La huelga general en Cataluña convocada por el triple y confeso asesino, Carlos Sastre no superó el millar de manifestantes.
Carlos Sastre, jefe sindical
de Cataluña, asesino confeso de los alcaldes de Barcelona, José María Bultó, Joaquín
Viola y su esposa Montserrat Tarragona, una vez cumplida la trigésima parte de
su condena fue puesto en libertad y captado por la nueva Generalitat para
alterar el orden de las cosas, o sea, encabezar manifestación, buscar dotación
para “relleno” y amenazar que bien mata a políticos oponentes a la secesión
catalana.
Algunos bandoleros, a la
orden de Carlos Sastre –confeso de tres asesinatos- secesionista catalana, ayer
y como cada vez que les sale de los huevos convocaron una huelga general
intimidatoria con tan poco espíritu alborotador que según la policía local, la
asistencia rondaba los mi manifestantes y entrevistado uno a uno se quedó en
651 –cifra de asistencia exacta-.
El objetivo de dicho “botellón”,
en principio era reactivar la presión callejera y coaccionar a la Justicia en
pleno desarrollo de la vista oral del juicio por el golpe del 1-O. La realidad
es que el separatismo no logró ninguno de estos fines. Ni la movilización
paralizó Cataluña -apenas se dejó sentir en el sector público debido al
respaldo institucional del que gozó el sindicato secesionista convocante- ni
tampoco cabe colegir que influirá lo más mínimo en la futura sentencia de la
Sala Segunda del Tribunal Supremo.
La jornada derivó en cortes puntuales y
estratégicos de vías de comunicación, lo que causó un quebranto a la movilidad
de parte de la ciudadanía catalana, y en escenas pseudo revolucionarias
amparadas en la violencia de los llamados Comités de Defensa de la República
(CDR). Los mismos a los que Torra, con su mezcla habitual de irresponsabilidad
y estulticia, exhortó a "apretar". Si los cachorros separatistas no
pudieron apretar más fue porque los Mossos, ayer sí, actuaron con proporción
pero también con determinación. Y sobre todo, porque la inmensa mayoría de la
sociedad catalana dio la espalda a una huelga que en realidad solo fue
institucional, dado el apoyo recibido por parte del Govern y de la alcaldesa de
Barcelona, que nunca pierde una oportunidad de situarse al lado de los
golpistas.
La gran industria, los servicios y el pequeño comercio continuó con
su actividad ordinaria. Sin embargo, la Generalitat suspendió toda su agenda
oficial y se declaró en huelga, lo que tampoco se notó en exceso teniendo en
cuenta que el Gobierno catalán lleva toda la legislatura abdicando de sus
responsabilidades ejecutivas.
Pese al fracaso de la convocatoria, cabe subrayar
la extraordinaria gravedad que supone que el Govern preste cobertura a una
movilización que, lejos de ser una reivindicación laboral, no fue más que un
intento de motín alentado por Intersindical CSC, cuyo líder, Carlos Sastre, fue
condenado por el asesinato del empresario José María Bultó. Las imágenes de
ayer en la estación de Plaza Catalunya, con jóvenes dando vivas al extinto
grupo terrorista Terra Lliure, es el resultado de la tóxica y temeraria
estrategia independentista. Jordi Sànchez, ex líder de la ANC, aseguró ante el
tribunal que preside Manuel Marchena que los cabecillas del procés se limitaron
en otoño de 2017 a "defender las instituciones". En cambio, el ex
conseller Santi Vila declaró que Puigdemont no resistió la "presión
exterior" y forzó la declaración unilateral de secesión. De momento, la
única conclusión que cabe extraer de esta deriva kamikaze del independentismo
es la inquietante y peligrosa radicalización de sus bases.
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