Ninguna dimisión, salvo la suya, cierra el deleznable negocio ilegal montado sobre el drama mortuorio de la pandemia
La
escandalosa trama de mordidas con la venta de mascarillas a, que se
sepa ya, al menos dos ministerios y otros tantos gobiernos regionales,
no se aclara ni se cerraría con la dimisión de José Luis Ábalos como
diputado.
No
estamos ante una rápida reacción de Sánchez y del PSOE para atajar un
caso de corrupción repentino, del que nada podían intuir, sino ante un
vulgar cortafuegos levantado para intentar que las llamas no arramblen
contra todo el Gobierno.
Porque
nada de lo que pueda haber hecho Koldo Aguirre, un subalterno señalado
como imposible cerebro de la trama, pudo prosperar sin la autoridad de
su jefe, el entonces ministro de Transportes y secretario de
Organización del partido.
Y
tampoco habría sido tan rentable sin las arbitrarias decisiones de
Sanidad, Interior, Canarias y Baleares; firmantes de los contratos «a
dedo» que beneficiaron a las empresas que, según la investigación
judicial, abonaban a su vez las comisiones ilegales a los conseguidores.
La
secuencia culmina en el propio Sánchez, por acción u omisión. Porque
sólo él pudo ceder la gestión de las compras centralizadas a Ábalos,
solo él impulsó un sistema de contratación urgente descontrolado y solo
él controlaba a sus ministros, que difícilmente tomarían nunca
decisiones de calado sin informar al presidente y obtener su visto
bueno.
Lo
cierto es que, mientras el Gobierno cerraba la actividad económica en
toda España, provocando una de las dos peores caídas de PIB del mundo,
una trama de socialistas se dedicaban a hacerse millonarios con dinero
público, en un contexto de muerte, miedo y empobrecimiento.
Ningún
dirigente serio puede pretender detener un caso tan escandaloso, con
decenas de millones viajando incluso a paraísos fiscales, con una
dimisión y cuatro compromisos retóricos.
Pero
mucho menos uno que llegó al poder a lomos de la decencia impostada y
la transparencia pretendida y ahora encabeza al partido protagonista,
tal vez, del peor caso de corrupción de la historia. Porque ha habido
muchos, y alguno tan obsceno como el de los ERE, pero éste es el único
que se aprovechó del estado de shock de una sociedad encerrada en sus
casas o, peor, en un tanatorio.
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