El virus de China es contagioso. Ojo a Occidente.



El frenazo de la economía China es más que sospechoso. Un crecimiento vertiginoso, una compra y acaparamiento a nivel mundial sin precedentes, la fábrica del mundo, la aglutinadora voraz de materias primas sufre síntomas de agotamiento y colapso de su modelo económico. En tres días, tres devaluaciones del Banco Popular de China. Jaque al mundo, respiración contenida en las economías occidentales. Miedo en los parqués. En cuarenta y ocho horas algunas empresas extranjeras, también españolas, han perdido miles de millones de euros. Los vaivenes de vértigo en las dos últimas semanas en la bolsa china han hecho saltar las alarmas en los mercados financieros, las dos devaluaciones sembrado cierta inquietud e incertidumbre que por el momento no asustan pero sí alertan. Solo es cuestión de tiempo que los tipos de interés tanto en Estados Unidos como en Europa empiecen a subir. Lo emergente se consolidó y ahora sufre la misma sintomatología que las economías europeas y norteamericanas. Estamos en puertas de una más que posible guerra de divisas. La devaluación del yuan y el fortalecimiento y apreciación del euro y el dólar lo auguran. El gigante exporta en yuanes e importa sobre todo materias primas en dólares. Conviene no olvidarlo.

China vive tiempos de cambios políticos y económicos. Los primeros, lentos, pero la lucha frente a la corrupción y a las viejas prácticas del partido único y un halo de cierta modernidad se unen a un nuevo paradigma económico. Cambiar el modelo es el gran reto. De fábrica del mundo, con unos índices de contaminación brutales, donde la industria y la exportación eran el eje vertebral se pasa ahora a un modelo donde la prioridad es el consumo, la demanda interna y la competitividad para las exportaciones. Hacer una transición en esto último no será complejo. Juegos de suma cero: unos ganan todo, otros lo pierden. De aquí a dos décadas serán trescientos millones de chinos quienes engrosen la lista de millonarios y viajen y consuman en Europa. La transición política y social llegará, pero no de momento. China ha entrado en una senda de reformas no exentas de frenos y contrapesos que incluyen reajustar su sistema financiero y tarde o temprano su sistema bancario. Banca pública y empresas públicas y privadas dilucidarán en el tiempo su posición y su estrategia. No son pocas las empresas públicas, auténticas gigantes, que se han lanzado a comprar por todo el mundo. Dinero público y deuda pública que algún día frenarán y convulsionarán. El crédito tiene precio y las inversiones públicas, umbrales de máximo en un país que crecerá, a pesar de este freno, por encima del 7 %. Si la locomotora china se recalienta, como está sucediendo, el drama lo sufrirán además países de América Latina y África que exportan masivamente sus materias primas, desde combustibles y biocombustibles hasta alimentos. Pero China necesita ser competitiva, avanzar por la calidad y la tecnología en la fabricación de productos y componentes. Basta acercarse a Cobo Calleja y ver el salto en calidad que ofrecen sus productos textiles y de marroquinería con respecto a hace simplemente cuatro o cinco años. Los costes de producción han crecido exponencialmente. Ya no son tantos los miles de contenedores que entran por los puertos europeos.
Devaluando su moneda, sus bienes, productos y servicios son más atractivos y competitivos para la exportación, lo que sectores como las manufacturas y la automoción estaban necesitando.


Habrá que esperar y ver lo que suceda en las próximas semanas, y cómo afecta la subida de los tipos de interés anunciada para septiembre en Estados Unidos. El primer efecto podría ser una guerra de divisas entre China y sus vecinos Japón y Corea, e incluso la emergente Indonesia.  Habrá que `restar mucha atención.

Comentarios