La vanidad de Pablo Iglesias
ha adquirido tales proporciones tras su fulgurante “éxito” político que el
líder de Podemos ha llegado a una insensata conclusión: que, contra la célebre
máxima de Lincoln, él sí puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Los
términos vano y vanidad proceden, sin embargo, de vacío, etimología que
Iglesias acredita plenamente al ser el absoluto vacío de cualquier idea sobre
qué quiere para España, lo que el líder populista trata de esconder con su
desbocada verborrea y su sucesión de ocurrencias; la última, esa moción de
censura contra el PSOE que afirma presentará contra el PP. Claro que si de la
política nacional pasamos a la acción de los partidos y políticos extranjeros
que viene apoyando el dirigente de Podemos, parece sencillamente increíble que
muchos demócratas sinceros sigan apostando por Iglesias y los suyos. Basta
mencionar los nombres de Tsipras, de Chávez, con su epígono Maduro, y de
Mélenchon para ilustrar la disparatada política exterior de un líder que jamás
pierde la oportunidad de equivocarse. Sobre el apoyo a Tsipras -que gobierna no
con un programa diferente de aquel con el que ganó las elecciones, sino
exactamente con el programa contra el que obtuvo su victoria- queda poco por
decir, salvo que Iglesias simpatiza con el responsable del mayor fraude
electoral que se ha producido en muchos años en la Europa democrática. Las
simpatías de Podemos por Chávez y por Maduro, es decir, por dos sujetos que han
devastado económicamente un país muy rico y destruido un sistema democrático
con una acción autoritaria que podría desembocar en una guerra civil,
demuestran que las proclamas de respeto de Iglesias y su partido a la voluntad
del pueblo -de la gente, dicen ellos- son pura filfa: nadie que crea en la
democracia puede apoyar el matonismo parafascista de Maduro y su camarilla de
sátrapas que han hundido Venezuela. La última demostración de que Iglesias no
cree en nada en realidad ha sido el vergonzoso seguidismo a la negativa de
Mélenchon a apoyar a Macron para frenar así a Le Pen. Echenique, número dos de
Podemos y al parecer nuevo gran ideólogo de la izquierda populista, planteaba
la necesidad de votar contra Le Pen pero sin apoyar a Macron, por ser un
«banquero austericida». Una cuadratura del círculo que recuerda a fin de
cuentas la posición reaccionaria de los comunistas, cuando, antes del cambio de
posición de Stalin en los años treinta en pro de los frentes populares,
acusaron de «socialfascistas» a los socialistas europeos. Si, por un milagro,
Le Pen ganase hoy en Francia las presidenciales, la culpa sería de Mélenchon,
que habría conseguido tal hazaña con el aplauso de Iglesias y de Podemos. Si,
como es previsible, resulta derrotada por amplia mayoría, no será por la ayuda
que, con el apoyo de Iglesias y Podemos, prestó Mélenchon a ese resultado,
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