

En este escenario se encuentra la población española. Los ricos
por corrupción –todos- intuyen que va a ser decapitados una vez descubiertos y
liberado el pueblo. Los pobres porque no pueden más, ya sobrepasamos los tres
millones de pobres en situación extrema, ya hay mafias hasta en los
contenedores de los supermercados donde millones de padres tienen que embutir a
sus hijos por si con mucha suerte encuentran algún yogur caducado. Pero estamos
completamente huérfanos. ¿A qué y dónde nos agarramos? ¿A las promesas de un
mundo mejor que promete Rajoy? ¿A las de yo tengo la solución que nunca tuve,
de Rubalcaba, o a los chistes del divertido Montoro? ¿Nos aferramos a ese mundo
mejor que nos ofrecen estos vanidosos, engreídos, jactanciosos, vanos, pedantes. prolijos e inoportunos?
Por suerte irreal, ese es el gran drama de España. Que no
vislumbramos en el horizonte una tabla que nos salve del hundimiento
definitivo. Porque estos son incapaces, no solo de hacer algo que nos alivie el
dolor, sino de entender la realidad
latente.
De
momento, los franceses, que deben de estar tan desesperados como nosotros, se
van a aferrar a Marine Le Pen. Nosotros, que aún conservamos un poco más de
cordura, vamos a pedir que vuelva Franco aunque sea casado con la Pasionaria
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