Vivimos una época marcada
por el pensamiento neoliberal. Tras el hundimiento de casi todos los sistemas
socialistas y la creación del capitalismo totalitario en China, en la
actualidad todo el mundo alaba los valores del individualismo, o sea,
liberalismo, La palabra “liberal” tiene fuertes connotaciones en las
discusiones políticas modernas. Muchas personas se auto-identifican como
liberales en sus puntos de vista políticos, pero evitan tal etiqueta. Todo esta
confusión se debe en parte a que las raíces históricas del Liberalismo han
producido un sistema rico y diverso de ramas filosóficas. De hecho, muchas de
estas ramas del Liberalismo destacan por ser opuestas entre sí en muchas
cuestiones políticas y económicas. La palabra “liberal” no refleja adecuadamente la definición de
este concepto filosófico.
El Liberalismo fue el
producto del pensamiento ilustrado. John Locke es considerado el padre del
pensamiento político liberal, basado en su prolífica escritura acerca de los
derechos naturales de los individuos, la separación entre Estado y religión, el
contrato social y otros conceptos filosóficos – muchos de los cuales se
incorporaron en las revoluciones democráticas que tuvieron lugar décadas
después de su muerte. Lo cual hizo del Liberalismo un movimiento que facultaba
el papel del individuo y desafiaba a las monarquías absolutas
Sin embargo, a finales del
siglo XIX y principios del XX , el Liberalismo pasó de ser una filosofía
individualista a una que es más común en la naturaleza humana. Inspirándose en
concepto utilitario de John Stuart Mill de proporcionar “la mayor felicidad
para el mayor número de personas”, el Liberalismo trató de defender el “bien
común”; es decir, un sistema político y
económico que maximiza el progreso social para el grupo en su conjunto y no
para beneficiar a una porción de
individuos. Franklin D. Roosevelt es quien mejor encarna este valor con
el “New Deal” en la década de 1930. Este cuerpo de legislación, produjo una
infraestructura gubernamental a gran escala; que se caracterizó por proyectos
de obras públicas, redes de seguridad social, el bienestar y las reformas de
las instituciones financieras. Con el propósito de mitigar los efectos del
individualismo desenfrenado que se asoció comúnmente con la Gran Depresión en
1929.
Hoy en día, la
interpretación moderna del Liberalismo se asocia con causas de izquierda.
Inspirándose en el New Deal, el pensamiento económico liberal faculta
fuertemente a las instituciones públicas como medios para apoyar a las personas
que se ven afectadas negativamente por los efectos externos - como la pobreza y
la contaminación – del Capitalismo de libre mercado. En temas de los derechos
políticos, el Liberalismo se esfuerza por asegurar las libertades civiles de
los grupos minoritarios; desde el movimiento por los derechos civiles para los
afroamericanos en la década de 1960 hasta la actual lucha por la igualdad de
matrimonio para la comunidad gay.
Durante las últimas décadas,
una nueva forma de Liberalismo o más bien una reinterpretación del concepto
original surgió en la forma
Neoliberalismo. No contentos con la falta de poder del Liberalismo moderno en
favor del Estado, los filósofos neoliberales vuelven a los principios
fundamentales que ofrece “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith.
Considerado como uno de los ejes para el Capitalismo de libre mercado, Smith
describe la necesidad de que la actividad económica humana sea impulsada por la
“mano invisible” del mercado, en lugar de alguna institución gubernamental.
Para citar a Smith: “Si
todas las personas se esfuerzan tanto como pueden en emplear su capital en
apoyo de la industria nacional, asimismo pueden dirigir esa industria para la
cual su producto puede ser de gran valor. Cada individuo trabajaría necesariamente
para hacer que los ingresos anuales de la sociedad sean tan grandes como
puedan”.
Es decir, a los ojos del
Neoliberalismo; permitir que los individuos sean libres de comerciar en los
mercados sin restricciones produciría una mayor cantidad de riqueza y las
condiciones necesarias para una sociedad opulenta.
El neoliberalismo – que
también es conocido como ”liberalismo clásico”; ya que toma prestado algunos
principios filosóficos del siglo XVIII - se debe principalmente a una escuela
de pensamiento económico. Puso de relieve la importancia de la desregulación de
los mercados y la privatización de las instituciones públicas. La transición de
esta filosofía de la economía a un movimiento político ha cobrado impulso en
los últimos años con el aumento de Liberalismo en los Estados Unidos. Aunque
los liberales modernos pueden ser equiparados con lo que se considera
“conservadurismo moderno” (si bien esas ideas son liberales en algunas
políticas económicas, están en total desacuerdo con las políticas que se relacionan
con el papel del Estado en la vida privada de los ciudadanos); para ser más
específicos, los derechos de los ciudadanos a casarse libremente, no pueden ser
objeto de vigilancia del gobierno y la libertad para la compra y producción de
sustancias prohibidas como la marihuana. Para esta corriente, el individuo es
el verdadero árbitro de una sociedad libre; tanto en términos económicos como
políticos.
Se supone que el individuo
aislado es el protagonista de la vida económica, en la que desarrolla sus iniciativas,
así como de la vida política, social y afectiva, en la que cada cual tiene
derecho a desarrollarse y expresarse según sus necesidades. Se olvida sin
embargo que los verdaderos protagonistas de todos los campos de la vida humana
no son los individuos, sino las instituciones. El mercado está regido por las
instituciones económicas (empresas, instituciones públicas e instituciones
financieras), que son las que marcan las reglas del juego. Un inversor aislado
puede mover su dinero en la Bolsa, pero esta es una institución que se rige por
unos mecanismos específicos, y que puede ser manipulada no por los individuos
aislados, sino por los grandes inversores institucionales, compradores básicos
de las acciones y de la deuda pública.
El pensamiento neoliberal es
una exaltación de lo que C.B. Macpherson llamó en 1962 la teoría política del
individualismo posesivo. De acuerdo con esta teoría, desarrollada en el siglo
XVIII, los derechos básicos del individuo serían la vida, la libertad y la
propiedad, pero de modo tal que la propiedad a veces tendría prioridad sobre
las otras dos. La defensa de la propiedad se consagró en Europa en los códigos
penales, en los que las penas por los delitos contra ella eran
cuantitativamente desproporcionadas en relación con los demás delitos. En la
Inglaterra de los siglos XVIII y XIX, pequeños hurtos se castigaban con grandes
penas, y el Imperio británico montó una colonia penal de la que nació
Australia. Si los condenados hubiesen sido asesinos, violadores o psicópatas, sus
descendientes probablemente hubieran generado una sociedad muy problemática. No
fue así, y Australia llegó a ser un país muy civilizado porque sus padres
fundadores solo habían cometido pequeños hurtos.
El olvido del papel de las
instituciones es general en todos los campos. La vida política no la
protagonizan los individuos aislados, sino los partidos, y todo el entramado de
las instituciones públicas; la religión no es una relación personal de cada
individuo con la divinidad, sino que está protagonizada por las diferentes
iglesias.
Y lo mismo podríamos decir
de las instituciones militares, judiciales? La antropóloga Mary Douglas dedicó
todo un libro, titulado Cómo piensan las instituciones (1986), a reivindicar el
papel esencial de las olvidadas instituciones. No solo existen y tienen unas
reglas, sino que siempre están controladas por grupos de personas, ya sea para
el bien de la mayoría o en perjuicio de la misma.
Existe una curiosa
institución en España, la universidad pública, cuyo costo es superior a los
15.000 millones de euros anuales, en la que el individualismo posesivo está
creciendo de una forma asombrosa. De acuerdo con él, profesores, investigadores
y aspirantes a serlo se consideran protagonistas exclusivos de la vida
institucional. Si se midiese las veces que muchos profesores utilizan el
pronombre yo y los posesivos de primera persona, descubriríamos la importancia
que le dan a su ego. Es normal oír cosas como: «La universidad está muy mal,
pero a mí no me importa porque yo tengo lo mío»; «Yo tengo mis proyectos»; «Yo
tengo un gran índice de citas»; «Porque mi currículo?». Estos protagonistas de
la vida académica predican la guerra de todos contra todos y luchan por
monopolizar los recursos de todo tipo que el Estado ofrece a sus instituciones.
Podríamos decir que hay profesores que hasta padecen una especie de síndrome de
Diógenes, porque si les dejasen se quedarían con todo: proyectos, plazas de
investigador para sus grupos, plazas de profesor para sus asignaturas,
aparatos, libros, y hasta edificios. El límite de su ambición solo lo frena la
ambición de los demás. En contra de lo que pueda parecer, no existe un libre
juego competitivo entre todos estos individualistas posesivos, porque, de la
misma manera que el mercado lo controlan las instituciones, los juegos
académicos de reparto de proyectos, medios y dotación de plazas forman parte de
un entramado institucional que en el caso de la Universidad, como en el de
todas las demás instituciones conocidas en la historia, está controlado por
determinados grupos de personas, que son las que ejercen la autoridad y las que
distribuyen los recursos. El problema no es que a las universidades las
controlen grupos de personas, lo que es inevitable, sino que las controlen para
el beneficio colectivo o para la creación de pequeñas oligarquías que van
devorando a la institución, consolidándose como un grupo de poder que actúa
como si fuesen propietarios de una empresa, que no existe porque es una
institución pública, y de la que ellos no tiene el derecho de propiedad.
Todas las oligarquías están
regidas por la ley de Michels, que afirma que para mantenerse en el poder
necesitan ofrecer una cooptación limitada, es decir, que alguna gente pueda
aspirar a integrarse en ellas. Pero solo unos pocos, porque de lo contrario
dejarían de ser oligarquías. Sabemos que existen oligarquías financieras,
económicas, militares, políticas y de todo tipo. El problema es que cuando
grupos de funcionarios se convierten en una oligarquía dentro de una
institución pública, esa institución va directamente camino del desastre
entonando alabanzas al mercado, al emprendimiento y a la iniciativa que
teóricamente permitiría a algunos hacerse ricos gracias al conocimiento, y a
sus conocidos
juanpardo15@gmail.com
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