisionista» Bernstein
y el «renegado» Kautsky.
El «secuestro», por contracción
interesada, del término socialismo (tanto por los comunistas partidarios de la
dictadura del proletariado, como por los socialdemócratas partidarios de la vía
democrática y pacífica hacia el socialismo), llegó hasta el extremo de
considerar como no socialistas, por tanto, en el fondo, como no humanos, o como
«hombres alienados», a los mismos adversarios «capitalistas», como si una
sociedad anónima capitalista no fuera una «agencia de socialización», tanto o
más efectiva de lo que pudiera serlo un sindicato obrero.
Sin embargo, fue el secuestro del término
socialismo lo que transformó en una idea fuerza, en el terreno político, pero
también en una idea fuerza moral o ética, al termino socialismo, y lo convirtió
en una especie de concepción del mundo que comprendía una filosofía del hombre,
una moral y una ética, como fue el caso de Engels o el de Kautsky.
Ahora bien: ¿quién comunicaba a esta
acepción, resultante de un secuestro, su fuerza propia? No la idea del
socialismo en general (porque tan «socialista» es una sociedad anónima
capitalista como pueda serlo un partido socialdemócrata), sino la idea de un
socialismo previamente contraído o secuestrado por la socialdemocracia (o en su
caso, por el nacional socialismo), que se enfrentaba a otros socialismos, ya
fuera el socialismo marxista leninista, ya fuera el socialismo anarquista del
comunismo libertario, ya fuera el socialismo cristiano (el socialismo de los
«cristianos para el socialismo»), ya fuera el socialismo capitalista liberal.
El secuestro del término socialismo por un
partido político en el terreno gramatical no dejaba de ser una sinécdoque; pero
en el terreno político, ético o moral equivalía a la conformación de un modelo
de humanismo basado en la identificación del propio partido con el hombre
ideal, con el hombre nuevo, con el hombre del futuro. Desde este momento, un
socialista convencido podría definir su condición de «socialista de toda la
vida» como su título más sagrado, a la manera como un cristiano de las
Cruzadas, pero también un musulmán yihadista, alegará su condición de cruzado o
de yihadista como el título más sublime que acredita su condición de verdadero
hombre. La diferencia acaso podría ponerse en que el cruzado o el yihadista se
acoge si es preciso a la vía violenta en la transformación del hombre actual en
el hombre nuevo, y estará dispuesto a morir por sus ideales; pero el socialista
demócrata (el socialdemócrata) no necesitará comprometerse con semejante
decisión, y no ya por la vía del escepticismo, sino porque confía que el
progreso global de la evolución social humana conducirá al género humano a
transformarse en el hombre nuevo, que el humanismo socialista propugna. De este
modo, el socialista político viene a transformarse en una suerte de
confucionismo práctico, que confía en que sus actos cotidianos más vulgares
tienen consecuencias futuras sublimes.
4. El
secuestro del término «socialismo» por los partidos «de izquierda»
Gracias a la ignorancia de la estructura
polémica y aún trágica de las sociedades humanas, un socialista podrá alimentar
durante toda su vida una especie de conciencia de superioridad sobre los demás
partidos políticos y, sobre todo, sobre los partidos que él llama «de la
derecha». La confianza en el progreso de la humanidad, en la paz perpetua, en
la igualdad, la libertad y la solidaridad, en la alianza de las civilizaciones,
en la abolición definitiva de la violencia de género, en el aborto libre, &c.,
le permitirá mantener una especie de serenidad durante toda su vida, porque la
«confianza cósmica» depositada en el progreso de la Naturaleza y del Género
humano será capaz también de transformar sus actos más vulgares en actos
sublimes. Pero esta confianza, que sólo puede mantenerse en sociedades en las
cuales los trabajadores viven en posesión de un «estado de bienestar» y tienen
acceso político o sindical a los aparatos de control del Estado, es solidaria
de la ignorancia.
Si el socialismo ha logrado ser una idea
fuerza, o lo sigue siendo, es debido no a la idea filosófica del socialismo
genérico, sino a la idea política de un «socialismo aureolar», un socialismo
que se sitúa en un futuro indefinido pero entendido como si este futuro tuviese
ya una realidad presente y a la mano, tangible y con la cual hay que contar en
cualquier decisión política, ética o moral.
En conclusión, si el socialismo es una
idea filosófica, sin necesidad de ser una idea fuerza, en el terreno de la
política, es en la medida en que la entendemos como idea que se contrapone al
individualismo, a la manera como desde Augusto Comte la sociología se
contraponía a la psicología –a la psicología mentalista de la conciencia,
colindante siempre con el idealismo. Quienes creen en el socialismo como si
fuera una idea fuerza capaz de organizar la vida de los hombres sólo pueden
alimentar esa creencia en el terreno de una ignorancia profunda, que confunde
lo que es una idea aureolar, mitopoiética, con una idea positiva.
En realidad el socialismo político, como
ideología política, ética o moral, es un humanismo confuso cuya fuerza, aún de
carácter laico, es enteramente paralela a la de los no menos confusos
humanismos cristianos o mahometanos, que por cierto reciben su alimento
precisamente de fuentes no humanas sino pretendidamente divinas.
No dudamos que esta idea fuerza ofrece a
sus creyentes una explicación de las «injusticias» de las diferencias de clase
o de las maldades del capitalismo; pero esta idea ejerce su influjo animador de
manera similar a como la idea de Dios ejerce un influjo elevante y santificante
en quienes creen en él.
Individualismo = egoísmo, codicia. Socialismo = solidaridad.
ResponderEliminarArtículos como este gusta leer.
ResponderEliminarEs una ideología muy abierta, pero siempre a gusto del mandatario de turno.
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