Fue tanta la superioridad,
en los debates a cuatro, de Casado y Rivera
a Pedro Sánchez, el cabecilla que dice representar con mayúsculas la sinrazón
de la izquierda antinatura, formada por terroristas, independentistas y gente
de mal vivir que La superioridad
argumental de Casado y Rivera frente a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias resultó
abrumadora, porque la demagogia de la izquierda resultó nada creíble e indecente.
Al final, el vencedor
político del debate ha sido Pablo Iglesias, todo un ejemplo de moderación –creo
que obligada- Pero este podemita es un tipo inteligente y ante la más que
evidente caída del grupo de izquierda trato de inspirar confianza a “otro
ridículo más” de su jefe más inmediato. Todo esto le sirvió para arañar
bastantes votos al PSOE y dejar sentado que, en lo sucesivo” habrá un mando
compartido. Cada voto que recupere Podemos, el PSOE pierde tres. El mismo caso
tiene el PP con VOX, solo que en este caso pueden ser cuatro. No hay que
olvidar que VOX es un partido financiado por el PSOE con el único fin de restar
votos al PP.
Fue tanta la superioridad,
en los debates a cuatro, de Casado y Rivera
a Pedro Sánchez, el cabecilla que dice representar con mayúsculas la sinrazón
de la izquierda antinatura, formada por terroristas, independentistas y gente
de mal vivir que La superioridad
argumental de Casado y Rivera frente a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias resultó
abrumadora, porque la demagogia de la izquierda resultó nada creíble e indecente.
Al final, el vencedor
político del debate ha sido Pablo Iglesias, todo un ejemplo de moderación –creo
que obligada- Pero este podemita es un tipo inteligente y ante la más que
evidente caída del grupo de izquierda trato de inspirar confianza a “otro
ridículo más” de su jefe más inmediato. Todo esto le sirvió para arañar
bastantes votos al PSOE y dejar sentado que, en lo sucesivo” habrá un mando
compartido. Cada voto que recupere Podemos, el PSOE pierde tres. El mismo caso
tiene el PP con VOX, solo que en este caso pueden ser cuatro. No hay que
olvidar que VOX es un partido financiado por el PSOE con el único fin de restar
votos al PP.
El efecto de la ley D’Hondt
convierte en oro cada escaño que se consigue en ciertas provincias. Según ésta,
la provincia de Soria es la que más cara se cotiza. Para lograr un solo escaño,
hay que conseguir el 50% de los votos. Lo que prácticamente hace imposible que
partidos pequeños logren representación. Y es que sólo se reparten dos
diputados.
Le siguen las provincias de
Huesca, Teruel, Cuenca, Guadalajara, Ávila, Palencia, Segovia y Zamora. En
todas ellas, es´tan en juego sólo tres escaños. Los partidos tienen que lograr
un mínimo del 33% de los votos para alcanzar un diputado.
En Ceuta y Melilla, con un
escaño solo, se necesitan el 30% de las papeletas.
El 25% es el mínimo en otras
10 provincias españolas: Albacete, Burgos, León, Salamanca, Lérida, Cáceres,
Lugo, Orense, Álava y La Rioja. En todas ellas, son cuatro los escaños que se
disputan los partidos.
Por último, en otras siete
provincias, se necesita llegar al 20% de los votos. Son las de Huelva, Jaén,
Cantabria, Ciudad Real, Valladolid, Navarra y Castellón. Cada una aporta cinco
escaños al Congreso.
En total, 103 diputados en
juego. Un número que asciende a 145 si se suman los escaños de aquellas
provincias que aportan seis representantes a la Cámara. Son las localidades de
Almería, Córdoba, Toledo, Gerona, Tarragona, Badajoz y Guipúzcoa. En ellas, se
necesita llegar al 17% de los votos para lograr escaño.
La moderadora, Ana Pastor
dejó mucho que desear, como buena vividora del socialismo y sus partes. Dejó
por dos veces sin replica a Casado porque le venía un golpe de KO. Ya se
planteó el cambio de preguntador y cronometradora. Las preguntas estaban hechas
por socialistas acogidos en plan de refugiados por la sexta y el crono por
catalanistas sin revisión de mortandad política. El tiempo corre en contra del
candidato que repite reiteradamente puntualizaciones “ya hechas” o que
sobrepasen los tres segundos.
UNA OPINIÓN:
La «segunda vuelta» del
debate televisado entre los cuatro principales candidatos a la presidencia del
Gobierno ofreció anoche un formato menos encorsetado, más tenso y bronco, y
mantuvo un perfil más emocional en busca del voto indeciso, aún calculado en
más del 35 por ciento del electorado. Sin embargo, volvió a ofrecer la imagen
de un Pedro Sánchez descolocado y ajeno a lo que se juega; una pugna claramente
marcada, incluso agresiva, entre Pablo Casado y Albert Rivera en busca del voto
incierto de la derecha; y un cambio en la actitud de Pablo Iglesias, que trufó
momentos de condescendencia humillada hacia Pedro Sánchez con críticas al PSOE
para evitar la debacle electoral de Podemos. Es indudable que Pablo Casado
corrigió la moderación que mantuvo en el debate de anteanoche para ofrecer una
imagen más combativa y pragmática frente a Sánchez, al que no ofreció tregua,
especialmente en la discusión sobre el futuro económico de España. Y también lo
es que el candidato del PP quiso impedir el control del debate a un Rivera
sobreactuado por momentos, de modo que las constantes interrupciones del
presidente de Ciudadanos a todos los candidatos resultaron impostadas e
innecesarias. Sin embargo, la superioridad argumental de Casado y Rivera frente
a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias resultó abrumadora, porque la demagogia de la
izquierda en materia de pensiones, feminismo, violencia de género, inmigración,
mercado laboral y, sobre todo, de una idea de España, resultó muy poco creíble.
La conclusión de los dos
debates celebrados en televisión es que España entrará en una etapa de
oscuridad política, inseguridad jurídica e inestabilidad económica si Pedro
Sánchez vuelve a gobernar con el apoyo de Podemos y de los partidos
separatistas y nacionalistas. Sánchez no ofreció anoche un programa de
gobierno, sino una retahíla de negativas e imputaciones contra los partidos del
centro-derecha acusándoles de mentir, pero sin aclarar en qué mienten. Sánchez
volvió a demostrar por qué no quería debatir con la oposición y por qué
necesita la coartada del ausente Vox para construir un discurso mínimamente
creíble vinculando al PP y a Ciudadanos con la ultraderecha. Pero su intento
fue en vano. A duras penas, Sánchez se limitó a leer datos precocinados sobre
educación, inmigración, pensiones o mercado laboral para combatir la acusación de
que adolece de un proyecto útil para España. Sin embargo, salió beneficiado de
la constante discusión a la que erróneamente se sometieron Casado y Rivera en
momentos determinantes del debate, porque ponían de manifiesto la fractura de
la derecha y su desesperada necesidad de conquistar votos indecisos.
Por morboso que pueda
resultar, simplificar la conclusión de los debates en busca de un ganador y de
un perdedor resulta artificial a estas alturas de campaña, por más relevante
que fuera la imagen que transmitieron los candidatos. No obstante, si Rivera
ganó el primero de los debates, ayer Casado se antepuso a los demás con
intervenciones muy solventes y contundentes. Y más allá de las percepciones
subjetivas que puedan producirse y de los análisis que se realicen previos a
las urnas, lo relevante es la evidencia de que la izquierda tiene un proyecto
destructivo para la unidad de España tal y como fue concebida en la
Constitución de 1978. De hecho, tanto el PSOE como Podemos defendieron un
proyecto «plurinacional» que oculta la voluntad de romper la soberanía
nacional, mientras el PP y Ciudadanos reafirmaron una idea de España basada en
la convivencia y la lealtad a la Carta Magna.
Por lo demás, el debate
estuvo viciado por una moderación periodística desigual que por momentos
pareció salir al rescate de Sánchez cada vez que se encontraba en apuros, que
fue a menudo. La orientación de muchas de las preguntas que se formulaban tenía
un sesgo ideológico para favorecer a Sánchez que resultó sospechoso. Aun así,
tanto Casado como Rivera supieron contrarrestar con eficacia los excesos de un
debate que prometió ser modélico, pero que a la larga mantuvo un tono
tendencioso y poco imparcial. Sánchez volvió a demostrar por qué España no
merece que vuelva a repetir como presidente del Gobierno, y menos aún si es con
Pablo Iglesias en su gabinete, tal y como el líder de Podemos volvió a mendigar
ayer en público y sin rubor alguno. Es mucho lo que se juega España el próximo
domingo. Tanto, como impedir que esta izquierda sectaria y sin más principios
ni valores que el odio a la derecha llegue a sumar más escaños para una
investidura de Sánchez.
Cabe recordar que la formación de Abascal arrebató la alcalcía a su protectora, Esperanza Aguirre por la mitad de los 9.000 votos que obtuvo en Madrid y ellos lo sabían, por que Esperanza le pidió que retirara la candidatura al Ayuntamiento de Madrid y a la Comunidad Murciana que, tampoco sacó mayoría por 492 votos. Por cierto, estando yo presente, Abascal festejó ambos resultados
La moderadora, Ana Pastor
dejó mucho que desear, como buena vividora del socialismo y sus partes. Dejó
por dos veces sin replica a Casado porque le venía un golpe de KO. Ya se
planteó el cambio de preguntador y cronometradora. Las preguntas estaban hechas
por socialistas acogidos en plan de refugiados por la sexta y el crono por
catalanistas sin revisión de mortandad política. El tiempo corre en contra del
candidato que repite reiteradamente puntualizaciones “ya hechas” o que
sobrepasen los tres segundos.
UNA OPINIÓN:
La «segunda vuelta» del
debate televisado entre los cuatro principales candidatos a la presidencia del
Gobierno ofreció anoche un formato menos encorsetado, más tenso y bronco, y
mantuvo un perfil más emocional en busca del voto indeciso, aún calculado en
más del 35 por ciento del electorado. Sin embargo, volvió a ofrecer la imagen
de un Pedro Sánchez descolocado y ajeno a lo que se juega; una pugna claramente
marcada, incluso agresiva, entre Pablo Casado y Albert Rivera en busca del voto
incierto de la derecha; y un cambio en la actitud de Pablo Iglesias, que trufó
momentos de condescendencia humillada hacia Pedro Sánchez con críticas al PSOE
para evitar la debacle electoral de Podemos. Es indudable que Pablo Casado
corrigió la moderación que mantuvo en el debate de anteanoche para ofrecer una
imagen más combativa y pragmática frente a Sánchez, al que no ofreció tregua,
especialmente en la discusión sobre el futuro económico de España. Y también lo
es que el candidato del PP quiso impedir el control del debate a un Rivera
sobreactuado por momentos, de modo que las constantes interrupciones del
presidente de Ciudadanos a todos los candidatos resultaron impostadas e
innecesarias. Sin embargo, la superioridad argumental de Casado y Rivera frente
a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias resultó abrumadora, porque la demagogia de la
izquierda en materia de pensiones, feminismo, violencia de género, inmigración,
mercado laboral y, sobre todo, de una idea de España, resultó muy poco creíble.
La conclusión de los dos
debates celebrados en televisión es que España entrará en una etapa de
oscuridad política, inseguridad jurídica e inestabilidad económica si Pedro
Sánchez vuelve a gobernar con el apoyo de Podemos y de los partidos
separatistas y nacionalistas. Sánchez no ofreció anoche un programa de
gobierno, sino una retahíla de negativas e imputaciones contra los partidos del
centro-derecha acusándoles de mentir, pero sin aclarar en qué mienten. Sánchez
volvió a demostrar por qué no quería debatir con la oposición y por qué
necesita la coartada del ausente Vox para construir un discurso mínimamente
creíble vinculando al PP y a Ciudadanos con la ultraderecha. Pero su intento
fue en vano. A duras penas, Sánchez se limitó a leer datos precocinados sobre
educación, inmigración, pensiones o mercado laboral para combatir la acusación de
que adolece de un proyecto útil para España. Sin embargo, salió beneficiado de
la constante discusión a la que erróneamente se sometieron Casado y Rivera en
momentos determinantes del debate, porque ponían de manifiesto la fractura de
la derecha y su desesperada necesidad de conquistar votos indecisos.
Por morboso que pueda
resultar, simplificar la conclusión de los debates en busca de un ganador y de
un perdedor resulta artificial a estas alturas de campaña, por más relevante
que fuera la imagen que transmitieron los candidatos. No obstante, si Rivera
ganó el primero de los debates, ayer Casado se antepuso a los demás con
intervenciones muy solventes y contundentes. Y más allá de las percepciones
subjetivas que puedan producirse y de los análisis que se realicen previos a
las urnas, lo relevante es la evidencia de que la izquierda tiene un proyecto
destructivo para la unidad de España tal y como fue concebida en la
Constitución de 1978. De hecho, tanto el PSOE como Podemos defendieron un
proyecto «plurinacional» que oculta la voluntad de romper la soberanía
nacional, mientras el PP y Ciudadanos reafirmaron una idea de España basada en
la convivencia y la lealtad a la Carta Magna.
Por lo demás, el debate
estuvo viciado por una moderación periodística desigual que por momentos
pareció salir al rescate de Sánchez cada vez que se encontraba en apuros, que
fue a menudo. La orientación de muchas de las preguntas que se formulaban tenía
un sesgo ideológico para favorecer a Sánchez que resultó sospechoso. Aun así,
tanto Casado como Rivera supieron contrarrestar con eficacia los excesos de un
debate que prometió ser modélico, pero que a la larga mantuvo un tono
tendencioso y poco imparcial. Sánchez volvió a demostrar por qué España no
merece que vuelva a repetir como presidente del Gobierno, y menos aún si es con
Pablo Iglesias en su gabinete, tal y como el líder de Podemos volvió a mendigar
ayer en público y sin rubor alguno. Es mucho lo que se juega España el próximo
domingo. Tanto, como impedir que esta izquierda sectaria y sin más principios
ni valores que el odio a la derecha llegue a sumar más escaños para una
investidura de Sánchez.
Comentarios
Publicar un comentario