Pagar a traidores nunca se
aprobó en los estatutos del PP, tampoco de la Constitución. Ángel Garrido siendo tránsfuga confeso, hoy
está cobrando como Presidente de la Comunidad de Madrid, cuando solo es
candidato de un partido al que hace unos días maldecía. Tránsfuga y Traidor. Tampoco es nada del otro mundo, solo le conocen el 2% de los españoles y, todos como yo piensan que está implicado en las mordidas de Ignacio González o no hacía su trabajo correctamente, el firmaba los contratos.
La política es
inexplicable sin traidores. «Amo la traición, pero odio al traidor», habría
dicho Julio César, luego traicionado por Bruto, «¡también tú, hijo!», según la versión
de Shakespeare. Ángel Garrido, ex presidente de la Comunidad de Madrid como
sustituto de urgencia de Cristina Cifuentes, solo es otro traidor que cambia de
bando. No pasará a la historia, salvo por lo desabrido del portazo a su partido
de siempre y porque, salvo que se descubra algo que lo explique mejor, su
traición es de las más baratas de la historia. Tenía motivos de queja con el
PP, pero también de gratitud.
Fue presidente de rebote y
aspiraba a ser candidato a la Comunidad de Madrid, pero fue preterido por
Isabel Díaz Ayuso. Garrido, en teoría, lo aceptó con buena cara y por eso el PP
le ofreció «lo que quisiera» en las listas al Congreso, al Senado o al
Parlamento Europeo. Al final, el ahora traidor eligió Europa y ayer mismo el
BOE publicaba su inclusión como número 4 en las candidaturas del PP. Un
destino–retiro dorado y bien retribuido. Horas después, sin embargo, daba el
portazo y Ciudadanos lo presentaba como candidato ¡número 13! a la Comunidad de
Madrid, en la lista que encabeza Ignacio Aguado. Garrido, despechado y por
menos de «un plato de lentejas», intentaba pinchar el subidón de Casado tras
salir reforzado del debate de Atresmedia con Sánchez, Iglesias y un Rivera que
igual acoge tránsfugas resentidos del PSOE como Soraya Rodríguez, que traidores
populares a precio de saldo. El sucesor de Cifuentes acumulaba desencuentros
con la dirección del PP de Madrid y, sobre todo, con el presidente de su Comité
Electoral, un poco conocido David Erguido (Madrid, 1975), influyente en el
entorno de Casado y ex jefe de Gabinete de José Luis Martínez Almeida, ahora
candidato a la alcaldía de la capital.
Garrido ha querido hacer
daño al PP y Rivera, urgido de un éxito el 28-A y no las tiene todas consigo,
ha aprovechado lo que cree una oportunidad. Muchos políticos hubieran hecho lo
mismo. Otros hubieran calibrado si pagar –por barato que sea– una traición tan
burda beneficia o perjudica. Un contratiempo más para Casado pero tampoco una
debacle porque Garrido no es más que eso, otro traidor de una nómina
interminable y milenaria. Clemenceau lo esculpió: «Un traidor es un hombre que
dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un es un traidor que
abandonó su partido para inscribirse en nuestro partido». Nada nuevo.
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