Sea como sea, el resultado
electoral en Argentina es una mala noticia para el mundo civilizado. Da la
sensación de que los argentinos se han
cansado de buscar un lugar en el mundo y han hecho del desencanto su patria. El
apabullante triunfo del peronismo en las elecciones presidenciales tiene mucho
más de voto de castigo al saliente Mauricio Macri que de confianza en las
promesas de su sucesor, Alberto Fernández. Y contribuirá a desestabilizar
todavía más una Latino América ya bastante inflamada por incendios populistas. A
Fernández lo escogió la ex mandataria Cristina Fernández para dar una imagen
más moderada y presentable del kirchnerismo, que dejó al país en un estado
comatoso y con un sinfín de casos de corrupción que también la acorralan a
ella.
Tras cuatro años de mandato,
la herencia de Macri deja las cosas peor aún que como se las encontró. Los
duros ajustes y las recetas que ha impuesto, espoleado por el FMI, no han
servido ni para que el país revierta la inflación desbocada ni para corregir el
déficit y la deuda insostenibles. El paro crece, los índices de pobreza severa
se han disparado y la política de devaluaciones se ha probado ineficaz. Lo
tenía fácil el peronismo para agitar las aguas del populismo y recuperar la
presidencia, y su remedio va a ser peor que la enfermedad.
La irrespirable polarización
que sufre Argentina no deja espacio por desgracia para terceras vías que podrían
dar un nuevo impulso a un país de tal potencial y con tantos recursos. No
merecen los argentinos, como si de una maldición bíblica se tratara, una
condena eterna de corralitos, embargos internacionales y una economía en punto
muerto desde hace una década. Inversores y mercados tienen motivos serios de
preocupación ante el retorno del peronismo, cuyas recetas han causado en el
pasado tanto daño como ruina, máxime en un momento de desaceleración global en
el que la crisis nacional va a acentuarse. España está especialmente
concernida, porque el nuestro es el segundo país extranjero con más inversiones
allí, solo por detrás de EEUU. Más de 300 empresas tienen una fuerte presencia
en energía, comunicaciones o banca, entre otros sectores. De hecho, nuestros bancos
son los que mayor exposición a Argentina acumulan en sus balances.
Así las cosas, resulta hasta
ofensivo que José Luis Rodríguez Zapatero festejara el domingo en Buenos Aires
el triunfo del peronismo con los alardes de una victoria propia. Debería comprender
el ex presidente que su proximidad a todos los populismos de la región,
empezando por el chavista, perjudican la imagen de nuestro país. Tampoco era
necesaria la efusividad con que Sánchez ha saludado el triunfo kirchnerista.
Nuestras empresas tiemblan aún al recordar episodios tan recientes como la
expropiación a Repsol de su filial argentina por parte de Cristina Fernández.
Poco hay que celebrar en Argentina.
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