Pedro Sánchez pinta menos en
el Gobierno del Reino de España que follatabiques en el Pentágono. Pero, claro
ahora le escriben, el lee y otros hacen lo que les sale de los huevos. Eso no
es gobernar más bien es un sistema de martirio para los españoles. Si hubiera empezado la batalla
contra la pandemia poniendo en marcha alguno de los argumentos que defendió en
el Congreso, España no habría perdido un tiempo precioso, estaría hoy en una
posición mucho mejor, los ciudadanos nos habríamos ahorrado contradicciones e
incertidumbres, y el propio presidente del Gobierno habría podido gestionar y
liderar las medidas económicas y sanitarias frente al covid-19 con mucha mayor
eficacia y con más apoyo político gracias al gobierno con las comunidades
autónomas. Si, después de dos meses de empeñarse tercamente en lo contrario,
hubiera reconocido desde un principio que se han cometido errores, en lugar de
presumir de que todo eran aciertos, su credibilidad ante los ciudadanos y su
liderazgo político se habrían visto reforzados, aunque en decadencia.
Lo primero que hizo Pedro Sánchez
fue tomar la poltrona de La Moncloa cubierto por la guardia pretoriana,
intentando ganar con una banda de innobles semianalfabetos y dictatoriales la
guerra contra el covid-19 mediante el ordeno y mando, sin dialogar con sus
socios de investidura –soplo ofrecerles más dinero-, sin contar con la
oposición, dejando al margen a las autonomías y sin informar de sus decisiones
ni siquiera a sus compañeros de partido, que han llegado a plantear que salvar
vidas está por encima de salvarle a él.
¿Tanta mentira para qué? Para terminar
aplicando al final, a la fuerza y arrastrado por la posibilidad de quedar en
minoría, algunas de las medidas lógicas que todos reclamaban, desde el
independentismo a la extrema derecha pasando por el centro. Desligar los ERTE
del estado de alarma, de forma que se mantengan cuando acabe la situación de
excepcionalidad, y comprometerse a actuar siempre en coordinación con las
autonomías, otorgándoles amplio margen para interpretar, en función de su
especificidad geográfica y de la situación de sus sistemas sanitarios, las
normas adoptadas por consenso.
La rectificación de Sánchez
al separar las ayudas económicas del estado de alarma demuestra que el Gobierno
faltaba conscientemente a la verdad cuando afirmaba que era imposible
mantenerlas si se ponía fin al recorte de derechos y libertades que le permite
la medida excepcional. Y que utilizaba a las empresas, autónomos y ciudadanos
afectados económicamente por la pandemia como moneda de cambio para coaccionar
a la oposición y tratar de lograr su apoyo incondicional.
Lo sucedido evidencia que
Sánchez pretende gobernar como si dispusiera de mayoría absoluta pese a tener
solo un tercio de los escaños del Congreso. Y que solo admite su minoría y su
necesidad de apoyos cuando se ve presionado. Será necesario, por tanto, que
haya una oposición que mantenga la presión, sin abandonar la política de
estado, para evitar que caiga de nuevo en la autarquía y los españoles
recuperen cuanto antes sus derechos y libertades sin mucha demora.
Lo más positivo del debate
es que demuestra que el secesionismo solo utiliza a Sánchez como un instrumento
para lograr sus fines y le importa un comino la estabilidad, la salud y la
situación económica del resto de españoles. El presidente debería tomar nota.
Es posible que Cs se esté suicidando, para mí que ya estaba suicidado. Pero si
su sacrificio sirve para que el Gobierno de España no siga en manos del separatismo,
habrá merecido la pena, aunque mucho me temo que no sea así.
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