Santiago Abascal, un vividor
de la política sin escrúpulos ni sentido de la realidad encontró un mecenas socialista,
Pedro Sánchez con ganas de destripar al Partido Popular y en buena parte lo
consiguieron. Le quitaron la alcaldía de Madrid, la mayoría absoluta al PP de
la Comunidad murciana, 8/10 diputados nacionales. Todo eso con 46.000 votos en
toda España. En Madrid por 4.000 votos, en Murcia por 412 votos y 4 diputados
por ± 50 votos.
Dicen ser la derecha
tradicional de España, Franco, a su lado era de izquierdas. Lo más mediático que tuvo Vox para canalizar
el voto desafecto fue al catalán Vidal-Quadras, protagonista unos meses antes
de un sonoro incidente a cuenta de sus viajes a Bruselas en clase VIP y suite
de fonda. Sabemos cómo terminó dinamitando el voto “disidente” en unas
elecciones europeas que certificaron el nacimiento y la defunción electoral de
Vox al mismo tiempo. Sacaron menos votos de los que aportaba el mítico Blas
Piñar.
Al percibirse en Génova la
inutilidad de Abascal, ya manifestada en sus años ociosos en el parlamento
vasco y al frente de fundaciones subvencionadas –una de las fundaciones tenía
como ámbito de aplicación “coleccionar sellos de Franco, automáticamente,
Esperanza Aguirre le puso el pie en el culo, se hizo lo que se suele en estos
casos: soltar lastre. Así fue como Abascal comenzó a perder influencia y
presencia. Muchos de los que se acercaron a él huyeron en desbandada.
Electoralmente, entre tanto, Abascal y su partidito siguieron avanzando
estrepitosamente a paso de cangrejo. En las últimas elecciones vascas
obtuvieron poco más de trescientos votos. No se dieron por aludidos.
Pero él sigue, erre que
erre, inmune al ridículo y al desaliento. En el fondo lo que revela es su larga
condición de mediocre que no concibe ni conoce otra forma de vida que no sea la
política. No se le conoce oficio, ni beneficio, ni ocupación laboral alguna, ni
ingresos económicos que no procedieran del presupuesto público o, como ahora,
de las cuotas de sus afiliados, algunos de ellos no tan pardillos como
aparentan. Se trata por tanto de un político profesional, que tiene que ir
improvisando a cada paso para acoplar su mercadería al gusto del consumidor y
entre tanto poder seguir viviendo sin darle un palo al agua.
Abascal no tiene carisma, no
es un personaje notable, su oratoria no imantará nunca pasiones, carece de una
mínima formación intelectual, no se recuerda nada que en él haya sido genial.
Ni siquiera brillante. Pero Abascal no es ningún tonto. La prueba es que ha
vivido de la mamandurria durante años.
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