Después de bajar la barrera
de los 100 diputados, haberse convertido en un partido irrelevante, soso,
amuermado y haberse aliado compulsivamente con los populismos y etarras para amarrar cualquier poder y a cualquier
precio, alentado por las continuas elecciones primarias, ocho meses lleva de
primarias y, al final ha perdido.
El
PSOE es, sin matices ni paliativos, un partido pírrico Que
ocasiona grave daño al vencedor y casi equivale a una derrota. Porque en todas
sus frecuentes contiendas -internas o externas, gane o pierda, y se compacte o
fragmente- siempre queda peor de lo que estaba. Hoy está peor que ayer, pero
mejor que mañana. Y en tales circunstancias se puede comprender que, siendo
pírrico el partido, también sean pírricas las primarias, donde lo más probable
es que Susana Díaz pierda más de lo que gana, mientras Pedro Sánchez gane más
de lo que pierda. O viceversa, claro.
Por eso cabe adelantar un diagnóstico
casi infalible de esta guerra fratricida que absorbe todas las fuerzas y
pensamientos de los socialistas españoles, mientras el resto del mundo -la UE,
Trump, el papa Francisco, Rajoy, Merkel, May, Maduro, Le Pen, Putin, Kim Jong?
un y Puigdemont- se juegan su futuro en retos y debates escalofriantes. Y ese
diagnóstico es que el candidato que gane no tendrá fuerza ni legitimidad para
evitar la ruptura del partido y para definir un programa y una estrategia
aceptados por todos; mientras que el perdedor no tendrá más remedio que echarse
al monte, para lamerse las heridas y, en nombre de la militancia, jurarle odio
eterno al tramposo que ganó las primarias vendiéndole al diablo el alma del
PSOE.
Carece de sentido que, para sortear los efectos de una indignación
magmática y obcecada, se obligue a la militancia -también indignados- a tomar
decisiones de calado estratégico insondable. Y tampoco se puede entender que la
persona llamada por «los históricos» a devolver al PSOE su condición de
alternativa, haya llegado tarde, mantenga un discurso anodino y tópico y
permita que, mientras ella predica un partido ganador, el PSOE oficial siga
haciendo maniobras -en el Parlamento y en la calle- para ensayar la voladura
del sistema, para poner en crisis la poca gobernabilidad que nos queda y para
forzar el adelanto de las elecciones que deben certificar su derrumbe.
La
crisis política de la España actual es, en realidad, la crisis del PSOE, de su
desorientación estratégica y de su caos organizativo. Y todo indica que esta
deriva no va a detenerse hasta que un desastre prolongado del sistema y de la
gestión democrática fuerce una catarsis de enormes costes e inciertos
pronósticos. Porque buena parte de la militancia socialista ya ha caído en la
trampa de identificar la solución con la ruptura y la honradez con el revuelto
de setas y gambas. Y, cuando la sal se vuelve insípida, nada sirve ya para
salarla.
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