Carolina Punset dimitió de
la ejecutiva por desavenencias estratégicas con Albert Rivera pero también por
pensar que Ciudadanos había dejado de lado uno de sus objetivos fundacionales:
la lucha contra los nacionalismos, “incluyendo regionalismos no
independentistas”. En esa línea, criticó a los que "se pasean con
"trozos de tela” en lugar de prestar más atención a cuestiones de Estado,
por ejemplo, los presupuestos.
Rivera, a veces, toma posiciones, más propias de un colegial que
de un político con referencia en todo el territorio nacional y es que, Albert,
no sabe de casi nada. En política, como capando ranas, como la economía y como
casi cualquier actividad de esta vida, es por encima de todo un estado de
ánimo. Y el estado de ánimo de España en este momento no es de optimismo,
porque no puede haber optimismo en un país con casi cuatro millones de parados,
pero sí de razonable esperanza en que después de un largo período de insensatez
las cosas empiezan a funcionar con cierto sentido en la política.
Puede parecer
una minucia, pero llegar a ese estado de prudente ilusión ha requerido un enorme
esfuerzo de los ciudadanos para dar un voto de confianza a unos partidos que,
en general, parecen ser conscientes de que han estado al borde del precipicio y
a punto de generar una ruptura total de incalculables consecuencias entre la
sociedad y su clase política. Pero, alcanzado este punto, resulta obvio que
nadie quiere ni imaginar que las cosas puedan volver por los mismos derroteros.
Y, por ello, aquel que provoque en la ciudadanía la sensación de que retornamos
a lo mismo lo pagará muy caro.
Cuando el estado de ánimo se
instala en el imaginario colectivo, resulta casi imposible darle la vuelta. Por
más proclamas que escuchemos, por ejemplo, o por más complicado que pueda
parecer, la convicción generalizada es que va a ser posible aprobar unos
Presupuestos Generales del Estado, porque todo el mundo sabe que, de no
aprobarse, volveríamos al esperpento de unas nuevas elecciones generales. Y,
por ello, ya puede desgañitarse el portavoz del PSOE, Antonio Hernando,
reeditando el «no es no» ahora, mañana y pasado mañana, que todo el mundo va a
leer en sus labios un sí. Un quizá hoy no, pero mañana, sí. Si usted le
pregunta a los españoles en este momento si el PSOE va a acabar llegando al
final a algún tipo de acuerdo con el PP para que se aprueben los Presupuestos,
la inmensa mayoría, incluidos los votantes de Podemos y casi todos los del
PSOE, le dirán que sí. Y cuando eso ocurre, es prácticamente imposible
convencer a propios o a extraños de que no va a ser así.
Mariano Rajoy sabe que el
estado de ánimo es ese. Y juega con ventaja. Sabe que habrá tensiones, pero
también que el PSOE no puede permitirse dejar a España sin Presupuestos, porque
eso sería volver a lo de antes. Y, para ese viaje, a Susana Díaz y a los suyos
no les habría merecido la pena cargarse a Pedro Sánchez y provocar un baño de
sangre en el partido. El Gobierno no quiere aprobar unas cuentas públicas con
el voto en contra el PSOE. Podría, y los números están hechos. Pero no quiere.
Y cuenta con lograr, como mínimo, la abstención del PSOE, gracias a la
aprobación de numerosas enmiendas socialistas a los Presupuestos. Sabe que los
barones del PSOE presionarán en la conferencia de presidentes del día 17 para
que haya cuentas públicas. De modo que al final, in extremis, los socialistas
facilitarán que haya Presupuestos. El PSOE dice que no, pero el pueblo sabe que
sí. Ese es el estado de ánimo
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