Si la corrupción es hoy, en España, el mayor problema, no es
porque sea nueva ni mucho menos causa de un asunto idiosincrásico, sino por lo
inmensos que se han hecho los terrenos y grande el número de participantes que
conforman su juego. La corrupción es un término tan amplio que se encuentra en
todos lados, desde los escándalos financieros que ponen los pelos de punta o el
abuso a la integridad física de los más vulnerables, hasta el lenguaje que nos
importa a unos menos. La corrupción, ya sea que entre en lo jurídico o en los
aspectos intangibles del pensamiento, es un peligroso espejo de la corrupción
moral.
En el 50 antes de nuestra era, Pompeyo se había enfrentado a
una Roma presta para el desastre. Los villanos flanqueaban la Vía Apia, el
senado era una burla: orgías, banquetes y sobornos salvaban las vidas de los
malos, acababan con otras, posiblemente también de malos pero algo más buenos.
Construían fortunas y cadenas de favores; destruían la sociedad. Hoy en día,
los gobiernos socialistas como por ejemplo el de España son colaboradores
necesarios de los corruptos que, además, agregan al poder.
Es ella quien más sufre los embates del corrupto, ni siquiera
el individuo con todo y la indignación que provoca, cuánto se han robado unos u
otros, qué tráfico de influencias permitió tal cosa, qué jefe sindical se hizo
fuerte a punta de billetes. Si bien la corrupción es enemiga de todos, esa voz
grupal no se refiere al conjunto de individuos como de ciudadanos. Es decir, la
corrupción se encarga de eliminar cualquier rastro de ciudadanía.
A primera vista parece que los actos del corrupto afectan el
campo del derecho pero, históricamente, nunca ha habido diferencias entre éste
y la moral. La cosa se pone más grave, la corrupción en realidad, transgrede
los conceptos del bien y el mal. Lo jurídico es la forma práctica de los
códigos, ya bastante viejos, que regulan el comportamiento de las sociedades en
pos de un bienestar común. Las Iglesias, cualquiera de ellas, se formaron más allá
de los dogmas como reguladores del comportamiento, luego se corrompieron y
empezaron a ocupar de los sinsentidos que le ganaron la fama que tienen. Sin
embargo, comparten en cierta medida los decálogos que facilitan la convivencia
entre la gente. Son la traducción de la moral que tiene su epítome en la
filosofía griega y el derecho romano. Entonces, hablar de corrupción es hacerlo
de filosofía, el mejor camino que luego de unos milenios hemos encontrado para
tratar los grandes temas de la humanidad.
En la discusión filosófica se pueden encontrar las respuestas
a aquello que más nos acongoja. Para todos estos temas siempre habrá dos
niveles de debate: está el coyuntural, que resulta indispensable para
determinar las responsabilidades sobre los actos que perturban las sociedades.
Está uno más profundo que permite entender las razones y consecuencias de los
mismos actos. Con el primero trabaja la opinocracia moderna: periodistas,
analistas y académicos, entre muchos más. El segundo obliga a la distancia y la
paciencia que no arroja soluciones inmediatas.
Así, para entender los asuntos del derecho, hay que entender
primero los de la moral. Cómo vamos a acatar las normas que evitan ser corrupto
si no somos capaces de diferenciar entre lo primario del bien y el mal. Cómo
vamos resolver los problemas morales si en ocasiones, ni siquiera se perciben
como un problema.
La corrupción entra fácil en una sociedad que no sólo tiene
esta incapacidad, sino que llega a justificarla. Si el policía es malo su
autoridad es nula, por lo que es factible sobornarlo cuando me detiene al dar
una vuelta prohibida, o, el sistema está tan podrido que la única forma de
hacerme de un trabajo es buscar el contacto que con influencias, me hará parte
del mismo sistema que desprecio. Aquí es imposible determinar el orden
cronológico de lo que es responsable de la corrupción. ¿Se es corrupto porque
el sistema lo pide?, ¿el sistema se construye a partir los hechos?, ¿la
existencia de un acto corrupto desata su permanencia?
En España como en Rusia, gran parte de África, Latinoamérica
o Asia, donde los índices de corrupción llegan a lo ridículo, no tenemos
resuelto ese problema que viene por añadidura.
Algunas sociedades han logrado desarrollar una filosofía un
tanto elaborada, lo suficiente para no separar lo jurídico de lo moral. Están
los griegos antiguos, claro, que como los países nórdicos de Europa e incluso,
con sus excepciones, el continente entero, tienen uno que otro avance que
permite la comunión social. Algunas de estas sociedades le deben su esquema regulatorio
al tiempo que permitió los errores y el trabajo sobre ellos. Existen otras como
la nuestra, que no se detuvieron a pensar sobre estos conceptos tan básicos y
se encomendaron a la ley del terror con la intención de llevar a una sola línea
lo que es permisible legalmente con lo que lo es moralmente. Cuando pasa esto
la estabilidad es frágil, la imposición nunca reemplaza el espacio de la
reflexión. Tal es el caso de las primeras sociedades musulmanas —las actuales
son de lo más corruptas—, donde la corrupción se castiga no por estar mal
moralmente, sino por estarlo en los cánones de la legislación religiosa.
Hay que entender que la corrupción no sólo es consecuencia de
un sistema descompuesto, también puede ser su origen. El juego de ambos
elementos permite la corrupción de las sociedades y exige un discusión ética
que aún no hemos tenido y cuando la intentamos tener, lo hacemos mal.
Si bien la dialéctica nos ha permitido a los humanos discutir
a pesar de las diferencias, también es la corrupción del pensamiento. Con ella
no gana la verdad sino la capacidad del argumento. La dialéctica en México ha
logrado probar qué es lo que no es. Un país donde gana lo que convence no
necesariamente abre las puertas a la revisión de los hechos.
La dialéctica permite en lo político mediar entre la
diversidad, pero también es la corrupción de la verdad. Desaparece la prueba
que dependiendo del argumento, podrá incluso dejar de ser verdad. Una sociedad
que se comporta políticamente ante los aspectos morales, jamás podrá hacer la
corrupción a un lado. La corrupción existe donde el bien y el mal pasan de ser
un asunto filosófico a uno de opinión.
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