Pedro Sánchez, un vulgar correveidile de la política, ha finiquitado el PSOE, porque nunca fue socialista


Pedro  Sánchez que nunca fue nada en política y menos inteligente que Zapatero ha confundido a todo la plebe socialista, entre otras cosas porque nunca pasaron e ser disfrazados de extrema derecha. 

La práctica totalidad de los modernos sistemas representativos descansan sobre dos grandes fuerzas (una conservadora y otra progresista) que, compartiendo un consenso fundamental sobre aspectos básicos de la economía y la política, garantizan esa alternancia sin la que la democracia corre gravísimos peligros. Es verdad, claro, que desde 1945 varios de ellos han vivido, en momentos diferentes, experimentos y experiencias (una cosa es muy distinta de la otra) que, pretendiendo romper tal dinámica, no han conseguido alterar de modo sustancial ese esquema bipolar, que no tiene por qué ser bipartidista.

España, que ha funcionado desde 1977 con un esquema similar, corre hoy el riesgo de que su bipartidismo imperfecto acabe por irse a hacer puñetas como consecuencia de la debilidad extrema del PSOE, fuerza básica en la construcción de nuestra democracia que podría acabar siendo un partido irrelevante (uno más, y ni siquiera el hegemónico, de los que compiten en la izquierda) como consecuencia de dos factores diferentes: uno organizativo (en el PSOE se ha invertido hasta extremos de delirio el mecanismo de selección de las élites políticas, lo que favorece que, como en la ley de Gresham, la moneda mala desplace a la buena) y otro político: su absoluta confusión sobre dos problemas centrales de la política española.

El primero es, sin duda, el territorial, donde el PSOE proclama una cosa (la inmensa bandera de la presentación de Pedro Sánchez era todo un programa) y hace justamente la contraria: apoyar de hecho a las fuerzas independentistas en todo el territorio nacional con tal de cerrar un cordón sanitario frente el PP. La incoherencia es de tal envergadura que llegará un momento en que no le será posible al PSOE engañar a todo el mundo todo el tiempo. Por si ello fuera poco, los socialistas proponen una absurda solución para el problema del secesionismo catalán que, además de inútil, por ingenua, ha puesto de uñas, con toda la razón, a los poderes regionales del partido.

El otro gran problema del PSOE es que no ha discutido qué quiere ser de mayor: si un partido de centro izquierda que, en la tradición del felipismo, lucha por competir con el PP (y ahora también con Ciudadanos) o una fuerza de la izquierda clásica que pugna con la extrema izquierda para ser la cabeza de una coalición de todos los partidos antisistema que existen en España. Esta segunda estrategia, que, sin debate interno alguno, es la que impulsa Pedro Sánchez, podría (aunque lo dudo) darle el poder a corto plazo, pero constituye a medio plazo un auténtico suicidio.


Como un barco desarbolado, el PSOE marcha a la deriva, hoy con un rumbo, mañana con el contrario, ante la mirada tan atónita como preocupada de los que sabemos que sin él la democracia española sería en el futuro mucho peor de lo que es hoy.

Comentarios