El pueblo de México vive confundido
desde mediados de los años 70 del pasado siglo. En cambio, su nobleza conlleva
ese espíritu de resignación del que es referente mundial. Todo lo contrario al
pueblo argentino que desconsiderando al resto de la población mundial SE cree
dueño y merecedor de todo aquello que se mueve y, también, de aquellos que no
se mueve. México, siempre ha sido y será un referente mundial de bondad, respeto y buena fe.
Últimamente hay una parte de la
población mexicana, totalmente, confundida por la otra parte que quiere atribuir
la corrupción en México a una serie de prácticas que se remontan a la conquista
española. España, por historia es más corrupta que México desde la creación del
universo, pero poco o nada tiene que ver con las atrocidades que se están
llevando a cabo por cuestiones de DROGA y PODER. En realidad es una teoría del pecado original
que enraíza la creación de una “cultura de la corrupción” con la lejanía entre
la autoridad del rey y los gobernantes locales, y para la que la famosa frase
de Hernán Cortés “Obedezco pero no cumplo” es un símbolo de la cultura nacional
mexicana, tan icónico —y tan apócrifo— como lo es para Estados Unidos la
supuesta e irrefrenable confesión de George Washington de que había talado un
cerezo de su padre.
Atribuir los problemas actuales de
México a una historia tan antigua es insostenible, reitero “España es más
corrupta que México” El tipo de corrupción que abundaba en la colonia de Nueva
España —compraventa de puestos políticos, petición de favores políticos a
amigos, contrabando, etcétera— era similar a los existentes en Italia y en
Chile, e incluso en la no tan puritana Inglaterra. Y, sin embargo, ni Italia,
ni Chile ni Inglaterra sufren los problemas que tiene México. Desde la época de
la conquista ha tenido que ocurrir alguna otra cosa capaz de explicar la
diferencia. Por desgracia, esa explicación no es tan sencilla como los mitos de
los cerezos.
Para comprender el marasmo de impunidad
en que está sumido México actualmente, es necesario analizar la complicada
historia de la debilidad del Estado mexicano, especialmente en comparación con
Estados Unidos; no hay otra forma de entenderlo.
Desde el punto de vista económico,
México es un Estado débil que perdió mucho terreno respecto a Estados Unidos en
las décadas entre 1820 y 1880. Sus destructivas guerras de independencia
asolaron la economía de la vieja colonia, basada en la minería y la
agricultura. El comercio interior era limitado debido a la escasez de ríos
navegables. Además, la mayor parte de la población mexicana ha vivido siempre
en zonas altas y montañosas, por lo que el transporte era caro. La construcción
del ferrocarril era un requisito indispensable para el desarrollo nacional,
pero la guerra y las revueltas retrasaron ese tipo de inversiones durante
muchos años.
Debido a toda esta inestabilidad, el
tendido de la primera línea de ferrocarril, para unir el puerto de Veracruz con
Ciudad de México, tardó 40 años en hacerse realidad. Sin ningún crecimiento
económico durante esas décadas, la nueva república solo pudo desarrollar un
Estado débil, y esa debilidad lo convirtió en terreno abonado para la
corrupción. Se exigían sobornos a cambio de favores y para obstruir la
justicia. Los bandoleros mexicanos se hicieron legendarios; después de que se
consiguiera, por fin, derrotarlos, a costa de instaurar una dictadura militar, volvieron
a aparecer aún con más fuerza durante la Revolución mexicana de 1910.
Estos son los orígenes decimonónicos de
la corrupción y la impunidad. Tuvieron consecuencias duraderas, en la medida en
que crearon una gran diferencia entre el funcionamiento del Estado en México y
en Estados Unidos. No obstante, a ellos hay que sumar otros factores y
acontecimientos más recientes que hoy siguen teniendo repercusión.
El
primer factor es el volumen de la economía sumergida en México. Según los
criterios con que se mida, entre un tercio y dos tercios de la población
mexicana actual vive de prácticas económicas toleradas pero al margen de la
ley. En general suele tratarse de infracciones menores, como la ocupación de
parcelas vacías en las periferias de las ciudades o la venta ambulante. Pero la
única forma de regular una economía sumergida es practicar pequeñas formas de
corrupción: por ejemplo, los policías que aceptan sobornos para hacer la vista
gorda en los controles del volumen y el tráfico de operaciones.
Un segundo factor anclado en el presente
es el relacionado con la base fiscal de México. El gobierno mexicano lleva
mucho tiempo obteniendo una parte desproporcionada de sus ingresos de la
empresa petrolífera estatal, Pemex, que, en la actualidad, proporciona muy por
encima del 30% del presupuesto federal. Esos ingresos del petróleo han hecho
que el gobierno federal recaude poco de los impuestos. En 2012, los ingresos
tributarios representaron algo menos del 10% del PIB, y los ingresos totales
del Estado, incluidos los de Pemex, no constituyeron más que el 18% del PIB, un
porcentaje muy inferior al 26% del PIB en el caso de Estados Unidos y el 32% en
Brasil. Esa base tributaria tan reducida hace que la capacidad de pedir
responsabilidades sea escasa. A la hora de la verdad, uno obtiene lo que paga.
No se representa ni ellos, mucho menos al pueblo de México. |
Por último, existe un factor
especialmente destructivo que hay que tener en cuenta para completar el cuadro:
la ciénaga de impunidad de México se debe en gran parte a las políticas
estadounidenses en materia de control de armas y lucha contra el narcotráfico.
La frontera entre Estados Unidos y
México soporta el tráfico más intenso del mundo, un tráfico que depende de las
diferencias entre los dos países: como la mano de obra es más barata a un lado,
los trabajadores atraviesan la frontera para pasar al otro, y lo mismo ocurre
con cualquier otra mercancía.
Detrás de los horrores actuales, los
crímenes y la impunidad que padece México, existe una historia de profundas
raíces que solo pueden afrontar los mexicanos, pero las políticas
estadounidenses en materia de drogas y armas también son responsables
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