Alexis Tsipras, en su día, convocó el referéndum pretendiendo reforzar su posición. El resultado fue todo lo contrario. Ha encajado que su programa inicial haya sido vapuleado y borrado. Al final ha tenido la lucidez de no condenar a su pueblo a la condición de paria mundial deberá emplear esa lucidez en este momento para convencer a sus conciudadanos de que, ahora, puede ser responsable. Como era de esperar ha llegado la dimisión Tsipras y la convocatoria de elecciones legislativas para el próximo septiembre son el desenlace lógico del pulso que el líder de Syriza echó a sus socios de la Unión Europea desde que llegó al poder a finales de enero de 2015 y que ha terminado con un corralito bancario que ha durado varias semanas, la posterior aceptación por parte de Atenas de un tercer rescate en unas condiciones de las que Tsipras renegó durante la campaña electoral y un profundo cisma en el partido gobernante griego.
El primer ministro
dimisionario ha optado por volver a las urnas mientras la oposición sigue
desorganizada y bajo los efectos de la derrota que sufrió en enero. Al mismo
tiempo, todavía no han comenzado a notarse las consecuencias económicas
impopulares que supondrán la aplicación de las medidas pactadas con Bruselas
para la concesión del tercer rescate. Tsipras busca el respaldo en las urnas
porque necesita un mandato claro para los ajustes que debe realizar. A pesar de
todo, el chico, como se le conoce en Grecia, sigue representando el espíritu
del cambio y lidera las preferencias de voto según las últimas encuestas.
Resulta positivo que la
convocatoria electoral le sirva a Tsipras para deshacerse definitivamente de
los elementos más radicales de su entorno, un proceso que ya comenzó cuando se
empezó a atisbar que la crisis griega terminaría en un acuerdo con la Unión
Europea y no con la ruptura de incalculables consecuencias que adelantaban
algunos miembros de su partido y su Gobierno. El líder griego tiene ahora la
ocasión de romper definitivamente con el aventurerismo de algunos de sus
compañeros de viaje y colocar a su formación dentro de unos parámetros
parangonables al resto de grandes partidos de la UE. Es resaltable que en
apenas ocho meses Tsipras haya pasado de ser el líder del rupturismo político a
ocupar el lugar central de la política griega —que no el centro político— y,
como se apuntaba ayer en Atenas, se haya convertido en un líder que podría
conducir a Grecia al centro de la estabilidad.
Es necesario que Grecia
se instale cuanto antes en la estabilidad económica e institucional. Para la
primera, ya dispone de las condiciones y los mecanismos necesarios: Ha crecido
el 0,8% en el segundo trimestre de este año, sigue dentro del euro y dispone del
rescate concedido y aprobado por sus socios de la Unión Europea. Para la
segunda, las elecciones son un paso imprescindible. Lo importante es que de las
urnas surjan un Parlamento y un Gobierno que devuelvan a Grecia al camino de la
normalidad y el progreso. Una senda que nunca debió abandonar.
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