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Ángela Merkel haciendo uso y abuso de su
poder dominante está chantajeando la libertad que otorga la democracia a la hora de emitir libremente el voto de los
ciudadanos griegos, a costa de poner en peligro su ya maltrecha economía.
Sencillamente
es inaudito que apoye a quienes reconocieron abiertamente haber manipulado “las
cuentas” para entrar “de lleno” en el euro. La verdad, no tiene ninguna lógica
común.
Alemania, sin
lugar a dudas, el país de la UE con mayor volumen de deuda impagada en el
pasado siglo, chantajea a los griegos y los amenaza con expulsarlos del euro si
votan mayoritariamente a Syriza. Entiende además que, a diferencia del pasado
reciente, la bancarrota de Grecia ya no desestabilizaría la eurozona ni
arrastraría a la moneda única al abismo. ¿Qué ha cambiado para que el polvorín
heleno ya no represente, a ojos de Berlín, un riesgo sistémico? Ha cambiado,
sobre todo, la composición de la deuda griega: antes estaba en manos privadas
-bancos alemanes y franceses, en especial- y ahora los principales acreedores
son el BCE, el FMI y la Comisión Europea.
De modo que la
diferencia es evidente.. Si Atenas suspendiera pagos hace dos o tres años, la
explosión reventaría el sistema financiero europeo y las ondas expansivas
alcanzarían de lleno al euro. Si Grecia quiebra hoy y abandona la Unión
Monetaria, a juicio de la Merkel el daño se circunscribe a los 250.000 millones
de euros -aproximadamente el 80 % de la deuda griega- que le prestó la Troika y
que esta jamás podría recuperar. He ahí el núcleo argumental de la postura
alemana: los bonos griegos, al pasar del bolsillo de los inversores privados a
la cartera de las instituciones públicas, han perdido su potencial
desestabilizador. Lo que viene a confirmar la sentencia de Stiglitz: «Lo de
Grecia no es un rescate, sino una protección a la gran banca europea».
¿Por qué la
teutona Merkel y sus soplagaitas optarían, en caso de victoria de Syriza, por
echar a Grecia del euro y perder 250.000 millones de euros antes que sentarse a
negociar con Alexis Tsipras?. Es más que evidente el resultado de la gestión de
los últimos jefes griegos, ninguno ha podido hacer frente ni a los intereses de
la deuda, mejor un cambio. Si Grecia no puede pagar, algo que a estas alturas
constituye una obviedad, ¿por qué prefieren estrangular al deudor y no cobrar
un céntimo, en vez de revisar las condiciones, la cuantía y los plazos de los
préstamos? Solo hay una respuesta a esa pregunta: a los alemanes les aterra el
contagio. No el contagio de una Grecia descalabrada que abandona el euro, sino
el contagio de una ejemplar reestructuración de la deuda soberana. El virus de
la quiebra les asusta mucho menos que el virus del éxito. No es de extrañar,
porque ¿cuánto tardarían otros países, empezando quizá por Italia y por España,
en proponer una renegociación de sus respectivas deudas?
Hay otro factor
que explica el chantaje alemán. Sentar a Syriza en la mesa negociadora supone
reconocer el fracaso de las políticas austericidas diseñadas en Alemania.
Grecia representa la imagen trágica de ese fracaso. Su deuda pública, en
términos absolutos, creció solo un 21 % entre el 2008 y el 2013 (en España
aumentó un 136 % en el mismo período). Pero la penitencia impuesta al país,
cuyo PIB se contrajo un 27 % en esos cinco años, hizo insostenible aquella
carga. Alemania debería saberlo bien: nunca pudo abonar las indemnizaciones que
los aliados le impusieron al finalizar las dos guerras mundiales. Su «milagro»
económico se basó en la condonación de sus deudas. Todo el mundo fue solidario,
olvidó los errores políticos/militares con afán destrozador alemán y paso a
AYUDAR, A CONDONAR DEUDA, A REFINANCIAR la aniquilada, hoy prepotente, ALEMANIA.
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